CAPÍTULO VEINTITRÉS MacGil abrió bien los ojos, despertado por el golpeteo incesante a su puerta, e inmediatamente deseó no haberlo hecho. Su cabeza se estaba partiendo. La luz del sol brillaba a través de la ventana abierta del castillo, y se dio cuenta de que su rostro estaba pegado en su manta de piel de oveja. Desorientado, trató de recordar. Estaba en casa, en su castillo. Trató de recordar la noche anterior. Se acordó de la cacería. Después, de la taberna en el bosque. De haber bebido demasiado. De alguna manera, él regresó aquí. Miró alrededor y vio a su esposa, la reina, durmiendo junto a él, bajo las sábanas y despertando lentamente. El golpeteo se repitió, el ruido horrible de una aldaba de hierro. "¿Quién podrá ser?", preguntó él, molesto. MacGil se preguntaba lo mismo. Rec