El gélido viento soplaba con fuerza mientras Justin y yo nos acercábamos al lugar donde reposaría para siempre Vladimir. Con cada paso, la nieve crujía bajo nuestros pies, como un lamento silencioso en sintonía con el pesar que cargábamos. La solemnidad del momento se reflejaba en las miradas compartidas, gestos taciturnos de familiares que se unían al cortejo. Envuelta en mi abrigo oscuro, me sumergí en un capítulo inesperado, donde el frío invernal abrazaba no solo el paisaje, sino también los recuerdos que flotaban en el aire helado. Evité acercarme a mis padres, quienes compartían el peso de la pérdida con Angelina, secando lágrimas en silencio. Evité los ojos del señor y la señora Sokolov, sumidos en un dolor amargo mientras el ataúd de su hijo descendía tres metros bajo tierra, perm