–Ya te he dicho que estoy en mi apartamento. Eliot miró a la puerta quería regresar con Alizeé, sacudió su cabeza intentando alejar los pensamientos y luego caminó al balcón que tenía en su habitación, necesitaba un poco de aire fresco. –¿Y qué estabas haciendo? –Ahora debo enviarte mi rutina diaria –respondió molesto. –Es que no me respondiste la primera llamada, creí que algo te había pasado, estaba preocupada. –Madre, literalmente existen un millón de cosas insignificantes por las cuales no te contesté a la primera. –Bueno, sí –contestó la mujer, hubo un silencio y luego preguntó –. ¿Qué haces? ¿Cómo estás? Eliot intentó tener paciencia, al menos la entrepierna ya no dolía, escuchar la voz de su madre había sido suficiente para quitarle el deseo y hasta los ánimos de existir