Comí mi trozo de pie en silencio, mientras William y Rose ignoraban la incomodidad que existía entre nosotros. Nos contaron un poco más sobre el viaje y sacaron los obsequios que compraron en una tienda de antigüedades en Grecia. William le compró a Rose una hermosa esmeralda para su colección de joyería, mientras Dominic mantuvo su regalo como una sorpresa que me entregaría una vez estuviésemos solos. Al anochecer, después de una inmensa cena familiar, nos retiramos a las habitaciones. Fui directo a la cama sin enfocar mi mirada en nada que no fueran las sábanas, la cama y el diario que siempre mantenía a mi lado como si fuese mi corazón.
Dominic se desplomó a mi lado, besó mi frente y sonrió. Extrañaba la familiaridad de dormir junto a alguien, despertar acompañada y no sentirme sola durante las noches frías. Extrañaba la familiaridad que solo sentía con Dominic: un buen amigo que se convirtió en algo más cuando la verdad se descubrió. Era increíble el mar de mentiras en la que nadaba para llegar a la verdad.
―Tengo algo para ti ―comentó.
Se levantó de la cama y buscó el obsequio en su maletín. Se acercó de nuevo, con las manos en la espalda. Tenía esa sonrisa de superioridad antes de entregarme un hermoso atrapa sueños.
―Es precioso —emití al sentir las piedras en mis dedos—. ¡Me encanta!
―Espero que ayude a canalizar lo que quieras saber. —Sonreía como un adolescente enamorado—. Recorría Grecia pensando en ti, cuando lo vi en uno de sus bazares, en una tienda clandestina de antigüedades. Supe que era perfecto para ayudarte a descubrir la verdad. ―Lo quitó de mis manos y colgó en la parte derecha de la cama, donde dormía cada noche―. Cuidará tus sueños y no permitirá que te suceda nada malo, o eso me prometió la vendedora.
Se desplomó de nuevo junto a mí, con mi rostro en su cuello. Inhalé el aroma de su perfume mientras mis ojos se cerraban por el cansancio del día. Sin hacer nada me sentía como si hubiese recorrido la ciudad entera caminando. Me dolían todos los huesos; hasta las pestañas me ardían.
Aún con Dominic a mi lado, extrañaba a Drake. Con él sentía algo diferente; un fuego que me quemaba por dentro, me consumía hasta volverme ceniza y me lanzaba al mar. Dominic era una tranquila balsa en el mar, una noche de estrellas y sin marea alta. Cerré los ojos y pedí por él, donde sea que se encontrara. Pedí que estuviera a salvo y pensara en mí. Me sentía ansiosa por saber si me extrañaba tanto como yo a él, así que tomé una terrible decisión que lo cambió todo.
Dominic relajó los músculos para articular una pregunta.
―No quiero molestarte ni discutir. ―Respiró con suavidad―. ¿Por qué no me lo contaste?
No necesitaba preguntar a qué se refería. Sabía perfectamente que hablaba de Drake y su visita sorpresa. Me senté sobre mis piernas. Sabía que lo hablaríamos, así que era mejor aclararlo todo de una vez. No quería iniciar una pelea que terminaría con su retirada de la habitación tal como lo hizo en Canadá, pero no podía callar lo sucedido durante su ausencia. Muchas cosas cambiaron, lo quisiera o no admitir, así que Dominic debía estar listo para mi decisión final.
―No le vi importancia a contarte. No quería arruinar tu viaje al contarte de la visita de tu hermano. —Respiré profundo—. Estuve muy ocupada con el diario y mi maldición, así que no sucedió nada entre nosotros. Solamente hablamos un par de veces en la cena.
―¿Él te dijo algo? —Elevó unos grados su voz.
―¿Algo como qué?
Era una pregunta ambigua. Podía ser cualquier cosa.
Lo observé fruncir el ceño ante mi respuesta cortante. No iba a comportarme como alguien diferente para complacerlo. Quería a Dominic tanto o menos de lo que sus padres me agradaban, así que no debía ser una niña buena con él. Todos en esa vida tuvimos lo que merecimos, comenzando por nosotros. Yo obtuve un amor imposible que nunca olvidé, y él ganó un trono que hubiese tenido si abandonaba la monarquía. Ellos ganaban más que yo al continuar esa maldita farsa de la que quería escapar. Era ridículo que me celara de su hermano.
Intentó acariciarme para calmar mi iracundia, pero detuve su mano antes de posarla en mi. En ese preciso instante atisbé una mueca diferente en el rostro de Dominic. Él lucía enojado, con un brillo singular en su mirada y una fuerza extraordinaria en sus manos al quitar la mía de su brazo. Me confundió por unos segundos, antes de cerrar sus ojos y elevar las manos en señal de paz.
—Perdóname —suplicó al unir sus manos en una plegaria.
―Basta, Dominic ―concluí arropándome―. No quiero discutir. Por favor, déjame descansar.
Dominic asintió antes de encaminarse al baño. Escuché la llave de la ducha abrirse durante largo rato. Mantuve mis ojos abiertos hasta que él salió de la ducha. Cerré de inmediato mis ojos cuando él entró a la habitación, caminó hasta la cama y se acostó a mi lado. Inhalé el aroma de su jabón y el enjuague bucal, seguido de su calor corporal al acercarse a mi cuello. Él no hizo ningún movimiento que pudiera despertarme, pero sí se acercó y besó mi cabeza.
―La extrañé, princesa ―susurró sobre mi cabello antes de quedarme dormida.
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25 de octubre, 1885
Lo arrugado de mi piel se intensifica con los años. No poseo la misma energía en mis músculos ni elasticidad de la piel. Ya no puedo sentarme por largas horas a escribir sobre alguien que solo quedó grabado en mi mente. Mi hija y nieta suelen visitarme a menudo, pero las extraño cuando se marcha de mi lado. Mi mente no ha olvidado nada de lo sucedido hace más de sesenta años. Recuerdo cada sórdido detalle de mi juventud y adultez, desde la quema viva de mi esposo hasta el día que mi nieta cumplió quince años y tuvo su baile real en el castillo.
Ahora, a los ochenta y siete años, no me arrepiento de ninguna de las coas que hice para asegurar el bienestar de mi familia. Terminé mi vida de una manera poco común y con una asombrosa historia que nadie me creería jamás. Fue una historia poco creíble por mi nieta o cualquier persona que se aventura a escuchar a una vieja hablar, pero muy importante para mí.
Nunca más volví a tener el placer de ver a Luciano, pero sus palabras me dejaron marcada para toda la vida. No puedo decir que al cerrar los ojos veo su rostro, porque no es verdad, jamás pude verlo. Pero algo en mí se ha encendido esta noche. Tengo una especie de epifanía y siento que algo malo sucederá llegado el momento de conocer cada uno de los oscuros secretos de la noche.
Mi ser lo sabe y mi desgastado cuerpo lo siente, pero no puedo decir nada o quedaría como la reina loca de la familia. Durante años lo fui, por lo que estoy cansada de ser la persona a la que te tienen lástima. Un día sabrán la verdad de Luciano. Estoy segura de ello.
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―Lo lamento, Dominic ―comenté la mañana siguiente, durante el desayuno.
Lo pensé mientras estaba despierta y concluí que fui injusta con él la noche anterior. Dominic regresó con un obsequio, una dulce sonrisa y la calidez de su voz, pero no fue recibido de la misma manera. Esa mañana, sentados en la mesa, Dominic troceaba un panque con jarabe y escuchaba mis palabras. Él dejó el cubierto a un lado del plato, unió sus manos sobre la comida y fijó su atención únicamente en mí. Éramos los únicos en el comedor, así que fue sencillo disculparme con una persona que nunca quiso el mal para mí o alguna de las personas que me rodeaban. Dominic no merecía ninguno de mis desplantes, aun cuando los aceptó como todo un caballero.
―¿Por qué? ―preguntó con el ceño fruncido.
—No quería descargarme contigo anoche. Fue un error que lamento.
Dominic colocó la servilleta sobre la mesa y arrimó su cuerpo hacia adelante.
―Tu significas todo para mí —comentó con ese amor desbordante—. No te haría daño ni me molestaría contigo por algo como eso. Ni siquiera llegó a una discusión, así que no te disculpes.
Me alegraba saber que no estaba molesto conmigo.
―Gracias por ser tan compasivo. Entiendes cosas que nadie más haría.
―Lo hago porque te quiero, así que ahora mismo prometo no volver a dejarte sola.
Era tierno cuando se proponía serlo. Sus ojos me derretían como mantequilla en pan caliente. Pero la mantequilla que Dominic intentaba derretir no se fundía en un pan tan frío como el mío. Agradecía los gestos bonitos que tenía conmigo, como regalarme un atrapa sueños que me impidió tener una pesadilla esa primera noche. Quizás eran psicologías baratas, pero su regalo funcionó.
―No quiero que prometas nada —farfullé consciente de sus palabras—. Nunca me interpondré en tu familia. Jamás te colocaría en esa posición de elegirme sobre ella.
―Te elegí cuando me casé contigo —afirmó—. Eres mi todo, Kay Greenwood.
Dominic besó mi mano, sonreímos y nos enfocamos en terminar el desayuno. La comida lucía divina: panques bañados en jarabe de chocolate, fruta troceada y crema batida. Era el desayuno perfecto de cualquier niño, aun cuando lo consumíamos personas que sobrepasaban la edad infantil. Me encantaba consumir esa clase de comida en el desayuno; mientras más grasosa mejor. Mi esposo me preguntó cómo estaba y no pude mentirle. Podía engañar a cualquier otra persona de la mansión, pero Dominic siempre me conoció mejor que el resto.
―Me siento cansada. Estoy en una especie de extenuación perenne. —Miré las venas en mis manos—. Mi cuerpo se marchita poco a poco. No sé cuánto más soportaré.
Su semblante cambió, e incluso alejó la comida. Era la sempiterna preocupación de todas las personas en la mansión, desde la empleada hasta la dueña. Todos querían hacer algo por mí, lo cual era lindo, si en verdad tuviese una enfermedad y no algo espiritual. No existía medicina para mi inestabilidad, así que no valía la pena visitar un médico que me diría que estaba perfecta.
―Te llevaré de nuevo con mi tía. Ella sabrá qué hacer.
―Giselle estuvo aquí hace pocos días —emití con las manos en mi regazo—. Me aclaró muchas dudas sobre el destino. También me leyó unas atemorizantes cartas el tarot.
De nuevo la decepción apareció sin una bandera blanca.
―¿Por qué no me contaste cuando te llamé? Habría regresado de inmediato.
―No le vi relevancia. —Ingerí un poco de jugo de naranja—. Lo que ocurra será inevitable. Es momento de rendirse a la realidad. Tu esposa no será una mujer que se rinda con tanta facilidad, pero tampoco me opondré a mi destino. Giselle dijo que esta escrito todo lo que sucederá.
―No permitiré que nada malo te ocurra. Jamás me rendiré, no sin antes asegurar tu vida y bienestar ―respondió con firmeza―. El destino es creado por nosotros, por nuestras decisiones.
Me acerqué para apretar su barbilla. Los vellos que salpicaban su piel, picaban en mis manos, pero era una sensación agradable. El Dominic que conocí tiempo atrás no se dejaría crecer la barba o habría aceptado usar un poncho en navidad, pero lo domé a mi antojo, sin permitirle ser lo que en realidad era. Dominic cambió por mí, aun cuando yo no hice ningún cambio importante por él.
―¿A qué precio piensas mantenerme a salvo?
―¡El que sea necesario! —gruñó—. No me importa lo que pase. Estaré contigo hasta el final.
Esas fueron las mismas palabras de Giselle. Todo el mundo parecía conectado conmino.
—Espero que no te arrepientas.
—No me he arrepentido de nada en todos estos años. ¿Por qué lo haría por la mujer que amo?
Fue la respuesta perfecta. Sus últimas palabras causaron ruido en mi cerebro, pero cuando sus respiraciones socavaban el aire a nuestro alrededor, olvidé lo que tanto me preocupaba. Me enfoqué en los hermosos ojos de Dominic, el golpeteo en mi corazón por las decisiones tan peligrosas que debía tomar y las repercusiones de las mismas. Dominic guardaba esperanzas en lo que elegiría; esperanzas que imploraba tener y no conseguí rogando. Me era imposible apagar esa llama que sentía con Drake, la sensación de ahogo mientras no estaba o la preocupación por él. Sentía que algo malo estaba a punto de ocurrirle. Era un presentimiento del mal.
Estar con Dominic era un eterno recordatorio del daño que haría si revelaba mis instintos, siendo imperativo enterrar ese sentimiento en la parte más profunda de mi corazón. Deseaba lo que Keyla tuvo y nunca valoró. Y aunque no sabía qué le ocurrió, ni el precio que pagó por su nefasto deseo o todo lo que la maldición que dejó sobre mí, sabía que nada bueno saldría de pactar con un demonio.
La página del diario que leí esa mañana, se remontaba a sesenta años después de la última parte interesante del mismo. Keyla era una anciana, con semblante cansado y menor energía que la muchacha de veinte años. Tenía una hija y nieta, las mismas que mi madre me reveló la tarde que la visité para aclarar las dudas que tenía del diario y sobre Agustín. Eran muchas interrogantes las que aún quedaban en toda esa historia, así que debía apurarme a terminarlo.
Lo único que sí sabía era que no permitiría que Luciano ganara la batalla que por generaciones sobrepasó y me alcanzó a mí. Nunca en la vida permitiría que alguien sufriera por mi culpa, pagara por mis pecados o muriera en beneficio de alguien que no merecía la vida de un inocente. Era una princesa, no la dueña del universo. Antes de poner una vida en peligro, prefería quitarme la mía.