Gabrielle estaba sentada en el asiento del avión mirando por la ventana, viendo que ya estaban sobrevolando la ciudad de Madrid. La chica era la viva imagen de la tristeza, la indignación y de cierta forma de la resignación. Gabrielle solo quería empezar bien la universidad, sacar adelante su pequeña Fundación y ser independiente, pero allí estaba sintiéndose como una yegua que estaba a punto de ser vendida. –Vamos cariño, quita esa cara por favor. –pidió Adrien agarrando la mano de su hija. –Verás que todo saldrá bien, sólo tienes que seguir mis consejos. –Por supuesto papá. –respondió con sarcasmo. – Tú dime, ¿crees qué debería quitarme las bragas, a lo mejor el semental… digo, el Duque querrá probar la mercancía antes de comprarla? –escupió y su padre la miró con reproche. –¡¡C