Entramos dando tumbos en medio de la oscuridad de su departamento, Alan sabe a vodka tanto como yo. Muerde mi labio y me estremezco. Oigo el portazo detrás de nosotros, casi tropiezo así que él me levanta en vilo, le rodeo la cintura con las pantorrillas mientras avanza trémulamente hasta su cuarto. Rebotamos sobre el colchón, acomodándonos sobre la superficie mullida hasta llegar al centro de la cama. Mi reacción no es la mejor ahora que la habitación da vueltas y tengo los sentidos embotados, adormecidos por el calor del alcohol que hierve en mi sistema en este momento. Nunca me había terminado una botella de vodka con tan poca ayuda por parte de Alan y ahora me doy cuenta por qué. Parpadeo un par de ocasiones cuando mi prometido introduce sus manos debajo de mi camiseta, sacándomela