Su perfume, el olor que dejaba el duque en las sábanas fue la única compañía con la que Gabrielle amaneció al día siguiente.
Ella cubrió su rostro, incómoda con la luz que entraba por la ventana, lo siguiente que notó es que tenía algo pesado en el dedo. Otra vez el anillo de compromiso de la familia Martínez de Irujo volvía a estar en su dedo.
Gabrielle se sentó en la cama y pasó el dedo sobre aquella joya tan delicada que ella se negaba a aceptar como suya. Paseó la mirada por la habitación quedándose embelesada una vez más con lo bonita que era, la brisa alisó su piel que se erizó recordando el calor del duque envolviendo su cuerpo. Gabrielle era totalmente consciente de que había pasado la noche en sus brazos, y por más extraño que le pareciera no se sintió avergonzada de ello, lo q
