Abril estaba sentada en la cama abrazando sus rodillas, el frío invierno calaba sus huesos como filosas espinas, ella intentaba cubrir su pequeño y delicado cuerpo lo mejor que podía, pero en aquel palacio abandonado en el que había sido enviada a vivir no le daba el cobijo que necesitaba.
Abril era la primera hija del rey de Venobich, un hombre cruel y despiadado que veía a todos sus hijos como simples herramientas.
En el reino Laios, el heredero al trono siempre era el primogénito, no importaba el género del niño, sin embargo el rey no quería a una niña pequeña y enfermiza como su heredera, así que la envió a la parte más recóndita del palacio para que muriera en silencio.
Abril se había aferrado a la vida con todas sus fuerzas, a pesar de que solo recibía una comida al día y de que no tenía las condiciones adecuadas para sobrevivir, ella no se dio por vencida y se aferró a la vida de manera admirable.
En el silencio y entre lágrimas se repetía una y otra vez.
_ No quiero morir, no quiero morir, Dios, si me estás escuchando ayúdame por favor, no quiero morir.
Abril repetía esas palabras cada día, una y otra vez. Nadie lograba entender por qué un ser tan débil y desafortunado como lo era ella seguía aferrándose a la vida, un día una de las sirvientas que le llevaba comida una vez al día le preguntó.
_ ¿Por qué sigues queriendo vivir?, ¿Acaso no sería más fácil dejarse morir?, así todo el dolor y el sufrimiento que estás sintiendo desaparecería.
Abril tenía 12 años, a esa corta edad 6 años habían sido un infierno, pero ella no se rendía ante las garras de la muerte que cada día le susurraba al oído que dejara de luchar.
Mientras comía la espesa sopa con un hambre voraz, Abril le contestó.
_ ¿Por qué no te tiras de la torre más alta de este castillo?
_ ¡Estás loca!, si lo hiciera moría.
_ Lo ves, así cómo tú vida es valiosa para tí, mi vida es valiosa para mí, así que deja de pedirme que muera, por qué no lo haré.
Ella continúo comiendo en silencio, al terminar la sirvienta tomó la bandeja con los platos vacíos, ella no había dejado ni una sola miga, se lo había acabado todo.
Después de que la sirvienta se fuera Abril se asomó por la ventana, fuera la nieve había empezado a acumularse, mientras veía a través de la ventana alzó su mirada al cielo y volvió a decir su pequeña oración juntando sus dos manos.
_ No quiero morir, por favor Dios, no permitas que muera.
Abril continúo haciendo la misma oración durante tres inviernos más, a la primavera de su quinceavo cumpleaños aquella sirvienta que siempre le llevaba comida le llevó un hermoso vestido, hermosas joyas y adornos para decorar su cabello.
_ ¿Por qué has traído todo eso?
Preguntó con curiosidad.
_ Su majestad me pidió que trajera todo esto, que la pusiera hermosa, él quiere verla.
Habían pasado 9 años desde la última vez que Abril había visto a su padre, ella aún recordaba las crueles palabras que le había escupido con rechazó la última vez que le había visto.
"No necesito a una hija tullida como mi heredera, así que muere de una maldita vez"
_ ¿Sabes por qué quiere verme?
_ No, solo me dijo que me diera prisa.
Aquella sirvienta le dio un baño con agua fría, todo el cuerpo de Abril se estremeció al sentir el agua fría derramándose por su delgado cuerpo, ella deseo que todo eso acabará rápido, pero no fue así, fue largo y tortuoso, ya que debía quedar muy limpia.
Después de bañarse la sirvienta la ayudó a vestirse, ella le puso un hermoso vestido blanco pulcro, después le colocó dos adornos de flores una a cada lado de su larga cabellera rojiza, después aplicó un maquillaje ligero, por último ella adorno su cuello con un pequeño collar con un zafiro en forma de lágrima.
La sirvienta hizo que se mirara en un espejo roto que había en una esquina de la habitación, ella se veía hermosa, a pesar de no haber vivido en condiciones adecuadas Abril se había convertido en una hermosa joven de cabello rojizo, con la piel blanca y pálida como la harina debido a que casi nunca recibía los rayos del sol, ya que siempre estaba encerrada en aquel frío palacio. Sus ojos dorados como el sol brillaban y sus labios rojos como el muérdago se veían hermosos y delicados.
Mientras Abril se veía en el espejo la sirvienta colocó el último adorno en su cabello que estaba en el fondo de la caja que había traído, era un fino velo, cuando Abril lo vio se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, iba a casarse, como nunca llegó a su vida la muerte su padre quería deshacerse de ella de otra manera, con el matrimonio.
Abril no dijo nada, solo deseo que sea cual sea el lugar al que la enviaran, fuera un mejor lugar en el cual vivir.
_ Ya está todo listo, sígame por favor, su majestad la está esperando.
Abril caminó con paso relajado por los pasillos del palacio, todos los que la veían murmuraban a su paso preguntándose, ¿Quién sería?, ¿ Y de dónde había salido?
Ella tenía el cabello rojo, rasgo único de la familia real Venobich, por eso todos se habían quedado tan sorprendidos al verla ya que nadie recordaba que ella era la primera princesa del reino de Laios.
Abril continúo caminando, ignorando por completo los murmullos de la gente, ella fue llevada a la sala del trono, ella no se inclinó, ni saludo al hombre que le veía con frialdad y desprecio sentado desde su silla, él le dijo.
_ Mi querida hija, veo que has crecido hermosamente.
Aunque las palabras de aquel rey parecían dulces a Abril le parecieron un insulto. Su padre sonrió con malicia y le dijo.
_ Este día serás enviada al reino de Cosset, debido a las constantes guerras he decidido enviar a mi hija más amada para formar una alianza de paz.
Abril no se quejo, ni dijo nada, simplemente se quedó de pie escuchando las palabras de su padre deseando que todo eso acabará pronto, ese vestido que llevaba era pesado e incómodo, los zapatos que ella no estaba acostumbrada a llevar le apretaban y hacían que le dolieran los pies.
_ Querida hija, espero que tengas una buena vida junto a tu esposo.
El rey le hizo señas a unos guardias que vestían un uniforme blanco, ellos debían ser los soldados del reino de Cosset, el rey dijo.
_ Escolten con cuidado a mi preciosa hija.
Los guardias se acercaron a Abril y le dijeron.
_ Por favor síganos, un carruaje la está esperando.
Abril no se despidió de su padre, ni hizo una reverencia antes de marcharse, ella solo dio media vuelta ignorando las feroces miradas de sus hermanos y siguió a los guardias.
Mientras veía su espalda su padre habló por última vez.
_ Que esté contigo la luz de Airón.
Esas últimas palabras parecieron afectuosas para los guardias que la escoltaban, solo los que pertenecían al reino Laios sabían el significado de tales palabras.
"Que la muerte venga pronto a visitarte"
Aunque Abril había vivido toda su vida encerrada, sin recibir ninguna educación; ella había aprendido a leer antes de ser encerrada, ahí ella ocupó su tiempo para leer, ella también supo que las últimas palabras de su padre eran un deseo de muerte para ella.
Abril no se dio la vuelta, ella camino con su rostro en alto ignorando todo a su alrededor, al salir del palacio vio un enorme carruaje blanco, con decoraciones de oro esperándola en la entrada, uno de los guardias la ayudó a subirse al carruaje.
Abril se asomó por la ventana, desde ahí miro como dejaban atrás el palacio, ella pensó que sentiría algo al dejar su lugar de orígen, sin embargo no sintió nada, no hubo pesar, ni alegría, ni tristeza, ninguna emoción la embargó.
Ella cerró la cortina de la ventana del carruaje y dijo para sí misma.
_ Esperó que mi vida en el reino de Cosset sea mejor de lo que fue en este lugar.