CAPÍTULO DIECINUEVE Telum encontraba una paz extraña al pilotar su pequeña barca a lo largo de un océano que parecía demasiado largo para ella. Las olas golpeaban su casco, el viento rasgaba sus velas y la bandera que Telum había hecho, que mostraba una espada apuntando directamente a un corazón humano. Aun así, todo ello distaba poco de lo que podría haber sido un día en un lago tranquilo. La única cosa que lo alteraba venía en la forma de las instrucciones de su padre, que quemaban en el fondo de su mente, el objetivo de su letalidad estaba tan claro como el recuerdo de la misma cara de su padre cuando Telum lo apuñaló. Aquello había sido necesario. Nadie lo controlaría. Nadie, ni tan solo Daskalos. El poder de la vida del hechicero permanecía con él, convirtiéndose en parte de él de