Livia
El mapa nos llevó a través de calles estrechas y callejones oscuros. Podía sentir la presencia de otros seres en la oscuridad, pero ninguna se atrevió a acercarse. Sabían que éramos peligrosas y que no podían atacarnos por sorpresa.
Finalmente, llegamos a una antigua fábrica abandonada en las afueras de la ciudad. Las ventanas estaban rotas y la estructura parecía estar a punto de colapsar.
El mapa flotante se desvaneció lentamente, indicando que habíamos llegado a nuestro destino.
—Aquí es, —dije en voz baja, sacando una de mis dagas y preparándome para lo que pudiera venir.
Kira se posó en mi hombro, sus alas vibrando sutilmente.
—Ten cuidado, Liv, —susurró, sus ojos escaneando el entorno.
Moví la cabeza ligeramente asintiendo y nos adentramos en la fábrica, moviéndonos con sigilo entre las sombras.
El lugar estaba en ruinas, con escombros por todas partes y el aire lleno de polvo. Cada sonido se amplificaba en el silencio, haciéndonos más conscientes de nuestra vulnerabilidad.
De repente, escuché un susurro y me detuve en seco. Kira se tensó en mi hombro, sus ojos enfocándose en la dirección del sonido.
—Allí, —señaló con un movimiento de cabeza, indicando una figura que se movía entre las sombras.
Nos acercamos lentamente, con cuidado de no hacer ruido. La figura se detuvo, como si sintiera nuestra presencia. Cuando estuve lo suficientemente cerca, vi la familiar silueta del caído. Estaba agachado sobre unos viejos libros, examinando mapas y textos antiguos.
—Ah, aquí estás, —dije con una sonrisa sarcástica, levantando mi daga en posición defensiva.
El caído se giró rápidamente, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y furia. Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio.
—Tú otra vez, —gruñó. —¿No tienes nada mejor que hacer?
—Encontrarte es bastante entretenido, —respondí, dando un paso adelante. —Y esta vez, no escaparás tan fácilmente.
El caído me miraba con esos ojos fríos y calculadores, una mezcla de desprecio y sorpresa.
No podía permitir que escapara otra vez. Necesitaba asegurarme de que él no desapareciera sin dejar rastro, y para eso, tenía que tomar una decisión drástica.
—¿Quién de tus amos te mandó seguirme? —preguntó con desprecio, sus palabras goteando desdén.
—No tengo amos, —respondí con calma, esquivando su pregunta. No tenía intención de revelar más de lo necesario.
Él no parecía convencido y, en un movimiento rápido, intentó escaparse. Pero Kira, siempre alerta, conjuró enredaderas oscuras que se enrollaron alrededor de sus pies, deteniéndolo en seco.
—¡Maldita sea! —maldijo el caído, luchando contra las enredaderas.
—Qué poco propio de un ángel, —dije con una sonrisa sarcástica. —Incluso si eres un caído, deberías tener más decoro que maldecir así.
Él me lanzó una mirada asesina, pero no dijo nada. Intenté sacarle más información sobre el arma, pero se mantuvo en silencio, sus labios apretados en una línea delgada. Su resistencia solo me frustraba más.
Tomé una profunda respiración, sintiendo la magia oscura burbujear dentro de mí. Kira se movió inquieta en mi hombro, sabiendo lo que estaba a punto de hacer. No podía retroceder ahora.
—Lo siento, Kira, pero esto es necesario, —susurré inclinando mi cabeza en su dirección para mirarla.
La pequeña hada demonio asintió, sus ojos brillando con preocupación.
Levanté una mano y comencé a murmurar las palabras de un antiguo hechizo, uno que había aprendido en los oscuros confines del inframundo. Mis labios se movían rápidamente, pronunciando las sílabas con precisión.
El caído frunció el ceño, intentando dar un paso atrás mientras me observaba con cautela.
—¿Qué estás haciendo? —gruñó, su voz llena de sospecha.
Ignoré su pregunta y continué con el hechizo.
Una luz negra y azul comenzó a brillar alrededor de mi mano, extendiéndose hacia él como tentáculos de energía. Podía sentir la conexión formándose, uniendo nuestras almas de manera inquebrantable.
—¡Detente! —gritó, pero ya era demasiado tarde.
La energía lo envolvió, y ambos quedamos inmóviles por un momento, sintiendo la intensa unión de nuestras almas. Una mezcla de su fuerza celestial y mi poder demoníaco se entrelazaron, creando un vínculo que no se rompería hasta que encontráramos el arma.
El caído jadeó, su rostro torcido por el esfuerzo de resistirse. Sentí su lucha interna, su desesperación por liberarse de mi hechizo. Pero no iba a permitirlo.
—¿Qué has hecho? —espetó, mirándome con furia.
—Nos he unido, —respondí con una sonrisa maliciosa. —Hasta que encontremos el arma, no podrás escapar de mí.
El caído respiraba con dificultad, sus ojos llenos de odio y resignación, tanto él como yo y todas las criaturas sobrenaturales sabían lo que un vínculo como éste era difícil de romper. Por no decir casi imposible.
—Eres una maldita lunática, —murmuró.
—Tal vez, —dije, bajando mi mano y sintiendo la conexión entre nosotros como una cuerda invisible. —Pero ahora no tienes otra opción que trabajar conmigo.
Nos quedamos en silencio por un momento, ambos procesando lo que había hecho. Sentía su ira, su resistencia, pero también su aceptación resignada. Sabía que no podía deshacer el hechizo sin mi ayuda.
—Bueno, —dije finalmente, rompiendo el silencio. —Ahora que estamos unidos, ¿por qué no empezamos a compartir información?
El caído suspiró, su mirada cansada pero desafiante.
—No me dejas otra opción, ¿verdad? —dijo con amargura negando con la cabeza.
—No, no la tienes, —respondí. —Así que, ¿por qué no comenzamos con lo que sabes sobre el arma?
El caído me miró fijamente por un largo momento, y finalmente asintió, resignado a su destino.
—Está bien, —dijo. —Te contaré lo que sé. Pero no creas que esto significa que confío en ti. Y si vamos a estar juntos en esto, mejor apréndete mi nombre, —dijo con un tono mordaz. —Porque si algo pasa y me llamas 'caído', no te ayudaré. Aunque, sinceramente, tampoco creo que te ayudaría si estuviéramos en problemas.
Solté una risa de pura satisfacción, disfrutando del intercambio hostil.
—¿Y cuál es tu nombre, entonces? —pregunté, con una ceja levantada.
—Ariel, —respondió con un destello de orgullo en sus ojos.
El nombre resonó en mi mente con un extraño sentimiento de déjà vu. Antes de que pudiera procesar lo que sentía, una visión me golpeó con la fuerza de una tormenta.
De repente, ya no estaba en la antigua y destruida fábrica. Me vi transportada a una pradera iluminada por el sol, con la hierba alta ondeando al viento.
Ariel corría, su rostro lleno de desesperación, perseguido de cerca por dos demonios. Mi corazón se aceleró al reconocerme a mí misma corriendo más adelante, intentando escapar.
La visión se desvaneció tan repentinamente como había llegado, dejándome con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Me aferré a la realidad, sintiendo la frialdad del lugar y la presencia de Ariel a mi lado.
Él me miraba con una expresión de preocupación y sospecha.
—¿Qué te pasa? —preguntó, frunciendo el ceño.
Sacudí la cabeza, tratando de despejar la visión de mi mente.
—Nada, —mentí, aún sintiendo el suelo irregular de la pradera bajo mis pies.
Él me estudió por un momento, sus ojos oscuros buscando alguna señal de debilidad.
—Bueno, —dijo finalmente. —Si has terminado con tus episodios, tenemos trabajo que hacer.
Lo miré fijamente, sintiendo el eco de la visión en mi mente. Sabía que no podía confiar en él, pero ahora estábamos unidos por algo más grande que ambos. Y mientras más rápido encontráramos el arma, más rápido podría deshacerme de estas malditas visiones. Y con suerte de este vínculo entre nosotros.
—Sí, —dije, enderezándome. —Tenemos mucho que hacer. Pero recuerda, Ariel, no bajaré la guardia. Ni por un segundo.
Él sonrió, una sonrisa llena de desafío.
—Espero que no lo hagas, —dijo. —Esto será divertido.