Prólogo.

3434 Words
     La noche fría lograba calar en la piel de todos los presentes después de décadas sin sentir algo tan pobre como una sensación sobre ellos, en sus cuerpos. Las miradas confundidas que volcaban en lo paranoico y temeroso se centraron en el hecho que ocurría frente a ellos, sin mentiras o trucos, solo mutismo sordo que arropaba a su sorpresa sólida. Había un silencio sepulcral que se movía entorno a todos los presentes incapaces de creer lo que sucedía en aquel momento, este mismo los mantenía estáticos en su sitio, la impresión cruda que se negaba a marcharse del sitio, burlona y desorbitante. Al frente dentro de la escena un hombre acompañaba a lo que sucedía, con rodillas clavadas en el suelo sus manos empuñaban la ropa roída de la mujer pálida, su piel aún conservaba la tibieza que hacía años había perdido, pero que recupero momentos antes del fatal suceso, aunque el semblante vivo se cernía a su rostro, el profundo dolor lograba borrar aquello dejando el sufrimiento danzando encima de él. En pocos segundos los quejidos que avisaban el llanto ensordecedor comenzaron a volverse gimoteos cada vez más fuertes, callando el silencio que hacía rechinar los oídos de quienes en algún punto de sus vidas habían dejado su plano terrenal. El corazón del hombre que robaba la escena martilleaba fuertemente contra su pecho, el dolor triste y mudo de lo que significaba vivir. De pronto el sonido del llanto ensordecedor del hombre rompió con la calma de la noche que perpetua se cernía encima de la cabeza de todos, las estrellas escuchaban desde el firmamento que se acoplaba con firmeza encima de sus cabeza, tristes los gritos de dolor profundo combinados con gruesas lagrimas que atormentaban a todos, almas que se estremecían al compás de la desagradable sensación, hubo un tiempo en que las lagrimas dejaban de derramarse más se negaba a dejar el cuerpo de quien era su amada, era tan poco el tiempo que su corazón que ahora latía se negaba a dejarla ir, el dolor de la perdida quemaba con fuerza en su pecho haciendo que fuera difícil respirar correctamente, respiraciones entrecortadas que dejaban a penas a pequeños jadeos proporcionar un poco de aire a sus pulmones que quemaban con cada pequeña acción,  así era como el hombre arrodillado miraba con furia a los que lo rodeaban, paulatinamente se volteaba y los miraba airado, colérico, iracundo, pero aquello no duraba demasiado ya que luego se volvía al cuerpo inerte y gemía lastimero, herido, preso, lleno de dolor, almas perdidas de su propio limbo que se habían negado a regresar cuando podían.        La luna redonda en su pleno apogeo se pavoneaba brillante en medio del cielo nocturno, opacando a los luceros que la rodeaban, se cernía encima de todos, luminosa, grande, llena y burlona. Tan majestuosa e inalcanzable, desde la gran extensión, hilarante como el amor del hombre hacia la mujer que muerta se encontraba en el piso, el pobre tipo clamaba por un milagro, lloraba por salvación y gemía por el terror que toda la situación causaba, su ser se encontraba roto y nauseabundo, las náuseas era algo que con el pasar del tiempo había olvidado, sin tener la capacidad de sentir daño físico aquello era una señal que lo enviaba de vuelta a la realidad que hacía mucho se le había arrebatado, con su rostro enrojecido y mojado sintió lo que era la perdida, una vez más la ausencia comenzaba a patear su vida con fuerza, recogiendo lo que un día él había amado con fuerza y tirándolo lejos de su alcance, ¿era aquello una maldición que ocupaba su vida cuando la felicidad comenzaba a vislumbrarse en un extremo donde podía alcanzarlo? Una pesadez se instaló en su estómago y lo obligaba a que llenera sus pulmones de aire de vez en cuando, aquello era tan doloroso y difícil que luchando a cuestas con su nariz congestionada tal acción resultaba atormentarlo, sus ojos ardiendo a causa de las lágrimas que una tras otra se formaba abrumando su vista, intentaba disipar las lágrimas parpadeando con rapidez, pero aquello contrariado a su idea original solo provocaba que la acuosidad encima de sus globos oculares se incrementara, la imagen distorsionada que relucía al frente de sus ojos rompía su alma en cantidades colosales, era un semblante sereno que en su mente se tornaba oscuro, quedándose marcado tan fuertemente como algo surreal. La realidad lo envolvió con frialdad como tantas veces lo había hecho en ese escaso cantidad de tiempo, por eso su bramido de dolor vociferado al publico dolió en su garganta.       ─ ¡Lárguense! ─grito colérico con la garganta doliendo, irritado por la culpa y las miradas de pena que se arremolinaban en su espalda, el peso de la culpa se cernía justo encima de su costado, sin darle posibilidad a un espacio vital, apretando tan fuerte y doloroso como una daga, clavándose en su corazón y pensar. Los cuchicheos detrás de él, fue un bullicio que quiso callar, lo atormentaban casi tanto como el recuerdo de su irresponsabilidad. El rostro pálido encima del suelo daba un aspecto de estar en falsa calma, con ojos cerrados y las facciones relajadas, pero contrario a todo aquello estaba ese pecho que había dejado de respirar desde hacia instantes atrás, solo quedaba ella con el rostro pálido y carente de vida, la súbita palidez que hacía que las ojeras debajo de sus ojos se intensificaran más acompañando al espectral semblante se tornase sereno. El retrato de la muerte estaba servido al frente de él siendo más real y palpable en su vida. Sus manos temblaron ligeramente cuando intentó quitar los mechones que adornaban el rostro de la fémina que había quedado apoyado dolorosamente contra el suelo rocoso. Los rizos negros se habían quedado en su enmarcando las facciones suave características de la pobre mujer, su mano quedo extendida en el aire, con dedos temblorosos se negó a tocar la piel de ella, no se sentía digno de ello.       El hombre aun entre lágrimas pensaba en ella, arrastrándose un poco más a donde se encontraba quien había fallecido, sus rodillas quemaron al sentir el escozor del suelo triturando contra su raído pantalón, pequeñas piedras clavándose en la piel que durante mucho tiempo no había sentido algún tipo de dolor similar al físico. Los siglos pesaban sobre sus hombros de tal forma mágica y la maldición de la luna colgaba aun sobre sus cabezas. Sin saber si era dicha o que exactamente el hombre dirigió su mirada a la luna, su mirada arrepentida lloraba en silencio por aquella desdicha que se aferraba a la escasa existencia que se había extendido durante tanto tiempo. Sus ojos se perdieron entre la fascinación que le podía otorgar al astro que danzaba encima de él, magnifico y sobreprotector con la oscuridad que los rodeaba, su pensar esperanzador y soñador se coló directamente entre las estrellas que estaban flotando en el cielo. Siguió el extraño patrón que se dibujó cuando unió las estrellas con sus ojos, estando seguro de que lo que estaba siendo mostrado delante de sus ojos era el rostro de una mujer. No se sorprendió ante lo que podía imaginar.       Inseguro de sí mismo se ocupó en lo que su alma clamaba, y con el corazón latiendo erráticamente lloro con clamo roto y palabras descoordinadas, encima de su piel se cernía la burla poco respetuosa, nuevamente la luna se estaba burlando de su sufrimiento siempre lo hacía, siempre estaba arrebatando lo que el más apreciaba dentro de ese tiempo que estuvo ahí. Quizás aquello era más que una maldición, ¿estaba destinado a ello? Al ser el primer atrapado tuvo que lidiar con la soledad que lo dejo roto y un poco desquiciado, aquello era un peso que no deseaba para absolutamente nadie, aún más por las horas en la que su consciencia pesaba tanto como mil toneladas de plomo. Con la gracia de un bloque de hielo el hombre dirigió su mano al rostro de la señorita que estaba desplomada en el suelo, esta vez decidido a que sus complejos no arrebataran lo último que podía otorgarle a la fémina que tristemente reposaba en el suelo. Quito los mechones de pelo oscuro que dificultaba ver la imagen de quien amaba, de ella que robaba los suspiros que le eran otorgados después del encarcelamiento. El amor dolía y el estaba bastante seguro de que su amor dolía mucho más de lo que podría doler una daga siendo enterrada hasta la empuñadura en su pecho, porque la daga lo haría morir prontamente, pero el amor lo dejaría seguir viviendo entre los recuerdos de un pasado tortuoso, haciéndolo aferrarse a algo que era imposible palpar nuevamente, reviviendo las vivencias que había llevado a cabo al lado de la mujer que su corazón había robado.        ─Llévame a mí. ─ fue lo que susurro, cansado de ver como la perdida siempre lograba llegar hasta él. La perdida de su vida, de su libertad, de su sentir y finalmente de la única persona que en el mundo había luchado con él y no contra él. ─Ella no merece morir, están pura que la sociedad la necesita para limpiarse. ─fue la segunda parte de su respuesta. A su lado quienes miraban la escena no podían sentir más que pena y el silencio de ellos era recompensado por la mirada serena de la luna que los bañaba con el resplandor que ella emitía. Calmando el rugido que en su pecho salía, el hombre ahora situó sus ojos en la imagen de la luna llena. Más airado que antes, la valentía quemando en sus venas mientras que la adrenalina circulaba prontamente como si de sangre se tratase por todo su cuerpo. ─ ¡Me niego a vivir si ella no se encuentra aquí! ¡Te lo suplico, llévame a mí! ¿Acaso no puedes oírme? Llévame a mí, ¡vamos! Tomo mi alma como lo hiciste antes, toma mi cordura si es lo que deseas, pero no la dejes morir. ─ las lágrimas se sentían tan reales como las palabras del discurso de un hombre que llego a amar y perdió todo, estas palabras eran el significado pleno de como la cordura se había marchado desde hacía mucho. No se detuvo a mirar lo que su pasado cargaba consigo, más se detuvo a observar a los presentes cuando se hubo parado y girado a verlos. ─La culpa los corroe, como el amor de Kassandra, la injusticia baila entre todos ustedes y yo solo puedo pensar en como ella esta tirada en el suelo, no sean mentirosos con ustedes mimos, solo sienten lastima, váyanse. Incapaces de pensar en alguien que no sean ustedes mismos dejaran que la más fuerte se sacrificara, he ahí la razón del porqué se encontraron prisioneros durante tanto tiempo.       Fue odio puro que destilaron las palabras del pobre tipo. No hubo más que resentimiento palpable que fue representado entre frases que en medio de suspiros abandonaron la boca de Gedeón. Sin darle más importancia a aquellos que clavaban su mirada en la escena, el hombre volvió a su posición inicial, pensó en el porqué de los presentes ahí, observando con miradas meticulosas y odio el instante en que pensó en el morbo que quizás podía estar causando en sus espectadores. Su garganta dolía tanto como su cabeza, las náuseas nadaban en su estómago haciendo presión para que las ansias de vomitar lograran que expulsara lo poco que se encontraba almacenado en su estómago, ya no habían más bramidos de dolor, mucho menos quejas por parte del hombre que con tristeza sostenía la mano de su amada, melancólico y con la mirada perdida, no se detuvo a darle importancia a los pasos que en el fondo se escuchaban junto a quienes se marchaban por fin, sus oídos se encontraban en un estado donde la sordera abundaba, quizás demasiado aturdido como para notar algo más que sus propios latidos retumbando en sus oídos. Cuando aquellos que se encontraban de espectadores se alejaron Gedeón se permitió suspirar por fin, lejano a la calma el hombre se sintió agradecido por la soledad permitida, y mirando con ojos esperanzados a Kassandra los recuerdos se atrevieron a danzar en su mente como imágenes vividas, pero dolorosas, ignorando el sufrimiento se dio la oportunidad de pensar a profundidad.       Con suavidad sonrió tristemente pensando en aquellos momentos cuando la luna posaba su luz encima de la joven, usando las sombras como escondite primordial se encontraba el espectador que la veía bailar por todo el salón, arrastrando sus pies y haciendo revolotear el vestido que muchas veces arrastraba por los pasillos de la mansión, su labio inferior tembló cuando en su pensar se acercó el recuerdo de  como los rizos pelinegros acariciaban el rostro de Kassandra en un intento de cegar tu visión. La oportunidad de observar en medio de las cortinas polvorientas fueron tomadas en su momento gracias a la particular necesidad de verle bailar pensando si algún día su corazón se movería a la par del corazón de quien danzaba con tanta fluidez y elegancia. Entonces volvió a llorar, porque su cobardía siempre lo orillaba a rechazar oportunidades, sus lagrimas fueron derramadas a causa de verse en un futuro con la fémina, pero jamás arriesgarse a tomar una decisión. Perdido en medio de sus pensamientos una mano fue posada en su hombro.       ─Es momento de irnos, Gedeón. ─la voz de Yerar tomo un poco de la atención de Gedeón, quien frunció el ceño confundido, pensó que quien le acompañaba antes era la soledad, pero tristemente alguien más estaba ahí. El más joven de los prisioneros se negaba a abandonar a su maestro en el poco tiempo que duro su estancia. ─Ya no podemos hacer nada por Kassandra, ella murió, pero será recordada como alguien que le brindó la oportunidad a muchos más de vivir, es momento de dejarla ir…─fue en ese entonces que la colera volvió a encenderse en el cuerpo de Gedeón que antes se encontraba sereno. Toda pizca de paz fue removida del sistema del pobre hombre, iracundo y sin pensar en sus acciones bajo la mano de Kassandra para luego levantarse y encarar a Yerar que seguía hablando al aire, palabras vanas que no llegaron a oídos de quien debía ser el destinado. Sin medir sus movimientos las manos de Gedeón ocuparon su lugar en los hombros de Yerar, empujando al hombre.       El silencio se filtró instantáneamente entre Yerar y Gedeón, la sorpresa en el rostro demacrado del muchacho más joven no tardo en dejarse ver ante los ojos de Gedeón, este con la respiración errática y lágrimas cegando su vista, para ese punto ya no había lagrimas enjuagando sus mejillas, solo estas que estaban acunadas en sus cuencas, para la suerte de Yerar logro mantenerse en equilibrio sobre sus pies, solo un leve tambaleo fue lo que ataco su cuerpo por cortos minutos. No hubo una respuesta inmediata por su parte, solo su corazón latiendo fuertemente y la confusión que quedo plasmada en todo su sistema. No había reproche en su mente para contra Gedeón, estaba consciente de que sus palabras herirían al hombre que tumbado en el suelo lloraba a su compañera, pero jamás un ataque de su parte podía haberlo esperado.       ─¿Sin esperanza? ¿Quién te crees Yerar? ─el bajo siseo que transmitieron las palabras de Gedeón hicieron que Yerar guardase silencio, solo evaluando la actitud iracunda de quien consideraba su amigo. ─¿Ves a la persona que esta tirada en el suelo? ¿La notas? ─se acercó peligrosamente a Yerar, su semblante oscuro alerto al joven, que con pequeños suspiros logro retroceder dos pasos en un intento de mantener distancia entre su mentor y él, por otro lado, Gedeón se negaba a ver la realidad de sus acciones, el peso del dolor caía sobre su cuerpo de manera fuerte e inoportuna, solo alcanzo a escupir verdades bajo la necesidad de buscar un culpable que no fuera él. ─¡Kassandra está muerta! ¡Estoy solo en este mundo y el único ser al que no quería que me arrebatasen ha perdido la vida! ─fue su voz rota que alerto a Yerar del trasfondo de lo que ocurría, entendiendo todo en silencio, la tristeza comenzó a filtrarse en sus ojos, conocía ese sentimiento porque el mismo lo estaba sintiendo por aquella persona que en silencio yacía muerta en el piso. Lejos de sentirse herido, solo acepto sin pronunciar palabra alguna lo identificado que podía sentirse por aquel amor que quizás hubiese sido correspondido. ─La amaba y ella esta muerta, ¿es esto mi culpa?      Las lagrimas comenzaron a caer nuevamente cuando el sentimiento de perdida se alojo en el pecho de Gedeón, sentía como su respiración costaba un poco más mantenerla, ignorando la situación que se desenvolvía detrás de él, quizás demasiado centrado en su propio sufrimiento. Yerar por otra parte estaba tiritando del miedo, contrario a todo aquello, no era Gedeón quien estaba causando que estos sentimientos se filtraran en él, sino las dos figuras femeninas que se encontraban caminando detrás de ambos, podía notar con exactitud como la escasa luz que antes proporcionaba la luna se había esfumado, y solo quedaban los luceros encima de ellos. La figura del espíritu de Kassandra estaba acompañando a la otra mujer se encontraba en escena, Yerar sintió como estaba a punto de desmayarse en aquel instante. Con su cuerpo sintiéndose apretado intento moverse, pero no lo logro, fue en ese momento que Yerar realmente temió por su vida recién recuperada y la del hombre.       ─¡Oh, Gedeón!─siseo la figura desconocida, sus ojos blancos llenos de luz se posaron a la distancia en el cuerpo paralizado del hombre lloroso, suave y venenosa, similar a un murmuro dulce. El espíritu de Kassandra miraba todo manteniendo el silencio que la caracterizaba en algunos instantes, anhelante deseaba tomar la mano del hombre que durante tanto tiempo había amado. ─El tiempo apremia, y no supiste usarlo. ─comento nuevamente la mujer con vestimenta oscura y sonrisa siniestra. Gedeón no entendía lo que sucedía, sacudiendo su cabeza con suavidez quiso encarar a quien le estuviera recriminando, así que logro darse la vuelta y lo que vio robo todo rastro de valentía. ─Mi maldición roba lo que más amas, pero no intentes confundirte, no mi culpa que no fueras lo suficientemente valiente como para profesar tus sentimientos, entonces, ¿por qué reprochas a un tercero lo que te ha correspondido a ti? ─El veneno danzo en hileras delgadas por la línea de la frase que surcaban los labios de la criatura. Gedeón estaba petrificado, pálido tal cual, como un papel, parpadeo un par de veces negándose a ceder, nervios recorriendo todo su sistema, saltando y causando estragos por todo su ser. ─He visto como tu musa sufre y quiere ser parte de ti, pero es imposible regresar algo que no arrebate. Tu dolor movió fibras que muertas he creído desde hace mucho tiempo atrás, y aunque mi treta tiene un tiempo de cumplirse y ese ha llegado, vengo a proponer una solución a tu escasa vida. ─la confusión de Kassandra no se dejó ver a través de las fantasmagóricas facciones, peor aun quiso consolar al hombre que intrigado estaba dispuesto a aceptar, intento negarse, pero más allá de ello vio como la esperanza surgiente crecía en las facciones de aquel ser que lastimado se arrastraba por una oportunidad.     ─Hay vidas compartidas que se repiten en silencio, memorias que con borrones logran dejar ver lo que el pasado ha vivido. He aquí el amor supera lo que nunca ha sido, pero mi vinculo con ustedes no puede ser quitado, si decides tomar mi trato, debes morir y tomar la mano de tu amada que impaciente clama por ti, pero serán separadas y al transcurrir el tiempo volverán a reencontrarse una vez más, solo con el fin de volver a amarse. Tu decisión condena a más vidas a la soledad que viviste, pero si tomas esta oportunidad la felicidad renacerá en tu vida, y tú, Gedeón, y tú, Kassandra tendrán un amor que romperá mi maldición pero que prevalecerá aun cuando pasen mil lunas llenas. ─no había demasiado sentido en las palabras de aquella criatura, pero Gedeón solo sabia que volvería reencontrarse con Kassandra, así que sin más asintió aceptando el trato.       Así fue como Kassandra pudo acercarse al alma de Gedeón cuando esta hubo abandonado el cuerpo del hombre. Yerar miro todo con ira tiñendo sus facciones, rencor y celos, entonces fue cuando la luna entendió que el odio prevalecería todo ese tiempo y Yerar estaría volcado en medio de la historia. Suspirando la luna volvió al firmamento, y Gedeón y Kassandra desaparecieron bajo la promesa de volver a encontrarse.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD