Parpadeé varias veces para alejar las lágrimas. Cuando el dolor me permitió verlo, noté la serpiente muerta a metros de mis pies, decapitada. Junto a ella se encontraba Dash, con un enorme cuchillo goteando sangre. El pantalón que Dash eligió para recorrer los sembradíos, era un blanco ostra, por lo que las salpicaduras de sangre se veían en la tela como enormes ojos rojos. ―¡Dios mío! ―exclamó al acercarse. Dash se arrodilló ante mí, con el cuchillo en una mano y la otra recorriendo su cabello con desesperación. Sus labios temblaban. Mi corazón golpearía hasta saltar del pecho. La mordedura era prominente. Dos orificios adornaban mi pierna, justo por debajo de la pantorrilla. La piel comenzaba a oscurecerse con rapidez, como un eclipse. ―¿Qué hago? —preguntó tembloroso. ―¿Traes algún