Después del día en el que el Licenciado se atrevió a decirme tamaña locura pareció cambiar su forma de ser, aunque no me saludaba, siempre que pasaba frente al escritorio me dirigía una mirada penetrante como hurgando en mis ojos algo. Había transcurrido una semana de lo que yo asumí como un incidente, cuando por segunda vez, desde que trabajo para él, lo vi de pie con su cuerpo extremadamente alto, imponente y musculoso totalmente erguido pegado al escritorio mirándome fijamente con los ojos ampliamente abiertos. —¿Ne…, ne…, necesita algo Licenciado? –Le pregunto con la voz atropellada. Muerdo mis labios pues verlo tan de cerca alteró mis nervios. —¿Tiene los informes listos? —Me pregunta sin quitar la mirada de mis ojos. —Sí…, sí, estab