Estas palabras habían salido claras y fuertes de la microcomputadora del filósofo.
Con el corazón palpitante, había respondido: “Aquí Arturo Monti, único superviviente de la cronoastronave 9, escondido y buscado por la fuerza pública y que pide ser rescatado urgentemente”.
El abad se había alejado discretamente y había entrado en la sacristía-convento.
No mucho después, Arturo se había reunido con él. En voz baja, le había confiado: “Bajarán a recogerme con una lanzadera en cuanto oscurezca en campo abierto, junto a Vergiate, donde el padre Giuseppe me había encontrado”.
Se trataba del mismo disco que, al atardecer de aquella tarde, iba a ser avistado sobre el mar por la escuadrilla de hidroaviones S 62 comandada por el capitán Rossi y, a continuación, por el yate del físico Marconi.
