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1461 Words
David vivió en University Park, al sur de Los Ángeles, hasta terminar sus estudios de mecánica, donde conoció a su mejor amigo Christian. Amaba vivir con sus padres, quienes siempre lo apoyaron y alentaron a seguir su corazón y sus sueños. Así que en cuanto vio la oportunidad de despegar del hogar hacia Seal Beach, un lugar lleno de playa, sol y mar, y donde además podría trabajar en lo que tanto le gustaba, no lo pensó dos veces. Los padres de Christian tenían dos talleres mecánicos económicamente estables y rentables, y lo acogieron no solo como un aprendiz y empleado, sino como un hijo más. Pero cuando la desgracia tocó la puerta de aquella familia haciéndolos caer casi en la ruina y, después, la muerte de ambos padres, dejando a su amigo solo con su hermano menor, no había manera de que los abandonara cuando más lo necesitaban. Pero ya habían pasado algunos años desde eso y ahora sus amigos se encontraban mejor que nunca. Ahora ambos vivían en Los Ángeles con sus novios, en quienes encontraron ese complemento tan anhelado. Y el hecho de que fueran asquerosamente ricos era solo un plus a la fantástica fórmula, porque si algo tenían Chris y Zack, era que nunca les gustó que les regalaran nada. Bueno, en ese aspecto también se sentía muy identificado con ellos. La verdad es que si había algo que le envidiara a sus amigos era el haber podido encontrar el amor verdadero, aquella rosa única que el destino había preparado para ellos, mientras que David, sin haberlo querido ni planeado, se había convertido en un picaflor, saltando cada día de rosa en rosa, pero aún no encontraba aquella que tuviera el dulce néctar que lo hiciera quedarse allí para siempre, como tanto lo anhelaba. Sí, la gente podía decir de David que era un mujeriego, y él no les diría lo contrario. Le importaba poco lo que pensaran de él, pero lo cierto era que muy en el fondo era un dulce romántico. Gracias a la crianza de unos padres amorosos y a un montón de cuentos infantiles, en especial "El Principito", él seguía soñando con tener su propio cuento de hadas, en el que encontraría su rosa especial, al igual que el principito, con quien al fin sentiría putos fuegos artificiales estallar en su interior como le había sucedido tan solo una vez hace quince años cuando era tan solo un muchacho. Así que sabía que esa mujer existía, ya el destino se la había presentado y no se conformaría con menos que eso, pero mientras tanto… disfrutar de otras flores, no estaba mal. Seguía manteniendo la esperanza de encontrar a su chica, por eso no dejaba de volver constantemente a Los Ángeles, para ver si un golpe de suerte lo llevaba a cruzarse en el camino de aquella bella mujer que lo visitó en la puerta de la casa de sus padres hace varios años. Siempre que venía a visitar a sus padres y a sus amigos, encontraba el espacio para ir a bares, clubes, fiestas, parques e incluso bibliotecas (pues no sabía qué lugares le gustaba frecuentar a su rosa) buscando una chica rubia de ojos color zafiro con la cual pasar la noche. A sus treinta años, ya se había llevado a la cama una gran cantidad de chicas con dichas características, pero la verdad era que no pasaba de ser solo placer s****l. David, en su estado normal y frecuente, era una persona esperanzada y de un espíritu alegre y libre, pero por alguna razón, hoy, no era uno de esos días. Muy, muy pocas veces se sentía cansado de buscar una aguja en un pajar, por eso esa noche iría al club b**m que solía frecuentar algunas veces cuando venía a LA. Tal vez solo necesitaba un poco de diversión… _ Tierra llamando a Dav. … pero eso sería después de terminar de hornear las galletas que su madre hacía y llevaba junto a su padre a los hogares de paso y orfanatos desde hace muchos años. Fue así como conoció a otro de sus amigos, Taylor Summer, y si alguien ponía en duda las sincronicidades del destino, la amistad de ellos era una fiel prueba de que el universo siempre tenía personas y situaciones preparadas especialmente para nosotros. Solo había que estar atento a las señales… _ Tierra llamando a Dav, segundo llamado. … pero esa historia tal vez se las contaría otro día. _ Estoy aquí, mamá. _ En cuerpo, sí. Tu mente… mmm… permíteme dudarlo. _David sonrió. Así era su madre, nunca faltaban las risas con ella. _ ¿Me alcanzas las chispas de chocolate? _ Claro. _Las tomó de lo más alto del estante y se las entregó, todavía no entendía por qué su madre las colocaba en ese lugar. _ ¿Qué harás esta noche? _preguntó su madre. _ Mmm, no lo sé. Estaba pensando en ir al Darknees. _Su madre se sonrojó. Conocía los gustos algo pervertidos de su hijo, no tenían ningún secreto, pero eso no dejaba de afectarle un poco. _ Mamá, tú preguntaste. _David sonrió. _ Lo sé, hijo. Sabes que no te reprocho nada, siempre y cuando no te haga daño ni le hagas daño a nadie. Es tu vida, y me parece bien que salgas y te diviertas un poco. _ Gracias, mamá, eres la mejor. _David se inclinó para darle un beso en la frente. Llegó al club Darknees aproximadamente a las nueve de la noche, lo que era temprano para la vida nocturna de LA, pero le gustaba hacerlo así para poder ubicarse en un lugar estratégico desde donde podía ver a todas las personas que entraban y así escoger su presa para jugar esta noche. … Se acercó al bar y pidió su bebida habitual, una cerveza artesanal, y se acomodó de espaldas a la barra con postura dominante. El lugar era amplio y, en contraste con su nombre, era muy iluminado, por lo menos en esta parte, a la que denominaban la Social Zone. Aquí podías sentarte a disfrutar del show de la noche y las distintas escenas que se montaban en tarima. Era aquí donde tenías la oportunidad de ver y encontrar lo que te gustaba o preferías. Se podía socializar, interactuar y seducir, pero no podías tener sexo en esta área; para eso estaban las habitaciones. Las habitaciones se dividían en diferentes tipos: estaban las Couple Room, que como su nombre lo indicaba, eran habitaciones para parejas, o más bien para dos personas, aunque no fueran pareja. Nada del otro mundo, lo único era que, al igual que todas las habitaciones, estaban completamente equipadas con juguetes y herramientas para bondage, sadomasoquismo y juegos D/s. Estaban las Diverse Room, donde podías invitar a una o más personas a jugar contigo y tu pareja, o hacer swinger. Y estaban las Dark Room, que eran habitaciones completamente oscuras, donde interactuabas con la pareja utilizando todos los sentidos menos la visión. Esta habitación les gustaba mucho a las personas que no querían dar a conocer su identidad o a quienes simplemente les gustaba experimentar algo un poco más extremo. Cada habitación y zona tenían sus propias reglas y debían ser conocidas y respetadas por todos los clientes. Además de los códigos de brazaletes de colores que usaban los sumisos sin pareja: Azul si buscaban Dom, Rojo si buscaban Domina. Si usaban las dos manillas, no les importaba el género. Los que no llevaban manillas podían ser subs tomados o Dominantes. Saber eso te evitaba muchos dolores de cabeza. David llevaba un buen rato en su lugar estratégico del bar. El lugar empezaba a llenarse de personajes diversos, pero él aún no encontraba lo que buscaba. Adivinaste, una hermosa sumisa que tuviera cabellos dorados y ojos azules como el océano. Le dio un repaso más con la mirada a todo el salón y observó cómo muchos sumisos lo miraban con deseo y ganas de que se les acercara, pero hoy no estaba de humor para eso. Se empinó la botella de cerveza, tomó el último trago, la colocó en la barra y se levantó con un aire decepcionado. Se dirigió a una Dark Room. Tal vez hoy era un día para dejar actuar al destino. Tomó el marcador y en el tablero que tenía la puerta de la habitación, para que la primera persona que entrara escribiera lo que buscaba. En otras ocasiones había escrito muchas veces las mismas características: "Dominante espera sumisa, cabello rubio, ojos azules, cuerpo delgado y estilizado… bla bla bla", pero esta vez lo pensó mejor y solo escribió una frase. Luego entró, cerrando la puerta sin seguro. Ya había puesto la carnada. Ahora solo quedaba esperar. _ Okey destino, sorpréndeme_ susurró para sí mismo.
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