A punto estuve de reclamarle a mis padres (en plan de broma, claro) por qué Leilah Ferguson no pudo gozar del lujo de unas invitaciones pomposas para alguno de sus cumpleaños como la que sostengo. Juego con el cuadro de papel elegante, acordándome de las invitaciones de papelería que mi papá solía comprar para celebrar mi cumpleaños. Suelto un suspiro, tomando nota mental de llamar a casa más tarde. —Alan debe estar feliz —digo sin pensar. El que su hermano mayor, y su consagrado héroe regresara a casa luego de un largo año, debía tenerlo eufórico. Luego me asalta una punzada de preocupación por cómo lo estará tomando Alan con respecto al lugar frente a su padre en que lo coloca el regreso de Rick, aunque luego me convenzo que su admiración por su hermano mayor pasa sobre cualquier sen