Capítulo 1

1939 Words
- ¡Princesa! – la joven mujer de ojos bicolor suelta una risa cantarina mientras frena su andar, permitiendo que su dama de compañía la alcance. En realidad, la idea era escapar un poco de ella, Angelica en ocasiones se estresa por tener en todo momento a alguien siguiéndola, pero recapacita su decisión al pensar en el problema que la pobre mujer puede meterse por perderla de vista. - Aquí estoy Sofía, no tienes que alterarte – la voz dulce y armoniosa de la princesa logra calentar los corazones tanto de los trabajadores del castillo como a los guardias a cargo, todos muy encariñados de la mujer que desde niña corría los alrededores sacándoles más de un susto. - Señorita sabe que no puede separarse mucho de mí, su padre me lo pidió personalmente, además – la mujer solo un poco mayor que la heredera se acerca luego de revisar a su alrededor y estar segura que nadie pueda escucharla para susurrar tan bajo que apenas puede ser escuchada – El señor Reginald y su hijo están en el castillo. La más joven disimula una mueca con su casi permanente sonrisa y asiente entendiendo que su dama de compañía solo quiere ayudarla a esquivar a aquel hombre que le causa tanta incomodidad. Su primo. - Te pido una disculpa, solo estaba ansiosa por ver las practicas, Abraham entrenará a los nuevos reclutas – al mencionar a su héroe su sonrisa y sus ojos se tornan más brillantes causando que su fiel compañera suelte una risita. Sofía adora ver ese romance que se cree prohibido dado que Angelica no es una simple noble, es la próxima gobernante del reino y Abraham es un plebeyo que por sus grandes habilidades pudo convertirse en su guardia principal. Pero prohibido o no, el amor que ellos dos sienten no hace sino crecer con los años, haciendo de todos a su alrededor testigos de un cariño tan puro y sincero que, aunque no haya sido confesado, no hace falta. Esos dos con solo verse se dicen cuanto se aman. - Pues soy yo quien tiene que ofrecer sus disculpas princesa, no debí atrasarla – ambas se ven a los ojos y sueltan ligeras carcajadas – Vamos, quizás lleguemos a tiempo si corremos un poco. - ¡Soy la princesa Angelica Jasmine Swaponell de Reign, no puedo correr, eso es una barbarie! – exclama con un exagerado acento imitando a la institutriz que desde niña se encarga de su educación. Ambas sueltan una gran carcajada que pronto cubren con una mano para no obtener una llamada de atención de dicha mujer que suele aparecer en los momentos más inoportunos. - ¡¿Cómo se me pudo ocurrir tal atrocidad?! – la bicolor toma la mano de su dama de compañía y suelta una pequeña risita antes de exclamar. - ¡Ya vamos tarde! – y sin más comienza a correr llevando a la mayor casi a rastre debido a que es más rápida. La pobre Sofía a duras penas puede seguirle el paso, pero no quiere frenar más a su princesa, está ansiosa por verla a ella y a su guardia pasar tiempo juntos sin nadie que los vigile y se vean obligados a mantener un trato de cordial y alejado. Todo para no hacer molestar a los actuales miembros del consejo que tanto insisten que la princesa debe contraer matrimonio con un noble de gran poder antes de tomar el trono. Ya en varias ocasiones han pedido que Abraham cuide de otras personas debido a las sospechas de un romance entre ellos, pero gracias al Rey esa orden disfrazada de petición fue negada. El rey, quien está profundamente agradecido con el joven Abraham por cuidar tan bien a su hija y adorarla como lo hace; se ve afectado por ver como su princesa no puede llevar a cabo ese amor, por lo que constantemente lucha por cambiar la opinión de los consejeros y permitirles casarse. Esfuerzos que por el momento no han tenido avance. Todos los pensamientos tristes de Sofía se hacen a un lado cuando llegan al gran campo que los guerreros de elite usan para entrenar, pero en lugar de ver hacia los hombres de gran musculatura y atractivo masculino, voltea hacia la princesa, quien no tarda en encontrar aquella larga cabellera castaña amarrada y esos enormes hombros que tantas veces la han sostenido. Angelica tiene la capacidad de encontrar a Abraham entre una multitud de personas y parece brillar cada que lo hace. Es un espectáculo maravilloso como una persona puede expresar tanto amor en una mirada tranquila cuando se supone que las emociones se reflejan con las muecas, pero no, la princesa Angelica puede mantener una pequeña sonrisa cordial en sus labios y reflejar mil cosas en sus bicolores, casi como si los estuviese gritando. - Ya consiguió a Abraham – no es una pregunta, es una afirmación. La princesa voltea a su dama y con una sonrisa asiente. - Como no, su espalda es enorme, creo que ese hombre se hace más grande cada que lo veo – su dama asiente y vuelve la vista a los musculosos y sudorosos cuerpos que hacen que tanto ella como un par más de mucamas que pasaban junto a ellas se distraigan. - Espere… sé que Abraham es quizás el hombre más grande aquí, pero no logro encontrarlo ¿cree que necesite lentes? – la princesa cubre con delicadeza sus labios para regular una risa y observa como su dama achica sus ojos corriendo su mirada entre los aproximadamente cincuenta hombres sin camisa. Seguro Sofía solo estaba usando esa excusa para poder apreciar todos esos cuerpos masculinos en caso que la institutriz o alguien de la corte pase por ahí y la note con la vista fija en ellos. Su amiga, lastimosamente es muy juzgada debido a su posición como plebeya, aunque repriman sus gestos en su presencia, no es secreto para la princesa que ella y muchos otros de sus apreciados amigos sufren esos maltratos por aquellos con un poco de poder. Pero ella solo sonríe y calla, todavía no es momento de levantar la voz por aquellos que no tuvieron el privilegio de nacer con comodidades, solo queda un poco más de un año y todo se hará a su modo. Comenzando por reemplazar a los miembros del consejo. - Está junto a Benjamín. - ¿Quién? – se hace la loca volteando para otro lado divirtiendo a Angelica, quien con su habitual sonrisa inclina la cabeza hacia su guardia, viendo como esta tan concentrado ayudando a un joven de no más de dieciocho años con el arco y flecha que no ha notado la mirada bicolor en su espalda. - Ya sabes, ese gran hombre que siempre esta con nosotras protegiéndonos. - Ese es Abraham – otra risita sale de los labios de la princesa al ver como su dama la esquiva, voltea a verla notando como ella posiblemente ya encontró al nombrado por el rabillo del ojo, pero sin enterarse que, de alguna manera, su leal protector sintió su presencia. El hombre concentrado en explicarle al niño cómo hacer para disparar una flecha como es debido, siente, de alguna manera, la angelical risa de su amada, pero en lugar de voltear como su instinto le indica se concentra en el entrenamiento. Es imposible que la princesa esté ahí en ese momento, debería estar tomando clases de política dado que pronto deberá tomar el trono. - ¿Ya notaste quienes están viendo el entrenamiento? – Benjamín, su compañero y buen amigo llega a su lado, cuando Abraham voltea la vista a él nota una sonrisa burlona y decide ignorarlo un poco. A Ben le gusta jugar con su paciencia. - Lo que noté es que te estás siendo débil, mueve el culo y entrena, te quiero fuerte para proteger a la princesa – lo despacha y cuando ve como el menor deja caer la flecha debido a sus manos temblorosas le suelta un golpe débil en la espalda, poniéndolo rígido por el dolor. Sus compañeros y victimas de sus palmadas amigables no saben si es que no sabe controlar su brutal fuerza o solo le interesa graduarla en presencia de la princesa. >> ¿Viniste a jugar o a que mierda? – se cruza de brazos y endereza la espalda con el propósito de intimidar al muchacho, algo que consiguió perfectamente. - Vi-vine a entrenar señor – el pobre chico no puede dejar de temblar y es por una mezcla de admiración y temor hacia el hombre. Abraham Heiz es toda una leyenda debido a su fuerza y rapidez, fue admitido como parte de la guardia de elite desde los doce por haber salvado a la princesa y derrotó a muchos de los grandes a los quince. Definitivamente ese hombre de ojos oscuros imponía muchísimo. - Pues vas a morir muy pronto si eres débil – el muchacho se indigna y lo ve con enojo, o ese era el plan, porque al ver a la cara al capitán de la guardia del castillo su valor bajó al pique – Dime tu nombre. - Chris – el chico traga un poco de saliva y se endereza para buscar un poco de respeto en aquel hombre que tanto admira. Después de todo, en la milicia no te regalan el respeto, te lo debes de ganar – Soy malo con el arco y la flecha señor, pero soy uno de los mejores cadetes con la espalda y la lucha cuerpo a cuerpo – ambos, Abraham y Ben, observan fijamente al muchacho, notando como este aun tiembla un poco pero no baja la mirada ni se curvea. - Quiero ver eso, pelea con Benjamín – habla con menos hostilidad y voltea hacia su mano derecha para pedirle que no sea muy rudo, pero todo muere en sus labios al oír al menor. - ¡Guao! ¿esa es la princesa? Pensé que era un rumor que tiene un ojo azul y uno marrón, y es tan hermosa como dicen, es como un ángel – el segundo a cargo de esa división suelta un silbido con asombro, pero en realidad muere por reírse debido a la mueca de su capitán. - Casi te salvas muchacho, una lástima – murmura haciendo que el joven se asuste en grande al notar la mirada del guardia de la princesa en él. No hay que ser muy listo para adivinar que ese joven iba a tener un muy largo camino que recorrer. - Si tienes tan buena vista debes de manejar el arco a la perfección, apunta al blanco, si fallas dormirás con los caballos una semana. - Señor… - Un mes – el chico abre la boca, tembloroso al borde del llanto, pero se calla cuando el segundo al mando pone la mano en su hombro y niega. - Mañana quiero ver esa flecha en un blanco a treinta metros de ti o yo me encargaré de patear tu culo para probar que tan bueno eres peleando, cadete – da la vuelta buscando a la princesa, pero no hace falta ni que se esfuerce. Su vista siempre viaja a su figura de manera automática. Empieza a caminar con las manos en la espalda y porte recto hacia ella, tal y como un subordinado informando a su mayor al cargo, en caso de que aparezca un m*****o en contra de las amistades de la princesa con los vasallos, pero frena su caminata cuando sus ojos se cruzan con los bicolores de ella, robándole el aliento. La princesa es cada día más hermosa y logra enamorarlo más.
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