CAPÍTULO UNO El Rey McCloud bajó por la pendiente, corriendo por el altiplano, en el lado del Anillo de los MacGil, con cientos de sus hombres detrás de él, aferrándose con todas las fuerzas, mientras su caballo galopaba montaña abajo. Puso la mano hacia atrás, levantó su látigo y lo dejó caer con fuerza sobre la piel del caballo: éste no necesitaba ser arreado, pero a él le gustaba azotarlo de todos modos. Disfrutaba de infligir dolor a los animales. McCloud casi salivaba mientras veía el paisaje delante de él: un idílico pueblo de los MacGil, con sus hombres en los campos, desarmados, con sus mujeres en la casa, tendiendo la ropa en las cuerdas, apenas vestidas con el clima de verano. Las puertas de las casas estaban abiertas, las gallinas deambulaban libremente; los calderos ya estaba