Capítulo 10

1322 Words
Livia Esto era lo último que necesitaba esta noche. "Padre te está llamando." Maldita sea Lucifer y su estúpido estilo de hacerse llamar padre de todos los demonios. Esa era la mayor mentira que todos mis hermanos habían creído. Al final del día, él no era más que otro maldito caído. No dejaba de ser un gran y sexy caído, pero lo era. Ya no recuerdaba ni por qué me había acostado con él para comenzar. Ah sí, ya lo recuerdo... Kira y sus estúpidos cócteles. Entré a la mansión de Lucifer, su sirviente me hizo pasar a su despacho. El aire estaba cargado con un aroma dulce y seductor que siempre me ponía los nervios de punta. La opulencia del lugar era irritante; cada detalle, desde los candelabros hasta las alfombras persas, gritaba lujo y poder. —Bienvenida, hija mía... —dijo con una sonrisa en los labios mientras se levantaba detrás del escritorio. Sus ojos, oscuros y profundos, me recorrieron con una intensidad que siempre lograba hacerme sentir pequeña. Con pasos decididos se acercó a mí, colocando sus manos en mi cintura. Su toque era cálido, casi reconfortante, pero conocía la oscuridad que se escondía detrás de esa fachada. —Ya te he dicho, —dije colocando mis manos en sus fuertes brazos, sintiendo la tensión en sus músculos, —que si quieres coger conmigo dejes de llamarme así... —Bien, pequeña Liv, —dijo inclinándose hacia mí y besando mi cuello, provocando un escalofrío que recorrió mi espalda. —Necesito saber, qué mierda estabas haciendo con un caído en una iglesia abandonada, mi amor... Dejé escapar un siseo de dolor e intenté liberarme, pero su mano se deslizó directamente a mi cuello, golpeándome contra la pared y cortándome el suministro de aire. Sus dedos eran fríos, como el acero, y su presión implacable. —No quiero mentiras, Livia. Dime, ¿en qué mierda estás metida? No podía hablar. El aire se me escapaba, mis pulmones ardían y mi visión comenzaba a oscurecerse. La desesperación me invadió mientras sus ojos brillaban con una furia contenida. Intenté rasguñar su mano, pero su agarre era firme. Finalmente, aflojó la fuerza solo lo suficiente para que pudiera tomar un pequeño y doloroso respiro. Tosí y jadeé, tratando de recuperar el aliento. —Te... te lo diré, —logré decir entre jadeos. —Pero suéltame primero. Sus ojos se estrecharon, evaluando mi sinceridad. Lentamente, retiró su mano de mi cuello, pero mantuvo una mano firmemente en mi cintura, su presencia era ineludible. —Habla, —ordenó con un tono que no admitía desobediencia. Cada respiración era un esfuerzo en medio del aura opresiva de Lucifer, su presencia imponente y amenazadora llenaba la habitación. No podía revelarle la verdad completa; temía lo que podría desencadenar si supiera la verdadera misión de Ariel. —Él es... —logré articular entre toses dolorosas, luchando contra el agarre residual de su mano en mi garganta, —mi animae. Nos encontrábamos en secreto... Los labios de Lucifer se curvaron en una mueca de desprecio, sus ojos centelleaban con furia contenida. —¿Un caído? ¿Realmente crees que soy tan ingenuo? —su voz resonó con autoridad mientras se inclinaba hacia adelante, su frente presionando la mía, haciendo que mi corazón martillara con miedo y desafío. En lo más profundo de mi mente, una voz gritaba en silencio las verdades que no podía decir. "¿Y tú qué mierda eres?" pensé con rabia, mi cuerpo temblando bajo su mirada penetrante. —Es la verdad... —murmuré, sintiendo mi determinación tambalearse frente a su poderoso dominio. —Pues yo no te creo ni una mierda. La habitación se llenó con la tensión palpable entre nosotros, el silencio roto solo por la respiración agitada y el latido apresurado de mi corazón. —Por favor... —susurré, sintiendo el peso abrumador de mi propia vulnerabilidad frente a él. Lucifer arqueó una ceja, su sonrisa amenazante deslizándose lentamente por su rostro. —¿Estás rogando por tu vida... o por la de tu animae? —preguntó con voz burlona, sus ojos oscuros perforándome con su intensidad. En mi mente, la voz valiente estaba gritando la respuesta obvia. "¡Por mi vida, idiota!" Pero mis labios se negaban a pronunciar las palabras. —Yo... —comencé a decir, luchando contra el nudo en mi garganta. —¿Acaso no sabes cómo rogar adecuadamente? —chasqueó la lengua con impaciencia. De repente, me soltó con brusquedad, y caí al suelo con un golpe sordo. Al levantar la mirada, sentí las lágrimas deslizándose por mis mejillas, luchando por contener un sollozo desgarrador. "Maldito desgraciado, desearía que desaparecieras de una vez por todas." Lucifer se acomodó con desenfado en su sofá de terciopelo rojo, sirviéndose un trago de whisky con gesto tranquilo. —Si quieres que él siga viviendo... ven aquí. Me arrastré lentamente hacia él, sintiendo su mirada penetrante sobre mí en cada movimiento. Cada centímetro que me acercaba, una mezcla de furia y determinación ardía dentro de mí. Al alcanzarlo, sus ojos no se apartaron de los míos mientras dejaba el vaso sobre la mesa con un gesto casi casual. Una chispa traviesa titilaba en mis labios ante la idea de hacerlo callar de un trago, aunque otra voz en mi mente me instaba a buscar una salida desesperadamente. —Me agrada tu actitud —murmuró lamiéndose los labios, atrayéndome hacia él con un gesto suave pero firme. Me envolvió en sus brazos y me sentó en el brazo del sofá, inclinándose hacia mí para rozar mi cuello con su nariz. Mi pulso se aceleró mientras buscaba una manera de escapar. Sus besos en mi cuello eran apasionados, su mano firme en mi rostro, acercándome más a él. Entonces lo vi, mi posible salvación... o tal vez mi completa ruina, lo importante es que podría servir: un abrecartas sobre la mesa. Me incliné hacia adelante, frotando mi pecho contra el suyo, moviéndome para quedar sobre su regazo, insinuando una respuesta sensual mientras tomaba el abrecartas. Un segundo después, lo clavé con decisión en su pecho. Él me miró con una intensidad que parecía quemar a través de sus ojos. Sabía que mis acciones apenas lo detendrían por un momento, pero tenía que intentarlo. Salté de donde estaba y me lancé hacia la puerta, buscando desesperadamente la salida. Corrí por los pasillos de la mansión, los ojos fijos en la puerta. El aire pesado de la casa parecía ahogarme mientras esquivaba a los guardias que se interponían en mi camino. Mis pies golpeaban el suelo de mármol con fuerza, cada paso resonaba en el silencio tenso de la noche. El sudor frío se acumulaba en mi frente, mezclándose con el maquillaje corrido por el esfuerzo. Los guardias gritaban detrás de mí, sus voces resonaban como ecos distantes en mi mente acelerada. Ignoré sus demandas de detenerme y me lancé hacia la puerta principal, la única salida hacia la libertad que tanto anhelaba. Mis piernas ardían de fatiga, pero cada músculo estaba tenso con determinación. No podía permitirme ser capturada ahora. Un grito resonó justo cuando mis manos alcanzaron la fría manija de la puerta. No me detuve a mirar atrás. Abrí la puerta con fuerza, dejando que el aire fresco de la noche me acariciara el rostro. La adrenalina bombeaba en mis venas, impulsándome a seguir adelante. —¡Alto ahí! —rugió una voz tras de mí, seguida por el sonido de botas que golpeaban el pavimento. "Y una maldita mierda que voy a parar." Mi mente estaba puesta en llegar al lugar seguro donde Kira me esperaba. Usé mi poder con desesperación, canalizando la energía necesaria para teletransportarme de vuelta a la discoteca. En un abrir y cerrar de ojos, estaba otra vez en el despacho de Lucifer. El aire cargado de azufre me llenó los pulmones, y el eco de mis jadeos rompía el silencio opresivo de la habitación.

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