Cuando alzo los ojos a él descubro su sonrisa sincera. Sus orbes verdes se han relajado al punto de poder decir que no tiene mal genio. Y también está coqueteándome. Carraspeo porque no sé muy bien qué hacer a continuación, él me aprieta la mano izquierda y entonces me enfoco en mirar la piedrecita blanca que brilla con su propio resplandor en medio de la noche. Es muy bonita. En eso estoy cuando Alan me pega dos dedos en la frente y baja por mi nariz, el gesto de siempre. —Hay que volver —dice luego. —¡Sí te atreviste, Alan! —grita Neil y es la primera reacción que recibimos una vez que volvemos al salón. El interpelado endurece la mirada y frunce el ceño, pero se ahorra la respuesta grosera porque de pronto somos el centro de la atención de todos los asistentes. Me ruborizo totalm