Wayne Robinson salió de su Mini Cooper, cerró el coche y, con resignación de Sísifo, subió lentamente la colina. Temblaba y se arrebujó en su largo abrigo n***o. Sus respiraciones cortas aparecían ante él como espectros. La luz de la luna rezumaba por los húmedos adoquines de la ciudad como azogue, colándose entre las grietas y reptando por las alcantarillas. Al acercarse al bar de Marjorie, se quitó el sombrero de lana negra. El aire frío de la noche le mordió la cabeza afeitada. Empujó con cuidado la gran puerta de roble del bar. La habitación era sofocante en terciopelo rojo y cuero. Del techo de espejos colgaban lámparas de araña, pero no había más clientes. Justo como a él le gustaba. Su hermano Kevin le había enviado un mensaje para decirle que llegaría tarde, pero a Wayne no le imp