Capítulo 8

1426 Words
Ariel No entendía cómo esta maldita loca me había encontrado. Cada paso que había dado desde que salí de mi apartamento estaba calculado, mi ruta cuidadosamente planeada para evitar encuentros no deseados. Y, sin embargo, aquí estaba ella, siguiendo mis pasos como si fuera una sombra persistente. Había salido de mi apartamento con rumbo al primer lugar en mi lista de pistas, una antigua iglesia abandonada que se decía albergaba textos antiguos sobre la guerra de los eternos. El aire de la noche era fresco, cargado con la humedad de una reciente llovizna. Mis botas resonaban en el pavimento húmedo, y el sonido me mantenía consciente de mi entorno, alerta a cualquier peligro. Las luces de la ciudad creaban un halo difuso alrededor de los edificios, dando a todo un aire de misterio. Pero mi mente estaba nublada por la frustración y la desconfianza hacia la demonio que ahora se había convertido en mi compañera de búsqueda forzada. Y más... Cada esquina que doblaba, cada callejón oscuro que cruzaba, sentía su presencia como una constante amenaza. El eco de sus pasos, aunque suaves, resonaba en mi mente recordándome que no estaba solo en esto. Me giré para mirarla brevemente. Sus ojos, de un azul profundo, me miraban con una mezcla de desafío y curiosidad. Kira, su pequeña hada demoníaca, revoloteaba alrededor de su cabeza, susurrando cosas que no podía escuchar pero que, sin duda, eran sobre mí. —¿Por qué sigues tras de mí? —le pregunté, sin detenerme, la voz impregnada de irritación. Livia se encogió de hombros, con una sonrisa cínica en sus labios. —Porque eres la mejor pista que tengo, Ariel. Y no pienso dejar que te escapes otra vez. Sus palabras eran como un ácido, quemando cualquier intento de ignorarla. Me enfurecía su persistencia, pero también me preocupaba la posibilidad de que pudiera ser útil. Había pasado tanto tiempo buscando solo, que el simple hecho de considerar la ayuda de alguien más era casi insoportable. Pero tenía que admitirlo, la idea de tener un aliado, aunque sea temporal, podría acelerar mi búsqueda. Las calles se volvían más estrechas y oscuras a medida que nos acercábamos a la iglesia. Los edificios se amontonaban a nuestro alrededor, altos y opresivos, como si intentaran aplastarnos bajo su peso. La iglesia se erguía al final de un callejón sin salida, sus paredes de piedra gris cubiertas de musgo y sus ventanas rotas dejando escapar el aire frío de su interior. Entré primero, asegurándome de que el lugar estaba vacío antes de dejar que Livia y Kira me siguieran. El interior estaba en ruinas, con bancos rotos esparcidos por el suelo y telarañas cubriendo las esquinas. El olor a humedad y descomposición llenaba el aire, mezclándose con el incienso antiguo que aún persistía en el ambiente. Me dirigí hacia el altar, donde según mis fuentes debía haber un compartimento oculto con los textos que buscaba. Sentí una mezcla de emoción y desesperación al pensar en lo cerca que estaba de otra pista. —¿Seguro que está aquí? —preguntó Livia, su voz resonando en el vacío de la iglesia. —Sí, —respondí con firmeza. —Aquí es donde encontraremos lo que buscamos. Me arrodillé frente al altar y comencé a buscar el compartimento oculto. Mis dedos recorrieron las piedras frías y húmedas, buscando algún mecanismo que revelara el secreto. Sentía los ojos de Livia clavados en mi espalda, observándome con esa mezcla de desconfianza y curiosidad que tanto me irritaba. —¿Tanto miedo te dan las iglesias? —pregunté con burla. Livia gruñó, su respuesta impregnada de un malestar continuo que parecía envolverla. —No es miedo, —respondió con un tono cortante, mirando a su alrededor haciendo muecas de irritación. —Es desagrado. Mientras continuaba mi búsqueda, no pude evitar sonreír ante su molestia. Era un pequeño consuelo saber que eso le molestaba, y pensaba usarlo a mi favor. —¿Y si no encontramos nada? —preguntó, su voz llenando el silencio con una duda que no quería admitir. —Entonces seguiremos buscando, —dije, tratando de mantener la calma. —No tengo intención de rendirme ahora. Finalmente, mis dedos encontraron una hendidura. Con un esfuerzo considerable, moví una piedra, revelando un compartimento oculto. Dentro, envueltos en un paño viejo y polvoriento, estaba un diario con los textos antiguos. Los saqué con cuidado, sintiendo una oleada de alivio y triunfo. —Lo tenemos, —dije, mostrando los textos a Livia. Sus ojos se iluminaron por un momento antes de volver a su habitual mirada fría y calculadora. —Bien, vámonos de aquí y leamos eso en un lugar más seguro, —dijo ella, lanzando una mirada nerviosa alrededor de la iglesia. Me reí ante su evidente incomodidad y me dejé caer en un pedazo de madera que antes seguramente era un banco, abriendo el diario con una sonrisa arrogante. —¿Aquí mismo? —Livia me miró con incredulidad. —¿Estás loco? —Muy cómodo, gracias, —respondí, ignorando su irritación mientras pasaba las páginas del diario. La tinta desvaída y las anotaciones meticulosas revelaban fragmentos de información importante. De repente, un sonido agudo rompió el silencio de nuestro desafío mutuo. Ambos levantamos la vista al mismo tiempo y vimos una figura angelical que se materializaba ante nosotros, su luz cegadora llenando el espacio. Su rostro, severo y majestuoso, se giró hacia nosotros con una mirada acusadora. —Eso no te pertenece, —dijo la figura con una voz resonante que hizo eco en las paredes de la iglesia. Reconocí a Zadkiel, un ángel conocido por su justicia y severidad. Su presencia me llenó de una mezcla de temor y resentimiento. A pesar de haber sido desterrado, no pude evitar sentir una chispa de respeto. —Zadkiel, —murmuré, poniéndome de pie con el diario firmemente sujeto en mis manos. —Ariel, —dijo él, su voz suavizándose apenas. —Deja ese diario y márchate. —No puedo hacer eso, —respondí con firmeza. Livia se movió a mi lado, su cuerpo tenso y listo para atacar. —¿Y quién es ella? —preguntó Zadkiel, su mirada recorriendo a Livia con desaprobación. —No es de tu incumbencia, —respondí, alzando la barbilla con desafío. Zadkiel suspiró y su semblante se oscureció. Con un movimiento rápido, lanzó una ráfaga de energía hacia nosotros. Livia y yo nos lanzamos en direcciones opuestas para evitar el ataque. El pedazo de banco en el que había estado sentado estalló en pedazos, enviando astillas de madera volando por todas partes. —¡Esto no tiene por qué terminar así! —grité, levantándome con dificultad. Livia lanzó un hechizo hacia Zadkiel, pero él lo desvió con facilidad. La iglesia resonaba con el sonido de la lucha, y cada golpe y contraataque aumentaba la tensión en el aire. Me moví hacia el altar, tratando de proteger el diario de los ataques. Sabía que necesitaba esa información, pero Zadkiel no se detendría hasta que nos hubiera derrotado o recuperado el diario. Él atacó de nuevo, esta vez con una fuerza más concentrada. Logré evadir el golpe, pero Livia no fue tan afortunada. La energía la golpeó de lleno, arrojándola contra la pared de la iglesia. Soltó un grito de dolor, pero se levantó de nuevo, con una determinación feroz en sus ojos. —No puedes detenernos, Zadkiel, —dije, mi voz firme. —Tal vez no, —respondió él, su voz llena de tristeza. —Pero debo intentarlo. Livia lanzó una serie de hechizos oscuros hacia Zadkiel, sus manos brillando con energía demoníaca. Él los bloqueó con su escudo de luz, pero cada ataque lo distraía, alejando su atención de mí. Aprovechando la oportunidad, me escabullí hacia la salida de la iglesia, protegiendo el diario con los textos antiguos contra mi pecho. —¡Vete al infierno, ángel! —gritó Livia, sus palabras llenas de veneno. —Aunque, claro, probablemente te sentirías como en casa allí. Zadkiel frunció el ceño, sus ojos llenos de una mezcla de desaprobación y odio. —No entiendes lo que está en juego, demonio. Esto no es un juego. Livia soltó una carcajada amarga, lanzando otra andanada de energía oscura. —¿No es un juego? —dijo haciendo un mohín con los labios, —Pues yo siempre he sido una jugadora bastante buena. Aunque sabía que Livia no podría ganar contra Zadkiel, su distracción me dio el tiempo suficiente para salir de la iglesia y proteger el diario. Una vez afuera, respiré profundamente el aire frío de la noche.
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