CAPÍTULO UNO
Gwendolyn se preparaba para el frío viento azotador, mientras estaba en el borde del Cañón y daba el primer paso hacia el puente arqueado que atravesaba la Travesía del Norte. Este puente tambaleante y cubierto de hielo constaba de una cuerda de madera desgastada y tablones, y apenas parecía que pudiera aguantarlos. Gwen sintió escalofríos al dar el primer paso.
Gwen se resbaló y estiró la mano para agarrarse a la barandilla, que se balanceaba y no era de gran ayuda. Se desanimó al pensar que este puente endeble era su única forma de cruzar el lado norte del Cañón, para entrar en el Mundo de las Tinieblas y encontrar a Argon. Ella alzó la vista y vio, a lo lejos, al Mundo de las Tinieblas que les llamaba, una capa de nieve cegadora. Cruzar parecía aún más amenazante.
Llegó un súbito vendaval y la cuerda se tambaleó tan violentamente, que Gwendolyn sintió que agarraba la barandilla con ambas manos y caía de rodillas. Por un momento no sabía si podría aguantar y mucho menos cruzar. Se dio cuenta de que era mucho más peligroso de lo que creía, y de que todos se estaban jugando la vida al intentarlo.
—¿Mi señora? —se escuchó una voz.
Gwen se volvió y vio a Aberthol a pocos metros de distancia, junto a Steffen, Alistair y Krohn, todos ellos esperando para seguirla. Los cinco formaban un extraño grupo, encaramados en el borde del mundo, enfrentándose a un futuro incierto y una posible muerte.
—¿En serio debemos intentar cruzar esto? —preguntó él.
Gwendolyn se giró, miró la nieve y el viento azotadores que había ante ella y se ajustó más las pieles alrededor de los hombros, pues estaba temblando. Secretamente, ella no quería cruzar el puente, no deseaba hacer este viaje en absoluto. Preferiría regresar a la seguridad de su hogar de la infancia, a la Corte del Rey, estar tras sus acogedores muros, ante una hoguera y no tener que contemplar ninguno de los peligros y de las preocupaciones del mundo en los que estaba envuelta desde que se había convertido en reina.
Pero era evidente que no podía hacerlo. La Corte del Rey ya no existía, su infancia había pasado y ahora era la Reina. Iba a tener a un hijo al cual cuidar, tenía a su futuro esposo en algún lugar, y la necesitaban. Por Thorgrin, ella caminaría a través del fuego, si fuera necesario. Gwen estaba segura de que esto era, en efecto, necesario. Todos necesitaban a Argon —no solo ella y Thor, sino todo el Anillo. No solo se estaban enfrentando a Andrónico, sino también a una magia poderosa, lo suficientemente poderosa como para atrapar a Thor y, sin Argon, no sabía cómo podrían combatirla.
—Sí —respondió ella—. Debemos hacerlo.
Gwen se preparó para dar otro paso, y esta vez Steffen echó a correr y le cerró el paso.
—Mi señora, por favor, déjeme ir primero —dijo—. No sabemos qué terrores nos esperan en este puente.
A Gwendolyn le emocionó su ofrecimiento, pero estiró la mano y lo apartó con delicadeza.
—No —dijo ella—. Iré yo.
No esperó más, dio un paso adelante y se agarró con fuerza a la cuerda de la baranda.
Al dar un paso, una sensación de frío helado en la mano la golpeó, el hielo se le clavaba, una fría sensación salía disparada hacia sus manos y brazos. Respiraba rápidamente, no estaba segura de poder aguantar.
Llegó otro vendaval que, al soplar, movió el puente de un lado a otro y la obligó a agarrarse con más fuerza, a aguantar el dolor del hielo. Luchaba con todas sus fuerzas por mantener el equilibrio, mientras sus pies se resbalaban sobre la cuerda cubierta de hielo y los tablones que tenía bajo los pies. El puente dio una fuerte sacudida hacia la izquierda y, por un momento, tuvo la certeza de que caería hacia un lado. El puente se enderezó solo y se balanceó en dirección contraria.
Gwen se arrodilló otra vez. Apenas había avanzado tres metros y su corazón ya latía tan fuerte que apenas podía respirar, y tenía las manos tan entumecidas que apenas podía sentirlas.
Cerró los ojos, respiró hondo y pensó en Thor. Imaginó su cara, cada ángulo de esta. Estaba obsesionada por su amor hacia él. Por su determinación de liberarlo. Costara lo que costara.
No importaba lo que costara.
Gwendolyn abrió los ojos y se obligó a sí misma a dar varios pasos adelante, agarrada a la barandilla, y no quería que nada la detuviera esta vez. El viento y la nieve podrían hacerla caer hacia las profundidades del Cañón. Pero ya no le importaba. Ya no se trataba de ella, sino del amor de su vida. Por él, podría hacer cualquier cosa.
Gwendolyn sintió un cambio de peso en el puente detrás de ella y, al mirar hacia atrás, vio que Steffen, Aberthol, Alistair y Krohn la seguían. Las patas de Krohn resbalaban mientras pasaba corriendo por delante de los demás, zigzagueando hasta llegar al lado de Gwendolyn.
—No sé si puedo hacerlo —gritó Aberthol, con la voz tensa, tras dar unos pasos temblorosos.
Allí estaba, con los brazos temblorosos mientras se agarraba la cuerda, un anciano débil, apenas capaz de aguantar.
—Puede hacerlo —dijo Alistair, que avanzó a su lado y le rodeó la cintura con el brazo—. Estoy aquí. No se preocupe.
Alistair caminaba con él, le ayudaba a avanzar, mientras el grupo seguía caminando y avanzaba más y más por el puente, paso a paso.
Gwen volvió a sorprenderse con la fuerza de Alistair ante la adversidad, con su naturaleza tranquila, con su valentía. De ella también emanaba una energía que Gwendolyn no entendía. Gwen no podía explicar por qué se sentía tan cercana a ella, pero en el poco tiempo en que la había tratado, ya la sentía como si fuera una hermana. Su presencia le daba fuerzas. Y la de Steffen.
El viento se calmó un rato y pudieron avanzar. Pronto cruzaron la mitad del puente, ahora avanzaban con más rapidez; Gwen ya se estaba acostumbrando a los tablones resbaladizos. Empezaba a vislumbrarse el otro extremo del Cañón, estaba a solo cuarenta y cinco metros de distancia, y Gwendolyn empezó a sentirse más optimista. Después de todo, tal vez podrían lograrlo,.
Otra ventisca llegó con fuerza, más fuerte que las otras, tan fuerte que Gwen cayó de rodillas y tuvo que sujetar la cuerda con ambas manos. Se aferró con todas sus fuerzas, mientras el puente se mecía casi noventa grados, para regresar con la misma violencia. Sintió que un tablón cedía bajo sus pies y gritó, mientras una pierna se le hundía en la hendidura, a través del puente, y quedaba atrapada hasta el muslo. Ella se contoneaba, pero no podía salir.
Gwendolyn se dio la vuelta y vio que Aberthol perdió el agarre, soltó a Alistair y empezaba a deslizarse sobre el borde del puente. Alistair reaccionó rápidamente, estiró una mano y lo cogió por la muñeca, agarrándolo justo antes de que Aberthol se deslizara por el borde.
Alistair se inclinó sobre el borde del puente, aguantando, mientras Aberthol se balanceaba debajo de ella, sin que hubiera nada entre él y el fondo del Cañón. Alistair tiraba de él y Gwen rezaba para que la cuerda no cediera. Gwen se sentía muy impotente, atrapada como estaba, con la pierna atrapada entre los tablones. Su corazón latía aceleradamente mientras intentaba salir.
El puente se mecía violentamente, y Alistair y Aberthol se mecían con él.
—¡Suéltame! —gritó Aberthol—. ¡Sálvate tú!
El bastón de Aberthol se le escapó de la mano y dio un sinfín de volteretas en el aire, hacia las profundidades del Cañón. Ahora lo único que le quedaba era la vara atada a la espalda.
—Todo va a ir bien —le dijo Alistair con calma.
Gwen se sorprendió al ver a Alistair tan serena y segura.
—Míreme a los ojos —le dijo Alistair, con firmeza.
—¿Qué? —gritó Aberthol al viento.
—Que me mire a los ojos —le ordenó Alistair, con más fuerza aún en su voz.
Había algo en su tono que hacía que los hombres obedecieran, y Aberthol levantó la vista hacia ella. Sus miradas se encontraron y, al hacerlo, Gwendolyn vio un resplandor de luz emanar de los ojos de Alistair e ir brillando hasta los de Aberthol. Observó incrédula cómo el resplandor envolvió a Aberthol y Alistair se reclinó y, con un tirón, llevó a Aberthol hacia arriba, hacia el puente.
Aberthol, aturdido, se quedó tumbado y respirando con dificultad y alzó la mirada hacia Alistair, asombrado. A continuación, se dio la vuelta de inmediato y se agarró a la barandilla de cuerda con las dos manos, antes de que llegara otra ráfaga de viento.
—¡Mi señora! —chilló Steffen.
Se arrodilló hacia ella y estiró la mano hacia abajo, la cogió de los hombros y tiró de ella con todas sus fuerzas.
Gwen poco a poco empezaba a salir de las tablas, pero cuando estaba a punto de liberarse, resbaló de su sujeción helada y volvió a caer en el mismo sitio, aún más adentro. De repente, una segunda tabla debajo de Gwendolyn se partió y ella gritó cuando sintió que empezaba a caer en picado.
Gwendolyn levantó las manos y sujetó la cuerda con una mano y la muñeca de Steffen con la otra. Notaba como si los hombros salieran de sus cavidades, mientras ella colgaba al aire libre. Steffen colgaba ahora también, inclinado sobre el borde, con las piernas enredadas tras él, arriesgando su vida para que ella cayera; las cuerdas rotas detrás de él eran lo único que evitaba que se hundiera.
Se oyó un gruñido y Krohn saltó hacia delante, hundió sus colmillos en la piel del abrigo de Gwen y tiró de ella con todas sus fuerzas, gruñendo y gimiendo.
Lentamente, subieron a Gwen, poco a poco, hasta que finalmente pudo sujetarse a las tablas del puente. Se arrastró hacia arriba y se quedó tumbada boca abajo, agotada y respirando con dificultad.
Krohn le lamía la cara una y otra vez y ella respiró hondo, muy agradecida con él y con Steffen, que ahora estaba tumbado a su lado. Estaba muy feliz de estar viva, de haberse salvado de una muerte horrible.
Pero Gwendolyn de repente oyó un ruido de algo al romperse y sintió que todo el puente temblaba. Se le heló la sangre cuando se giró y miró hacia atrás: una de las cuerdas que sujetaba el puente al Cañón se partió.
Todo el puente se sacudió, y Gwen observó con horror como el otro, pendiendo de un hilo, también se rompía.
Todos gritaron cuando de repente, la mitad del puente se desprendió de la pared del Cañón; el puente los balanceaba a todos tan rápido, que Gwen casi no podía respirar, mientras volaban por el aire e iban a la velocidad de la luz hacia el otro extremo del muro del Cañón.
Gwen miró hacia arriba y vio que el muro de roca iba hacia ellos como un manchón, y supo que en unos momentos, todos morirían por el impacto, sus cuerpos serían aplastados y que lo que quedara de ellos caería a las profundidades de la tierra.
—¡Piedra, cede! ¡TE LO ORDENO! —gritó una voz llena de autoridad instintiva, una voz que Gwen nunca había escuchado.
Echó un vistazo y vio que Alistair agarraba la cuerda y extendiendo una mano, con la mirada fija y sin temor hacia el acantilado con el que estaban a punto de estrellarse. De la mano de Alistair emanó una luz amarilla y, al acercarse a toda velocidad al muro del Cañón, mientras Gwendolyn se preparaba para el impacto, le sorprendió lo que sucedió después.
Ante sus ojos, la roca sólida del Cañón se convirtió en nieve —cuando chocaron, Gwendolyn no sintió el chasquido de huesos como esperaba. En cambio, sintió todo su cuerpo inmerso en un muro de luz y nieve suave. Estaba congelada y la cubría totalmente, le entraba por los ojos, la nariz y las orejas —pero no le dolía.
Estaba viva.
Estaban todos colgando, la cuerda pendía de la cumbre del Cañón, inmersos en el muro de nieve, y Gwendolyn sintió que una mano le agarraba con fuerza la muñeca. Era de Alistair. Curiosamente, tenía la mano caliente, a pesar del frío helado. De alguna manera, Alistair ya había sujetado también a los demás y pronto tiró de todos, incluyendo a Krohn, mientras subía la cuerda como si nada.
Finalmente, llegaron a la cima y Gwen se desplomó sobre suelo firme, al otro lado del Cañón. En el instante en que lo hicieron, las cuerdas restantes se rompieron y lo que quedaba del puente se vino abajo, arrojado en la niebla, hacia las profundidades del Cañón.
Gwendolyn estaba tumbada, respirando con dificultad, muy agradecida por estar de nuevo en tierra firme, preguntándose qué acababa de pasar. El suelo estaba helado, cubierto de hielo y nieve, pero aun así, era tierra firme. Estaba fuera del puente y estaba viva. Lo habían logrado. Gracias a Alistair.
Gwendolyn se dio la vuelta y miró a Alistair con más admiración y respeto. Estaba más que agradecida de tenerla a su lado. Gwen realmente sentía que era la hermana que nunca había tenido y tenía la sensación de que ella aún no había comenzado a ver la profundidad de la energía de Alistair.
Gwen no tenía ni idea de cómo regresarían al continente del Anillo cuando hubieran terminado lo que iban a hacer aquí —si es que lo terminaban, si es que alguna vez encontraban a Argon y volvían. Y cuando se asomó al muro de nieve cegadora que tenía delante, la entrada al Mundo de las Tinieblas, tuvo el mal presentimiento de que los obstáculos más difíciles todavía estaban por llegar.