CAPÍTULO TRES

1210 Words
CAPÍTULO TRES Kendrick estaba sentado a horcajadas sobre su caballo, al lado de Erec, Bronson y Srog, delante de sus miles de hombres, mientras se enfrentaban a Tirus y al Imperio. Habían caído en una trampa. Habían sido vendidos por Tirus y Kendrick se daba cuenta ahora, demasiado tarde, de que había sido un gran error confiar en él. Kendrick miró arriba y a su derecha y vio a diez mil soldados del Imperio en la cresta del valle, con las flechas preparadas; a su izquierda vio a otros tantos. Ante ellos había incluso más. Los pocos miles de hombres de Kendrick no podrían de ninguna manera vencer nunca a esa cantidad de soldados. Los matarían con tan solo intentarlo. Y con todos esos arcos preparados, el más mínimo movimiento acabaría en la m*****e de sus hombres. Geográficamente, estar en la base de un valle tampoco ayudaba. Tirus había elegido bien su lugar para la emboscada. Mientras Kendrick estaba ahí, indefenso, con su rostro ardiendo de rabia e indignación, miraba hacia Tirus, que estaba sentado sobre su caballo con una sonrisa de satisfacción. Junto a él estaban sus cuatro hijos y, al lado de ellos, un comandante del Imperio. —¿Tan importante es para ti el dinero ? —preguntó Kendrick a Tirus, apenas a tres metros de distancia, con la voz fría como el acero—. ¿Venderías a tu propia gente, a tu propia sangre? Tirus no mostró ningún remordimiento, sonrió todavía más. —Tu gente no es de mi sangre, ¿recuerdas? —dijo—. Es por ello que no tengo derecho, según tus leyes, al trono de mi hermano. Erec se aclaró su garganta, enojado. —Las leyes MacGil pasan el trono al hijo, no al hermano. Tirus negó con la cabeza. —Ahora todo esto es intrascendente. Vuestras leyes ya no importan. El poder siempre triunfa sobre la ley. Son aquellos con poder quienes dictan la ley. Y ahora, como puedes ver, yo soy más fuerte. Lo que significa que de ahora en adelante, yo dicto la ley. Las generaciones venideras no recordarán ninguna de vuestras leyes. Lo único que recordarán es que yo, Tirus, fui el Rey. No tú ni tu hermana. —Los tronos tomados de manera ilegítima nunca perduran —contraatacó Kendrick—. Podrás matarnos, incluso podrás convencer a Andrónico de que te conceda un trono. Pero tú y yo sabemos que no gobernarás por mucho tiempo. Serás traicionado con la misma perfidia que nos transmitiste. Tirus continuaba sin inmutarse. —Entonces saborearé esos breves días en mi trono el tiempo que dure… y aplaudiré al hombre que me pueda traicionar con tanta habilidad como la que yo utilicé para traicionaros. —¡Basta de hablar! —gritaron los comandantes del Imperio—. ¡Rendíos ahora o vuestros hombres morirán! Kendrick los miró, furioso, pues sabía que debía rendirse aunque no quisiera hacerlo. —Bajad las armas —dijo Tirus sin alterarse, con voz reconfortante— y os trataré justamente, de guerrero a otro. Seréis mis prisioneros de guerra. Tal vez no comparta vuestras leyes, pero honro el código de batalla de un guerrero. Os prometo que no seréis dañados mientras estéis bajo mi supervisión. Kendrick miró a Bronson, a Srog y a Erec, quienes también lo miraron. Allí estaban todos, orgullosos guerreros, con los caballos haciendo cabriolas debajo de ellos, en silencio. —¿Por qué deberíamos confiar en ti? —desafió Bronson a Tirus—. Tú, que ya has demostrado que tu palabra no significa nada. Tengo pensado morir en el campo de batalla, solo para quitarte esa sonrisa engreída de la cara. Tirus se dio la vuelta y frunció el ceño a Bronson. —Hablas cuando ni siquiera eres un MacGil. Eres un McCloud. No tienes derecho a meterte en los asuntos de los MacGil. Kendrick salió en defensa de su amigo: —Bronson es tan MacGil ahora como cualquiera de nosotros. Habla con la voz de nuestros hombres. Tirus apretó los dientes, claramente molesto. —La decisión es tuya. Mira a tu alrededor y verás a nuestros miles de arqueros preparados. Les llevan ventaja. Si tan siquiera acercarais las manos a las espadas, tus hombres caerían muertos en el acto. Seguramente hasta tú puedes entenderlo. Algunas veces hay que luchar y otras hay que rendirse. Si quieres proteger a tus hombres, harás lo que haría cualquier buen comandante. Bajad sus armas. Kendrick apretó la mandíbula varias veces, ardía por dentro. Aunque odiaba admitirlo, sabía que Tirus tenía razón. Echó un vistazo alrededor y al instante supo que la mayoría, si no todos sus hombres, iban a morir aquí, si trataban de luchar. Por mucho que quisiera pelear, esta sería una decisión egoísta; y aunque despreciaba a Tirus, tenía la sensación de que estaba diciendo la verdad y que sus hombres no resultarían heridos. Si vivían, siempre podrían luchar otro día, en otro lugar, en algún otro campo de batalla. Kendrick miró a Erec, un hombre con el que había luchado en infinidad de ocasiones, el campeón de los Plateados y sabía él que estaba pensando lo mismo. Ser un líder era diferente a ser un guerrero: un guerrero podía pelear con temerario desenfreno, pero un líder tenía que pensar primero en los demás. —Hay un momento para las armas y un momento para rendirse —gritó Erec—. Confiaremos en tu palabra de guerrero de que ninguno de nuestros hombres resultará herido y, con esa condición, depondremos nuestras armas. Pero si incumples con tu palabra, que Dios guarde tu alma, voy a volver del infierno para vengar a todos y cada uno de mis hombres. Tirus asintió satisfecho, y Erec extendió la mano y dejó caer su espada y su vaina al suelo. Al caer, hicieron un sonido metálico. Kendrick hizo lo mismo, al igual que Bronson y Srog, todos ellos eran reacios, pero sabían que era lo prudente. Tras ellos se oyó el ruido metálico de miles de armas, al caer todas por el aire hasta el suelo de invierno, todos los Plateados, los MacGil y los silesios se rindieron. Tirus sonrió de oreja a oreja. —Ahora, bajad de vuestros caballos —ordenó. De uno en uno bajaron y se colocaron delante de sus caballos. Tirus mostró una amplia sonrisa, deleitándose con su victoria. —Durante todos estos años en los que estuve exiliado en las Islas Superiores, envidiaba la Corte del Rey, a mi hermano mayor, todo su poder. Pero ahora, ¿quién de los MacGil tiene todo el poder? —El poder de la traición no es ningún poder —dijo Bronson. Tirus frunció el ceño e hizo una señal con la cabeza a sus hombres. Se abalanzaron y les ataron las muñecas a todos con cuerdas gruesas. Empezaron a llevárselos a todos a rastras, miles de ellos fueron hechos prisioneros. Mientras se llevaban a Kendrick, este de repente recordó a su hermano, Godfrey. Se habían ido todos juntos y, sin embargo, no lo había visto ni a él ni a sus hombres desde entonces. Se preguntaba si había logrado escapar de alguna manera. Rezó para que hubiese encontrado un destino mejor que el de ellos. De algún modo, era optimista. Con Godfrey, nunca se sabía.
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