—Si tú, la mirona—me congelo ante su descubrimiento, no puedo creer que aunque el cortinaje es lo suficientemente grande y grueso para cubrirme, ese hombre me ha visto—sal de ahí.
Trago saliva, instintivamente mi cuerpo se mueve de lugar, me apartó del cortinaje y observo al tipo frente a la mesa de billar.
Es alto, rubio, de ojos azules y delgado, es como ver una escultura de miguel ángel en vida, es apuesto sin duda alguna, ahora entiendo por qué el comportamiento de la chica era similar al de una gata en celo.
—D-discúlpeme—susurro bajando la mirada avergonzada, ahí encuentro mis manos moviéndose nerviosamente, no soporto la evidente molestia que su expresión manifiesta—yo... yo estaba...
—No necesito tu explicación-brama enfadado—si vuelves a espiarme me encargaré de que nunca vuelvas a trabajar aquí ni en ningún otro lugar ¿Entendiste, depravada?
—L-lo siento mucho—insisto. De las diez cosas más vergonzosas que me han pasado en la vida, esa ocupaba el puesto número uno por mucho.
—¿Entendiste o no?—grita con severidad, quizás aún más encrespado por mi silencio. Instintivamente, doy un paso hacia atrás y me encojo ante su severidad. No puedo contestar, solo asentir y continuar con la mirada sobre la alfombra.
Poco después escucho sus pasos, alejarse y luego el estrepitoso sonido de la puerta al ser cerrada con fuerza.
Suspiro, pero lo hago como nunca en mi vida, tengo la sensación de que ni siquiera respire mientras él estaba ahí, mi corazón se siente acelerado, casi al borde de un paro cardíaco, pero no puedo desmayarme, no cuando se supone debo ir con los demás empleados para felicitar a la feliz pareja que celebraba su compromiso.
Recobro las fuerzas, pensando en mi tía Moira, en lo enfadada que se pondrá si vuelvo a equivocarme esta noche. Reúno mi kit de limpieza con torpeza, maldigo a ese hombre para mis adentros al notar que mi nerviosísimo es por causa suya y luego tomó la basura que reuní, sin duda ya no volveré a pisar esa habitación por nada del mundo, no quiero recordar a ese hombre y mucho menos lo que hizo en ese lugar, me dijo depravada sin darse cuenta de que él era mucho peor que yo.
Vuelvo a la fiesta, esta vez no tomó el camino panorámico porque pienso que he perdido demasiado tiempo escondida tras las cortinas en el salón de juegos, así que me atrevo a esquivar algunos invitados que vagan cerca de la fiesta para conversar, admirar o criticar las reliquias del castillo Kylemore qué, según mi tía estuvo ocupado por monjas benedictinas hace un par de años antes de volver nuevamente a las manos de la familia Mitchell.
Resoplo agotada al llegar a la cocina, todos siguen igual, cada quién realiza su trabajo con prontitud, a excepción de un pequeño grupo que mi tía Moira ha reunido en el pasillo, ahí también se encuentra el mayordomo principal de la casa, Thomas York.
De lo poco que he escuchado de él es que proviene del reino unido, específicamente de Londres y que su pasión es el servicio residencial, es elegante y arrogante, propio de un inglés, por lo que procuro no atravesarme en su camino porque, además de mi tía Moira ese hombre también inspira temor.
—Creí que te perderías el espectáculo—indica Anna mostrando una sonrisa de complicidad.
—¿Cómo podría?—bromeo dejando mi kit sobre el suelo en un lugar donde no estorbe y luego tomo mi lugar en la fila junto a mi amiga.
—Ciara—pronuncia mi tía en tono serio—ten la decencia de arreglarte el cabello.
Me acerco a un espejo que cuelga de un muro no muy lejos, ahí logro ver que algunos mechones de cabello castaño han salido de su sitio y que por culpa del incidente en el salón de juegos tengo las mejillas coloradas, es como si recién hubiese salido del gimnasio, toda roja y sudorosa.
Me desamarro el cabello y este cae hasta mis hombros, la sensación de libertad le vino muy bien a mi cuero cabelludo, pero enseguida vuelvo a sujetarlo.
Saco un polvo compacto que guardo siempre en mi bolsillo, es pequeño y práctico, además de que me ayuda a eliminar el brillo que comúnmente se nota en mi rostro después de dos o tres horas de ir de aquí por allá en el castillo.
Luego arreglo mis pestañas, no puedo hacer mucho por ellas, pero al menos quiero alzarlas un poco para que resalten mis ojos color marrón, aunque quizás el esfuerzo no vale la pena, si mi mera presencia pasa desapercibida allá afuera.
—¿Estás lista princesa?—escupe Mackenzie, miro su reflejo en el espejo, tiene ambas manos sobre sus caderas. Ella es la aduladora favorita de mi tía, muy sonriente, pero hipócrita, esa es su mejor característica porque su apariencia da mucho que desear, es baja, pelirroja y regordeta y su voz es igual a la de un cerdito o al menos eso es lo que se me viene a la cabeza cuando la veo. Yo no soy del tipo de persona que se burla por la apariencia física de los demás, en primera porque es de mala educación y en segunda porque sé respetar las diferencias físicas de las personas, pero para Mackenzie no aplica ninguna de las dos reglas porque es odiosa y suele llamarme princesa para burlarse de mi relación con el ama de llaves, es decir mi tía Moira.
De no estar mi tía y el mayordomo, me hubiera encantado contestarle, pero al no ver otra opción más que la de quedarme callada, vuelvo a mi lugar junto a Anna.
—¿Mejor?—le preguntó a mi amiga.
—Mucho mejor—alza su mano mostrando su pulgar en signo de que he pasado su prueba de calidad.
Brian y el chef Carlo avanzan hacia nuestro grupo empujando un carrito con un pastel de fondan blanco con dos anillos de compromiso.
—¿Listas?—susurra Brian al pasar a mi lado, luego todos los seguimos tratando de mantenernos firmes y alineados.
Al principio los invitados no nos toman importancia, pero conforme avanzábamos al centro del jardín nuestra presencia toma relevancia.
Observo a mi alrededor y enseguida recuerdo como la agencia de eventos se tardó horas en decorar el jardín lateral. A mi criterio la decoración me parecio simple, pero ahora todo brilla espectacularmente, cada mesa dispone de un hermoso candil de cristal que han sido elaborados para que se ajuste sobre la mesa e ilumine con una luz lo suficientemente brillante, pero sin lastimar la vista.
Además de que cada rincón del jardín está decorado por ramos enormes de flores blancas de todos los tamaños, la piscina se ha convertido en una pista de baile que cambia de color en su interior y por encima de nuestras cabezas cuelgan telas y luces que asemejan ser luciérnagas.
Repentinamente, un diminuto sonido alerta a los invitados y ellos giran en nuestra dirección, el señor Mitchell golpeo ligeramente su copa para llamar la atención y en cuestión de segundos todo el mundo guardo silencio para escucharlo hablar.
—Les doy la más cordial bienvenida a todos ustedes—sonríe, aunque sus labios apenas se notan entre la espesura de su bigote canoso—amigos y familia. Hace un par de meses nadie hubiese creído que mi hijo Aidan lograría encontrar al amor de su vida y por supuesto, mucho menos lograr que aceptara casarse con él.
Todos ríen al unísono, incluida yo. Las últimas tres semanas aprendí muchas cosas sobre aquel hombre pulcro, sonriente y apuesto que continúa enunciando su discurso como padre del novio. Luce feliz, a pesar de que su hijo no es como él.
Desde que llegue aquí no he logrado verlo, pero Anna y los demás empleados se encargaron de informarme que es un vividor, porque se aprovecha de la fortuna de su familia y además un borracho de lo peor, porque bebe la mayoría del tiempo, por esa razón el salón de juegos debe limpiarse constantemente.
Ese hombre, si es que se le puede decir así, no es más que un mantenido hijo de papi y si ha logrado comprometerse es únicamente por su dinero o eso fue lo que Anna me menciono cuando nos informaron sobre la fiesta.
—Pero hoy celebramos esa próxima unión—elevo su copa al aire y los invitados le imitaron—por ti Grace, por haber domesticado a mi hijo.
Se dirige, en específico, a una mesa frente a la suya donde solo se encuentra una pareja. Ambos se levantan de su sitio elevando sus copas.
La chica es castaña, de facciones hermosas, delgada, aunque no muy alta, es bella, pero no del tipo que usa maquillaje en exceso para aparentar tener un rostro perfecto, sino que realmente es hermosa, no se nota que lleve puesto maquillaje, su rostro luce radiante y natural.
Sabía por los chismes que circularon entre el personal qué, la chica es americana y que el hijo del señor Mitchell la conoció en una cena de caridad para niños quemados en Texas el año pasado, pero nadie supo explicarme como es que él logró conquistarla.
Al desviar la mirada hacia su pareja, vuelvo a paralizarme, el tipo es el mismo que me reprendió por observarlo mientras intentaba tener sexo, pero al volver la vista hacia la mujer que toma de su mano descubro por qué se molestó tanto conmigo. La chica del salón de juegos, no es la misma con la que estaba celebrando su compromiso.
¡El maldito es un infiel de lo peor que no merece siquiera tomar la mano de su prometida!
Buscó con la mirada a la tipa que permitió que él se quedara con su ropa interior, no pasa mucho tiempo cuando la encuentro a pocos metros de distancia, a dos mesas del tal Aidan. Ella aplaude con gran entusiasmo a las palabras del señor Mitchell e incluso eleva aún más su copa al aire para poder brindar e incluso ser notada.
Después de eso, el señor Mitchell le da la palabra a mi tía Moira y tanto ella como el mayordomo Thomas le expresan felicitaciones por su compromiso en nombre de todo el personal, sin embargo, antes de poder irnos, siento que alguien me observa, no es mi tía o incluso el mayordomo por lo que discretamente busco de donde proviene esa sensación.
Es entonces que levanto la mirada al frente, ahí descubro al tipo de antes observándome como un lobo a su presa.