- Angelica, yo llevaré eso – insiste el guardián cuando nota a la princesa cansada, queriendo ayudarla en algo, pero sin poder frenarse. Es realmente necesario llegar pronto a algún pueblo donde poder descansar adecuadamente y comprar alimentos.
- Abraham, no seas molesto, yo puedo con esto – se molesta la princesa creyendo que la consideraban débil, ella puede con ese bolso y con otros más, sin embargo, si le estaba pasando factura haber pasado la noche en la intemperie. Nunca en su vida hubiese imaginado tener que pasar por todo eso.
- Te ves cansada, solo quiero que estés bien – podría decir que se siente culpable por no haber dejado que ella descansara con propiedad, pero la verdad es que no se arrepiente de nada y que si fuese por él lo volvería hacer aun si eso significase ser el blanco del malhumor de su amada.
Para la princesa es de vital importancia un buen descanso, de no ser así su humor será deplorable y será complicado para ella concentrarse todo lo que debería.
- Solo quiero tomar un baño – refuta detestando como siente su cuerpo sucio, pero sin insistir al respecto. Entiende perfectamente la situación, y desde que se emprendieron en ese viaje ya tenía muy presente que iban a pasar por muy pocas comodidades.
- Dame el bolso, así caminaras más rápido y llegaremos al pueblo, ahí podremos tomar un baño y comer algo.
- Si llevas todo encima y caemos en una emboscada no podrás hacer nada – insiste terca sin querer sentirse inútil, lo mínimo que puede hacer es ayudarlo a llevar las cosas.
- Sabes que si podre, vamos, no estas acostumbrada a esto, pero pronto lo harás, confío en ti – frena su andar y toma el rostro de la contraria para hacer que sus ojos se conecten. Él la puede leer a la perfección, y sabe que solo se siente mal por sentirse como una carga.
Sintiéndose rendida y comprendiendo que siendo terca solo los retrasa más, cede y le pasa el bolso que de todos modos solo lleva un par más de enlatados y un botiquín bastante equipado que les dejó la madre del mayor antes de partir.
Tomados de la mano, emprenden nuevamente su camino, sin embargo, al llegar a la entrada del lugar se dan cuenta que pueden destacar fácilmente, él con su gran altura y sus dos espadas y ella con sus grandes y extravagantes ojos.
- ¿Crees que podamos pasar desapercibidos? – murmura algo cohibida la más baja, sacándole una pequeña sonrisa por la ternura que desprende, pero esta se borra de manera inmediata al analizar la situación.
- Coloca la capucha, en cuanto a mí, no hay mucho que hacer, solo no nos distraigamos y primero busquemos una posada – le deja nuevamente el pequeño bolso a la princesa para tener mejor movimiento en caso de ser necesario y apretando su mano se encamina a un pequeño y discreto lugar que recuerda haber visto en alguna de sus visitas.
Antes de lograr ganarse la confianza del general Fred para ser el guardia principal de la princesa, tuvo que hacer un par de trabajos de seguridad fuera del castillo, en donde tuvo la oportunidad de viajar a un par de pueblos. Entre esos, Starning, el lugar en donde se encuentran ahora, un pueblo discreto justo en la frontera del sector central, en donde se ubica el castillo, y el sector norte, en donde se hallan los pueblos mineros y las grandes montañas que la princesa logra ver incluso desde el balcón de su habitación en el castillo.
- Buenos días – intimidante, pero sin soltar a su amada, Abraham se acerca al mostrador, en donde solo está un hombre mayor con rostro cansado.
- ¿Qué desea? – aun cuando es algo mayor y parece que solo quiere dormir, no luce para nada intimidado por el gran hombre de dos metros que se le plantó al frente, demostrando cuan acostumbrado se encuentra a esas situaciones.
Algo que la princesa encuentra agridulce, porque es admirable que alguien tenga esa fortaleza, pero es amargo pensar en las situaciones en las que él tuvo que haber pasado.
- Una habitación y comida – no hace falta más palabras, pues antes que el mayor diga el monto a pagar, la princesa se adelanta y deja caer algunas monedas de oro, una cantidad visiblemente más de las que iba a pedir.
Con un asentimiento, asegurando que puede tomarlo, el mayor los dirige al lugar mejor acomodado que tiene, intuyendo que se trata de personas importantes pasando por un mal momento y se marcha después de avisar a los horarios de las comidas.
- Eso fue mucho – murmura Abraham mientras asegura la habitación y las ventanas, aunque solo hay una con vista a un callejón.
- Ese hombre no tiene edad para seguir trabajando, debe ser difícil – se deja caer en la cama, sintiéndola dura en comparación a la que dejó en su hogar, pero agradeciéndola con el corazón porque es mucho mejor que el suelo.
- Aquí afuera es más complicado – se sienta al lado de la menor y toma su mano, sin embargo, su mirada se encuentra perdida en la pared, recordando todo lo que vivió antes de que su ángel llegara a su vida.
- Quiero saberlo – después de un par de minutos sumidos en silencio, la princesa se sienta en las piernas de su protector y tomando su rostro hace que la vea a los ojos – Quiero verlo, ver la realidad.
- No es nada lindo y no quiero que pases o seas testigo de eso – reticente, toma su pequeña cintura y la aprieta un poco, molesto por el rumbo de la conversación, pero admirando la fortaleza que desprende de su rostro y lo hermosa que se ve aun cuando durmió solo un par de horas en el bosque.
Es como un sueño que finalmente tuvo a la mujer que siempre ha amado.
- Abraham, seré reina.
- Lo serás.
- Quiero saber las necesidades que sufren las personas que habitan en mis tierras. Si voy a ser su reina, tengo que saber sus problemas y resolverlos, ellos serán mi responsabilidad y no voy a permitir que ellos pasen penurias – maravillado y cautivado por su mujer, la empuja a la cama y apretando un poco su cuerpo con el de él asiente, haciendo rozar sus labios.
- Serás su reina, pero ya eres mi diosa – y la pequeña risa que le causa esa confesión muere antes de siquiera salir de sus labios porque en ese mismo instante Abraham apresa su boca con un beso d*******e.
Casi parece que quiere comerla, pero ella felizmente acepta ser devorada por su leal protector.
***
Angelica se despierta sobresaltada viendo hacia los lados, no entiende porque se despertó, pero se tranquiliza al sentir un pesado brazo rodeando su cintura.
- Maldita sea – el murmullo la hace saltar y junto a ella Abraham, quien saca la espada de la funda que mantiene a su lado en caso de una emboscada nocturna. Nunca está de más ser precavido.
- ¿Qué mierda? – susurra poniéndose de pie y revisando que siguen solos en la habitación.
- Creo que viene de afuera – sin importarle las advertencias, la princesa se acerca a la ventana y cuidadosamente se asoma, consiguiéndose con unas figuras moviéndose con rapidez del otro lado.
- Te matare – asustada por ser testigo de una pelea, corre hacia la puerta para intentar ir a detenerlos, pero es detenida por su protector, quien pudo leer sus intenciones a la perfección.
- Ni se te ocurra – la levanta en brazos sabiendo que en cualquier oportunidad ella querrá correr a auxiliar al pobre diablo que está siendo masacrado.
- Son tres contra uno, eso es injusto – refuta, pero no pelea para bajarse, eso sería perder energías y tiempo, cosas que necesita si quiere ayudar a esa persona.
- La vida es injusta.
- No si yo estoy presente para evitarlo – enojada, lo ve fijamente a los ojos, asegurándole que la puede ayudar o puede ver como ella se mete en problemas, pero no hay una tercera opción, o la ayuda o la deja.
- Te quedarás atrás de mí en todo momento – y maldiciendo al imbécil que se dejó acorralar, camina con rapidez hacia el callejón, sin sorprenderle el hecho que parece que son los únicos en el pequeño edificio.
Al llegar, solo son capaces de vislumbrar tres figuras encorvadas y otra poniéndose de pie lentamente.
- Ya me cansé de esta mierda.
- Estas echo mierda, imbécil – se burla uno de los tres, pero la risa muere cuando el contrario saca un arma de pólvora.
- Solo me divertía, hijo de puta – saca el seguro, pero no tiene la oportunidad de disparar porque un cuerpo algo más bajo que el suyo impacta con su espalda y lo abraza con fuerzas.
- Creo que ustedes ya se iban – los cuatro se asustan cuando una gran figura aparece en el callejón con una espada del tamaño de una pierna de cualquiera de ellos. Ese hombre fácilmente podría cortarlos en dos.
Aterrorizados, los tres golpeadores salen huyendo del lugar, pero el cuarto se queda en el lugar, sorprendido por lo ocurrido con el gigante y a quien identifica como una mujer que no deja de abrazarlo.
- Guapa, se siente lindo que me abraces, pero me duele – murmura cuando los brazos de la mujer aprietan las costillas que seguro están rotas.
- Oh dios lo siento, déjame revisarte – el moreno se sorprende por lo armoniosa que suena su voz, pero la impresión escala de nivel cuando logra ver por la poca luz que da al lugar a una hermosa silueta de una preciosa mujer.
- ¿Eres un ángel que vino a cuidarme o ya es mi momento y en realidad eres un súcubo? – con una sonrisa que él denominaría como seductora, se acerca a la contraria para acariciar su cara y poder verla más detalladamente, pero se detiene cuando siente el filo de una espada contra su cuello.
- Eres muy gracioso, por favor, hazme reír otra vez – al contrario de sus palabras, la voz del gigante suena tan profunda y helada que el moreno sintió como un escalofrío recorrió su columna.
Algo verdaderamente extraño, ni cuando estaba recibiendo la paliza de esos tres sintió temor, pero este hombre enorme solo le habla y ya siente como la muerte le respira en la nuca.
- Abraham, está herido, baja esa cosa – molesta, la princesa le reclama, sin embargo, no deja de revisar al hombre superficialmente, molestándose por no haber traid0o el botiquín con ella.
- No sabemos si se lo merecía o no – lejos de bajar el arma, la acerca más, haciendo un pequeño corte.
- ¡Abraham! – pero las palabras de la princesa son ignoradas.
- Dinos, pequeña mierda ¿te merecías esas heridas o no? – dudoso sobre si ser sincero o no, el hombre mantiene silencio, pero cuando cree que morirá decapitado por el desconocido gigante, la mujer toma sus manos y su sorpresa se eleva multiplicada cuando nota los inusuales ojos de la hermosa mujer que lo sostiene.
- Merezco muchas, pero estas no – y al recibir una preciosa sonrisa de la mujer sabe que respondió correctamente y que gracias a eso su vida daría un vuelco de ciento ochenta grados.