—¿Está todo listo? —preguntó tajante apenas salió de la importante junta nocturna de la que había sido partícipe.
—Si señor, la chica lo espera en su casa. —Alexander Vance como era conocido en la élite de los CEOS, se aflojó el amarre de su corbata y entró al auto conducido por su chofer.
—Quiero ver una foto —le pidió a su asistente quien lo acompañaba en el mismo auto.
—Se llama...
—No me interesa su nombre —dijo con desdén tomando la foto de la chica rubia.
Alexander sonrió y devolvió la foto.
—Es perfecta. —Después de un largo día de trabajo Arnaut se encargaba de contratar alguna mujer para su jefe y la llevaba a su casa para que pudiera tener sexo con ella. Ya se había vuelto una rutina, aún que el acto s****l como tal no era la razón principal de su obsesión de tener siempre alguien con quien estar.
Silencio, es lo que más lo llenaba de placer, eso y ver como cada una de ellas luchaba contra su instinto, uno tan básico como comunicarse a través del sonido, su sed de sexo era solo la punta del iceberg de todo lo que escondía, y pobre de aquella que no pudiera darle lo que el pedía.
Arnaut aún recordaba a la pobre chica, Irene, no había olvidado su nombre, esa noche Alexander había estado con ella, todo parecía estar bien con sus respectivas reglas, no besos, no sonidos, ni caricias, solo su placer propio, pero nada salió como había previsto esa noche, apenas Alexander Vance había llegado al orgasmo, Irene gimió equivocadamente al llegar al suyo.
Vance paró toda acción mirándola con furia, con brusquedad la tomó del brazo y la volteó. En su mirada se podía notar el temor. Primero fue una bofetada que hizo sangrar su labio, Irene gimió de nuevo solo que ahora de puro dolor, Alexander la cargó sobre su hombro y la llevó hasta el sofá donde la obligó a inclinarse mientras el la azotaba varias veces.
Jamás quiso regresar de nuevo después de eso, ella solo había sido una de las pocas mujeres que desobedecieron sin querer a Alexander, otras más solo hacían su trabajo y se iban. Aunque los golpes eran algo que sabían que podría pasar, jamás pensaron que sería por enojo real y no porque estos le causaran algún placer, lo cual no era el caso.
Ante el ojo público su fetiche era un secreto, para la sociedad él era el respetable Alexander Vance, el CEO más importante en Londres y el soltero más cotizado. Incluso para Arnaut, su asistente, era un misterio el acto s****l que practicaba su jefe, ¿A quién podría molestarle que su pareja s****l gozara y que lo demostrara con sus gemidos? Claramente ese alguien era Alexander.
Nadie nunca imaginó lo que realmente escondía el CEO de Gold In. Hasta que ella llegó a su vida.
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Unas horas antes
—¿Tienes muchos clientes hoy?
Helena soltó un suspiro y negó mientras se ponía crema en su cuerpo semi desnudo, delante de Leyna su amiga y roommate.
—Ha estado un poco tranquilo, en estas fechas todos quieren ser fieles o no tiene suficiente dinero para pagar una prepago. —Bufó mientras se vestía.
—No podemos darnos el lujo de estar sin trabajo o bajar nuestra cuota, apenas si nos queda dinero para las compras y el alquiler, Bruno se queda con todo nuestro dinero. —Helena asintió en respuesta. Aún sin clientes tenían que pagar solo por dejarlas trabajar, era un robo, lo sabía, pero que más podía hacer si tenía una deuda que pagar.
Empezó a maquillarse en silencio. No le gustaba pensar en la miserable vida que llevaba. Leyna caminó hacia el armario escogiendo un vestido corto y botas largas.
—¿Dónde te veré después de tu turno? —preguntó la azabache viéndose por última vez al espejo.
—No lo sé, me toca con un señor muy importante según me dijeron las chicas. —Helena se encogió de hombro restándole importancia sin notar la mirada curiosa de Leyna a su espalda.
—¿De quién se trata? —Helena se puso pensativa tratando de recordar el nombre.
—Alexander... Vance, creo. —Su amiga abrió sus ojos, sorprendida, ella notó su semblante y se preocupó un poco
—Tranquila no es nada malo solo es que hablan cosas extrañas de él.
—¿Extrañas? —preguntó curiosa.
—Jamás he ido a unos de sus servicios pero según lo que dicen por allí es que el tipo tiene gustos extraños, no le gusta que lo toquen o besen y mucho menos que emitan algún sonido ¿me entiendes? —Helena sonrió.
—¿Solo eso? —Se puso de pie y con tranquilidad empezó a ponerse el vestido rojo y corto de holán que ese día usaría—. Gracias a Dios que solo querrá follar y ya. ¿Sabes el asco que me da que quieran que los bese y que me queje hasta que la garganta me duela? Es tan asqueroso y fastidioso, más cuando no sientes ni si quiera un poco de placer al estar con ellos.
Leyna sonrió con nostalgia y palpó su hombro, al menos tenía el consuelo de que eso no fuera problema para su amiga.
—Llámame cuando termines y nos veremos para cenar. —Helena asintió tomando sus cosas antes de despedirse.
La rubia salió de su edificio con un poco de prisa mientras se peinaba en el camino rumbo a su trabajo.
—¡Hola! —la voz y sonrisa de su vecino la hicieron parar—. Oye no sé si sepas quien soy...
Helena le sonrió en respuesta y asintió, claro que sabía, él era Addam, el chico lindo y amable del 5a.
—Addam. —Él sonrió asombrado—. Así te llamas ¿no? —Helena dijo fingiendo no estar segura, no quería que pensara que sabía todo de él, cuando hasta ese momento habían cruzado palabra, se vería como una acusadora.
—Pensé que no sabrías mi nombre... Helena. —La rubia asintió mirando al piso. Addam rascó nervioso su nuca y no supo que más decir, Helena era preciosa, como ninguna otra chica que el haya visto y cuando esa tarde se propuso hablarle por primera vez no creyó que llegaría tan lejos, incluso pensó que la hermosa chica del apartamento 7b jamás le regresaría el saludo, pero ahora estaba frente a ella con su atención puesta en su persona y con los nervios a flor de piel.
Helena desvió la mirada al notar a Layna en la puerta del edificio, mantenía su celular en la oreja, ayudándose a sostenerlo con su hombro, mientras le señalaba el reloj de su muñeca y le dedicaba una mirada reprobatoria. En ese momento se despabilo recordando que tenía que irse ya o podría irle muy mal.
—Perdón Addam, pero tengo que irme, luego platicamos ¿Si? —Sin pensar Helena dio un paso hacia él y besó tiernamente su mejilla, no dijo nada más y siguió su camino, mientras el chico a su espalda sonrió como un tonto enamorado sin creer lo que había pasado. Juró en ese momento que jamás iba a volver a lavar su rostro.
—Llegas tarde, Helena —dijo Bruno, escudriñando a la rubia de pies a cabeza—. Anda ve con Irene, te dará la dirección de tu cliente.
Helena asintió en silencio, cohibida por la mirada lujuriosa de su proxeneta, caminó de prisa al lugar donde se encontraba su compañera.
—Llegas tarde — Irene también la reprendió—. Solo te diré rápidamente las instrucciones que debes saber, no tenemos mucho tiempo así que apréndetelas —dijo seria y asintió igual.
Helena tomó con prisa sus pastillas y sacó unos condones de su loquer.
—Eso no te servirá —dijo Irene al verla—. Al señor Vance le gusta sin condón. —Al escucharla, Helena guardó de nuevo los condones sin comentar nada al respecto, era habitual que a los hombres no les gustara usar protección, eran unos cerdos.
—Perfecto... Pon atención, al señor Vance no le gusta que lo miren, ni que lo toquen o hablen y por tu bien a la hora del sexo no digas nada, absolutamente nada. —Irene le advirtió, más que nadie sabía lo que pasaría si no acataba las reglas.
—¿Qué pasa si lo hago? —Helena se atrevió a preguntar.
—Más vale que no lo averigües. —La rubia tragó grueso mientras Irene peinó su cabello y le sonrió.
—Estás lista. Toma el taxi, dale la dirección, una ama de llaves te recibirá y espera al señor Vance en su recámara, jamás hagas algo sin su permiso y estarás bien. —Palpó su hombro y Helena salió tomando el taxi como le dijo.
Alexander llegó a su residencia después de regresar de su viaje de negocios, se adentró a su recámara donde ya se encontraba la chica que había pedido para esa noche. Estaba ansioso, necesitaba liberar todas sus tensiones.
Se acercó lentamente hacia ella y la recorrió por completo, le gustaba como iba vestida y más porque el rojo era su color favorito. Caminó en círculo hasta posicionarse detrás de ella. Alzó una ceja cuando su mirada fue atraída hasta ese delicioso y enorme culo que poseía.
Helena Se mantuvo en silencio como le dijo Irene, su postura era recta y miraba hacia enfrente, viendo particularmente nada al sentir la mirada de Alexander por todo su cuerpo. Vance regresó al frente observando su rostro con más atención, tenía que admitir que la chica era muy atractiva, levantó su rostro tomando su barbilla, solo un poco, pero si lo suficiente para que sus ojos azules conectaran con los suyos. Por un momento se preguntó como alguien tan joven y de belleza angelical podía dedicarse a esto. Alexander siguió observando cada detalle deteniéndose particularmente en aquellos carnosos labios rosa. Era una total locura que creyera que no había visto mujer más hermosa que ella. ¿Desde cuándo se fijaba en el físico? Solo le bastaba con tener un cuerpo caliente donde desahogarse, eso lo era todo.
—Desvístete y recuéstate —le ordeno al notar que ya había perdido demasiado tiempo con insignificancias. Helena ni siquiera asintió solo se empezó a desvestir frente al extraño y bajo su mirada inquisidora. Alexander estaba disfrutando tanto de la vista de ese bello cuerpo que poseería en un momento. Sus senos eran grandes pero no exagerados, perfectamente uno de ellos podría caber en la palma de su mano y sus pezones eran unos lindos botones rosas que sé encontraban tan dispuestos y erguidos, su vientre estaba totalmente plano y acentuaba muy bien con sus proporcionadas caderas formando un perfecto cuerpo de reloj de arena.
Helena estaba a punto de quitarse la última prenda que la cubría cuando Alexander alzo la mano y la detuvo negando, Ella entendió el mensaje y se dejó puesta las bragas rojas que cubría su intimidad.
—Recuéstate —Ordenó de nuevo.
Helena obedeció sin decir ni una palabra, expectante de las acciones de su cliente. Ahora era el turno de Alexander para desvestirse frente a ella. Tenía que admitir que esa, era la primera vez que uno de sus clientes era tan extraño como lo era de atractivo. Demasiado atractivo y que decir de ese espectacular cuerpo que dejó al descubierto mientras no dejaba de mirarla. Se preguntó por qué un hombre así tenía que pagar por sexo cuando seguramente a las mujeres se les caían las bragas con solo verlo. Tampoco tenía ni idea de cuántos años podría tener, pero estaba segura de que ya era mayor y no porque lo pareciera sino porque esos ojos negros sádicos se lo gritaban. Tal vez esa oscuridad era la que no quería que nadie mirara.
—Abre las piernas. — Helena obedeció.
Vance tomó posición, por primera vez sus pieles se estaban rosando desnudas. Palpó con firmeza una de sus piernas deleitándose con la sedosidad de su piel y se acercó peligrosamente a su rostro susurrando muy cerca de sus labios.
—¿Conoces las reglas? —Helena dejó de respirar y asintió ganándose una sonrisa de su parte—. Buena chica. Veremos que tan fuerte eres, no se te ocurra soltar ni siquiera un suspiro o tendré que castigarte muy fuerte y odio tener que hacerlo —La rubia solo mordió su labio cuando el gran Alexander Vance, hizo aún lado la pequeña prenda que la cubría y entró en ella con un poco de esfuerzo. Helena tuvo que cerrar sus ojos y apretar su mandíbula cuando fue penetrada de manera deliberante.
—Así me gustan, calladitas... te diré algo, sé que no será fácil pero agradezco tu esfuerzo —dijo en el momento preciso en que empezaba a moverse de manera más rápida.
Helena sintió como su interior se contraía, como estaba siendo follada tan fuerte y placenteramente, un placer que extrañamente no había sentido nunca y que la llenó de frustración por no poder decir nada.
Alexander llevó una de sus manos hasta el redondo culo de Helena, lo sostuvo con fuerza mientras movía sus caderas de manera errática. Como reflejo, Helena hechó su cabeza hacia atrás al sentir como el pene de Vance, la llenaba de manera que jamás había imaginado y en tan poco tiempo transcurrido. Su respiración empezó a descender y su rostro a transpirar. Esto tenía que ser una jodida broma, nunca había sentido placer, pero ahora que en verdad estaba gozando tenía que callarse.
Maldijo en su mente.
Alexander solo observaba a la pequeña chica quien batallaba con sigo misma para tratar de resistir a toda costa, que algo fuera a salir de su boca. Vance la tomó por los brazos y la alzó sobre sus piernas quedando sobre su regazo. Aún era él quién ponía ritmo y sonrió cuando Helena recostó su cabeza sobre su hombro, podía escuchar su respiración acelerada, Alexander decidió que era momento de ponerle más ritmo a sus movimientos y así lo hizo. Tanto fue la abrumadora sensación que su pene le hizo sentir que sin querer soltó un sollozo de placer, tan agudo y sensible que claro que no pasó desapercibido para Alexander.
Paró sus movimientos y Helena lo miró aterrada, esperaba lo peor, tal vez una bofetada como era su costumbre, según lo que contaban de él y después de eso los azotes sobre el sillón, pero lo que jamás esperó fue que Alexander volviera hacer el mismo movimiento de cadera para que ella pudiera sollozar de nuevo.
La rubia quiso reprimirlo esta vez, pero Alexander quitó la mano de su boca y le dijo...
—Hazlo de nuevo. —Con sus pupilas dilatadas al pedírselo.
Helena no podía entender por qué le pedía eso cuando sus reglas eran no hacer sonido alguno, pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Alexander empezó a follarla de nuevo, aún más rápido. No pudo más, necesitaba desahogarse y entonces empezó a soltar gemidos con su dulce y aguda voz.
—¡AAH! ¡aaah! ¡aaah! —Vance sonrió y volvió a recostarla en la cama poniendo su oído cerca de la dulce boca de la prepago. Ese sonido en vez de enfurecerlo, causó algo que jamás hubiera imaginado y era ponerlo aún más caliente de lo que ya estaba, era algo que incluso para él había resultado toda una sorpresa.
—Di mi nombre —le pidió cuando estuvo a punto de correrse.
Helena soltó otro gemido seguido del nombre de Vance cuando ambos se corrieron al mismo tiempo. Alexander ni siquiera salió de ella cuándo acabó y empezó a moverse de nuevo, haciendo que empezara a gemir otra vez, ya que su sensible cuerpo estaba al cien.
—Señor Vance... —Alexander la miró como si se tratara de una auténtica locura—. Tiene que pagar extra si lo volvemos hacer.
Helena le pidió y el sonrió.
—Te pagaré toda la jodida noche si sigues diciendo mi nombre...