CAPÍTULO X —Oye, Elizabeth!— exclamé—, tienes que terminar este asunto y ser razonable. Elizabeth me miró sorprendida. —Creí que te mostrarías amistosa y comprensiva— dijo y sus labios temblaban. —Lo soy. Pero, ¿no te das cuenta de que estás arruinando tus posibilidades de ser feliz alguna vez? Hace ocho años que estás así, y te estás volviendo cada vez más desgraciada. Es lo último que debes hacer para atraer a un hombre, cualquiera que éste sea. —Supongo que tienes razón— asintió Elizabeth resignada—, pero, ¿qué puedo hacer? Mira mi ropa; mira como se aburre la gente conmigo. Soy una vieja arrinconada en el cajón de un armario y la familia me lo señala siempre que puede. —No te dejes intimidar por ellos ni por nadie— aconsejé con fervor—. Al fin y al cabo, tus hermanas son más jóven