Fernando
–Al parecer ninguno de los dos es para Sofía ¿Verdad hermano?
Mis palabras se perdieron junto a la ventisca suave que pasó de largo por mi lado. La lápida fría de mármol frente a mi me encaró como si la realidad me diera un duro golpe en el abdomen.
Dentro de aquella gélida cripta reposaban los restos de Luigui Fioretti. El hombre al que alguna vez había considerado mi hermano, también al que yo mismo le arrebaté la vida tras una pelea desatada por el amor de mi todavía esposa.
–Debí haberlo imaginado, una relación manchada por la sangre de alguien como tú no podía tener un final feliz. A veces me pregunto como sería si continuaras vivo, quizá no habría podido ser tan egoísta de pavonearme frente a ti con una mujer a la que tu amabas profundamente.
Desvarié por varios minutos, diciendo en voz alta lo que no me atrevía a decir en compañía de nadie más, ni siquiera con la propia Sofía.
Era la primera vez que iba a ese lugar tras el doloroso funeral. Recuerdo claramente la imagen de Mónica llorando desconsolada no solo por la muerte del que adoró como a un hijo, si no por la forma en la que encontró su final gracias a mi.
–¿Y sabes qué es lo peor? Que al igual que contigo, esa mujer ha calado en lo más profundo de mi corazón. No tengo ni puta idea de como sacarme todo lo que siento por ella y decirle que se vaya muy al infierno, porque ni siquiera sería capaz de lastimarla de esa manera. Debo sonar muy patético ¿No? –encendí el tercer cigarrillo durante esa visita y me dejé caer, deslizándome sobre las otras lápidas que se encontraban atrás hasta caer en el frío suelo– Nada de esto tiene sentido, se suponía que debía ser feliz junto a ella, formar una familia y al menos tener un condenado gato.
Empezó a llover afuera. La tarde era fría y azul, siendo la mayor contribuyente a mi desgano y melancolía.
Jugué con el encendedor un par de veces, hasta que el sonido de los pasos de un nuevo visitante me desconcentraron de mi propia miseria.
–Eres la persona a la que menos pensé encontrar aquí.
La entereza de Orlando Fioretti, el padre del difunto al que le lloraba, apareció allí cuando menos lo esperé.
Me puse de pie solo por la sorpresa, dejé caer el cigarrillo al piso para evitar incomodar con el humo. No era fácil encararlo después de haber sido el causante de la muerte de su hijo, todavía se me caía la cara de vergüenza y remordimiento cada vez que lo veía, aunque él, lejos de estar resentido, parecía de lo más normal.
–No sabía que vendrías Orlando, lamento estar aquí sin avisarte antes.
–No tienes que pedirme permiso para visitar a Luigui. –metió en el florero el pequeño ramo de rosas que seguramente adquirió en la entrada del campo santo– Paso a menudo por aquí para visitar a mi hijo y a mi primera esposa.
–Todavía no entiendo como sigues dirigiéndome la palabra, –no fui capaz de contenerme, no cuando se presentaba la oportunidad de obtener una respuesta– si yo estuviera en tu posición sería un poco más egoísta y resentido.
–Pero no lo estás, y quizá esa sea la razón. No estás en mi posición porque no actuarías de la misma forma.
Tras acomodar las flores a un lado de la lápida largó un suave suspiro, luego se dio media vuelta para encararme. Sus ojos no eran culposos o me juzgaban, por el contrario.
–Escucha Fernando, te lo he dicho antes y no me cansaré de repetirlo. Tu no tuviste la culpa del final que Luigui escogió, de no haber sido tú, otra persona no muy agradable le hubiera dado el tiro de gracia. Además, ambos sabemos que mi hijo no tomó las decisiones correctas cuando nos traicionó a todos.
Colocó una de sus manos sobre mis hombros, apretando con un cariño entrañable, imitando el mismo gesto que le vi darle a Alonzo o Angelo miles de veces.
–Quizá obró mal, pero no tenía derecho a darle un final como ese. Por eso tengo lo que me merezco, el destino me está pasando la factura.
–¿A qué te refieres?
–Sofía me pidió el divorcio. –reí amargamente para evitar su expresión asombrada– Este debe ser el karma, al final ninguno de los dos se quedará con ella.
–¿Qué?
Su expresión absorta y callada fue muy parecida a la de su sobrino Angelo cuando recibió la noticia.
Sabía que no debía soltar esa información con tanta facilidad, sin embargo, Orlando llegó justo en el momento en el que necesitaba desahogarme.
–Dijo que ya no siente lo mismo por mí y quiere empezar con los trámites cuanto antes.
–¿Sofía? ¿De verdad? Es que no puedo creerlo.
–Fue su decisión y por todo este amor que le tengo no me queda más respetarla. –caminé hasta la entrada de la cripta, colocándome el traje impermeable que me protegería del diluvio allá fuera–
–¿Y como estás tan seguro de que ella no te ama?
–Porque hoy me lo dijo. –y dolió recordar ese momento– Su propia boca pronunció que ya no siente lo mismo por mi.
–A veces las palabras no dicen cosas que en realidad sentimos.
Apreté los puños, evitando que todo se me removiera en el interior.
–No me des ilusiones Orlando, no lo hagas porque soy capaz de correr hasta ella y amarrarla a una silla hasta que diga la verdad.
Por alguna razón mi desesperación le pareció graciosa. Lanzó una risa tenue sin dejar de ver el lugar de descanso eterno de su primera esposa y me aconsejó sin quitar la vista de ese punto.
–Más vale una cicatriz por valiente que por cobarde. A estas alturas del partido ya nada te cuesta dar tus últimos intentos ¿No?
Quise decirle que sí, que podía recuperar a mi esposa en nombre de todos los buenos momentos que pasamos y del amor que un día juramos frente a la iglesia, pero su entereza y decisión contundente al confesar que ya no me amaba todavía retumbaba en mi cabeza.
–Yo no…
El celular en mi bolsillo frenó todas mis excusas y quizá era lo mejor, de esa forma dejaba de poner peros para todo.
–¿Marcelo? ¿Qué pasa hombre?
Vi en la pantalla el nombre del administrador de uno de mis gimnasios. Marcelo Biaggi era un hombre temeroso de mi, siempre procuraba hablarme con voz tenue y respetuosa, guardando ese miedo que por alguna razón extraña aún no terminaba de comprender.
–Señor Villa, lamento interrumpirlo. Un hombre llegó hasta del área privada de box.
–¿Y qué esperas para sacarlo? –cuestioné obvio– Alonzo tenía planeado practicar hoy ¿Ya llegó?
–No, el señor Conte aún no ha llegado, sin embargo, estuve a punto de sacarlo hasta que me informaron que ese hombre es el hijo mayor de los Greco.
¿Romeo Greco? El mismo que se había atrevido a darle un presente a mi esposa esa misma mañana.
De repente la mandíbula me tembló de ira.
–Es… estaba a punto de sacarlo, pero el joven Matteo es incontenible. Se armó una tremenda riña de palabras. ¡Lo lamento mucho señor Villa, pero Matteo no se calma con nada!
Al parecer los problemas no dejaban de seguirme.
–Voy para allá. No dejen salir a ninguno de esos dos bajo ninguna circunstancia, manténgalo con ustedes.
Ni siquiera dejé que me diera su conformidad, colgué antes de que pudiera contestar.
–¿Problemas con el negocio?
–Los problemas los empiezo a tener con ese tal Romeo Greco.
La duda en mi acompañante fui visible, seguramente se preguntaba qué tenía que ver yo con un mocoso.
–¿El hijo mayor de los productores de vino?
–Ese mismo. Tengo que irme antes de que tu sobrino Matteo se meta en otra pelea.
Asintió con suavidad, movimiento muy característico de su paciente y cortes personalidad.
“Romeo Greco ¿Qué demonios estás haciendo ahora?. Voy a matar a ese mocoso”