CAPÍTULO DOS

2449 Words
CAPÍTULO DOS Scarlet sintió que una lengua le lamía el rostro y abrió los ojos a la luz cegadora del sol. La lengua no se detenía y, antes de que mirara, sabía que era Ruth. Abrió un poco los ojos: Ruth estaba inclinada sobre ella gimiendo, la loba se entusiasmó aun más cuando Scarlet abrió los ojos. Scarlet sintió una punzada de dolor cuando trató de abrir los ojos aún más; la luz cegadora del sol llenó de lágrimas sus ojos que sintió más sensibles que nunca. Tenía un fuerte dolor de cabeza, se dio cuenta que estaba tendida sobre una calle de adoquines en alguna lugar. La gente corría y caminaba junto a ella, era evidente de que estaba en medio de una ciudad bulliciosa. Las personas se apresuraban de aquí para allá, la calle estaba llena de gente en todas direcciones; Scarlet podía oír el estruendo de la multitud al mediodía. Mientras Ruth se quejaba y se quejaba, Scarlet se sentó mientras trataba de recordar, de averiguar dónde estaba. Pero no tenía ni idea. Antes de que Scarlet pudiera tener en claro lo que había ocurrido, de repente sintió un pie en las costillas. “¡Muévete!" dijo una voz profunda. "No puedes dormir aquí." Scarlet vio una sandalia romana cerca de su cara. Levantó la vista y vio a un soldado romano vestido con una túnica corta y un cinturón alrededor de su cintura, de la que colgaba una espada corta de pie junto ella. Llevaba un pequeño casco de latón con plumas. El soldado se inclinó y la movió de nuevo con el pie. La estaba lastimando en el estómago. "¿Escuchaste lo que dije? Muévete o te encierro.” Scarlet quería escucharlo, pero cuando abría aun más los ojos, el sol los lastimaba, y ella se sentía muy desorientada. Trató de ponerse de pie pero sentía como si todo se estuviera moviendo en cámara lenta. El soldado se hizo hacia atrás para patearla con fuerza en las costillas. Scarlet lo vio venir e, incapaz de reaccionar con la suficiente rapidez, se preparó para recibir la patada. Scarlet escuchó un gruñido y vio a Ruth, con su cabello en su espalda erizado, lanzarse al soldado. Ruth capturó el tobillo del soldado en el aire y le hundió sus afilados colmillos con todas sus fuerzas. El soldado empezó a gritar; sus gritos llenaban el aire mientras la sangre brotaba de su tobillo. Ruth no lo soltaba y lo sacudía con todas sus fuerzas mientras el soldado rápidamente perdía su anterior altivez y se llenaba de miedo. Entonces, se agachó y extrajo su espada. La levantó en lo alto, iba a hundirla en la espalda de Ruth. Fue entonces cuando Scarlet la sintió. Era como una fuerza que controlaba su cuerpo, como si una potencia extraña, otra entidad, emergiera en su interior. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Scarlet estalló en acción. No podía controlarse y no entendía lo que le estaba pasando. Con el corazón palpitante por la adrenalina, Scarlet se levantó de un salto y agarró la muñeca del soldado en el aire en el momento en que bajaba su espada. Mientras sostenía el brazo del soldado, Scarlet sintió el poder correr por ella, un poder que nunca antes había sentido. Aún usando todas sus fuerzas, el soldado no podía moverse. Ella le apretó la muñeca, y lo hizo con tanta fuerza que, en estado de shock, por fin él dejó caer su espada. La espada aterrizó sobre el empedrado con un sonido metálico. “Todo está bien, Ruth," Scarlet dijo en voz baja, y poco a poco Ruth fue soltando el tobillo. Scarlet permaneció allí, sosteniendo la muñeca del soldado; lo mantenía encerrado en su abrazo mortal. "Por favor, déjame ir," él le suplicó. Scarlet sintió el poder fluir a través de ella y supo que, si quería, podría lastimarlo mucho. Pero no quería hacerlo. Sólo quería que la dejaran tranquila. Poco a poco, Scarlet lo soltó y lo dejó ir. Con miedo en los ojos, como si acabara de encontrarse con un demonio, el soldado dio media vuelta y huyó sin molestarse siquiera en recuperar su espada. "Vamos a Ruth", dijo Scarlet; sintiendo que podría volver con más soldados, no quería quedarse. Un momento después, las dos corrían hacia la multitud. Se apresuraron a través de los callejones estrechos y serpenteantes hasta que Scarlet encontró un rincón a la sombra. Sabía que los soldados no las encontrarían allí, y quería un minuto para pensar y averiguar dónde estaban. Ruth jadeaba junto a ella, mientras Scarlet también respiraba con dificultad por el calor. Scarlet estaba asustada y sorprendida de sus propios poderes. Sabía que había algo diferente, pero no lograba entender lo que le estaba pasando; y tampoco sabía dónde estaban los demás. Hacía mucho calor allí, y además estaba en una ciudad llena de gente que no conocía. No se parecía en nada a la Londres donde ella había crecido. Se puso a mirar a toda la gente que pasaba vestida con túnicas, togas, sandalias, llevando grandes cestas con higos y dátiles sobre la cabeza y los hombros; algunos llevaban turbantes. Vio antiguos edificios de piedra, callejones serpenteantes, calles estrechas y empedradas, y se preguntó donde podría estar. Eso no era Escocia. Todo se veía muy primitivo, sentía que había regresado miles de años en el tiempo. Scarlet miraba por todos lados, con la esperanza de distinguir a su mamá y su papá. Escudriñó todos los rostros que pasaban, esperando, deseando que alguien se parara y se volteara hacia ella. Pero ellos no se veían por ninguna parte. Y con cada cara que pasaba junto a ella, más sola se sentía. Scarlet estaba empezando a entrar en pánico. No entendía por qué había regresado sola. ¿Cómo pudieron abandonarla? ¿Dónde podrían estar? ¿Ellos también habían regresado? ¿Acaso ella no les importaba lo suficiente como para encontrarla? Cuanto más tiempo Scarlet se quedaba allí, observando, esperando, más se daba cuenta de su situación. Estaba sola. Completamente sola, en una época y un lugar extraños. Incluso si ellos habían regresado en el tiempo, Scarlet no tenía idea dónde buscarlos. Scarlet miró su muñeca, el antiguo brazalete con la cruz que colgaba y le habían dado justo antes de salir de Escocia. Mientras habían estado parados en el patio de ese castillo, uno de esos hombres viejos vestidos de blanco se le había acercado y se lo había puesto en la muñeca. Ella creía que era un brazalete muy bonito, pero no sabía qué era ni qué significaba. Tenía la sensación de que podría ser algún tipo de pista, pero no tenía idea de qué. Sintió a Ruth frotarse contra su pierna, y ella se arrodilló, le besó la cabeza y la abrazó. Ruth se quejó en su oído mientras la lamía. Al menos tenía a Ruth. Ruth era como su hermana, y Scarlet estaba tan agradecida de que hubiera regresado con ella y que la hubiera protegido de ese soldado. No había nadie a quien quisiera más. Cuando Scarlet de nuevo se puso a pensar en el soldado y en su encuentro con él, se dio cuenta de que sus poderes debían ser más grandes de lo que creía. No lograba entender cómo ella, una niña pequeña, lo había podido someter. Sentía que estaba cambiando, o ya había cambiado, para ser alguien totalmente inédito. Recordó que en Escocia su mamá se lo había explicado. Pero todavía no acababa de entenderlo. Solo deseaba que todo terminara. Sólo quería ser normal, quería que las cosas fueran normales, que volvieran a como estaban. Sólo quería estar con su mamá y su papá; quería cerrar los ojos y estar de vuelta en Escocia, en ese castillo, con Sam, y Polly, y Aiden. Quería regresar a la ceremonia de la boda; quería que todos en el mundo se sintieran bien. Pero cuando abrió los ojos, todavía seguía allí, sola con Ruth en esa extraña ciudad y en esa época extraña. No conocía a nadie. Nadie se veía amable. Y no tenía idea a dónde ir. Hasta que Scarlet ya no lo pudo soportar más. Tenía que seguir adelante. No podía estar escondiéndose y esperando para siempre. Su mamá y su papá debían estar por ahí, en alguna parte. Sintió una punzada de hambre y oyó a Ruth lloriquear, sabía que también tenía ganas de comer. Tenía que ser valiente, se dijo. Tenía que salir y tratar de encontrar a sus padres y también comida para las dos. Scarlet salió al bullicioso callejón, estaba atenta a los soldados; a lo lejos, vio un grupos de ellos patrullando las calles, pero no parecían estar buscándola. Scarlet y Ruth empujaron su paso entre las masas mientras se dirigían por las callejuelas serpenteantes. Estaba tan lleno allí que había gente por todas direcciones. Pasó junto a vendedores con carritos de madera vendiendo frutas y verduras, panes, botellas de aceite de oliva y vino. Los vendedores estaban uno al lado del otro, hacinados en los callejones, y gritaban para atraer clientes. La gente regateaba con ellos a más no poder. Como si no estuviera lo suficientemente lleno, también había animales -camellos y asnos y ovejas y todo tipo de ganado, conducidos por sus propietarios. Entre ellos corrían pollos salvajes, gallos y perros. Olían terriblemente, y con sus rebuznos constantes, balidos y ladridos contribuían a elevar el nivel de ruido del mercado. Scarlet sabía que Ruth tendría aun más hambre al ver esos animales, entonces se arrodilló y la agarró por el cuello, para frenarla. “¡No Ruth!", Scarlet dijo firmemente. Ruth obedeció a regañadientes. Scarlet se sintió mal por ella pero no quería que Ruth matara a esos animales y causara una gran conmoción en esa multitud. "Voy a encontrar comida para ti, Ruth", dijo Scarlet. “Te lo prometo." Ruth se quejó de nuevo y Scarlet sintió una punzada de hambre también. Scarlet se apresuró para dejar atrás a los animales y condujo a Ruth por más callejones que se retorcían y giraban, pasando junto a más vendedores y más callejones. Parecía que este laberinto nunca terminaría, y Scarlet casi no podía ver el cielo desde allí. Finalmente, Scarlet encontró un vendedor con un enorme pedazo de carne asada. Podía olerla desde lejos, el olor se filtraba por todos sus poros; vio a Ruth mirar la carne mientras se lamía los labios. Se detuvo mirando la carne boquiabierta. “¿Quiere comprar una pieza?" El vendedor, un hombre grande con una bata cubierta de sangre, le preguntó. Scarlet quería un pedazo más que cualquier otra cosa. Pero cuando puso la mano en sus bolsillos, no encontró nada de dinero. Sintió su brazalete, y se lo habría quitado para vendérselo a ese hombre a cambio de comida. Pero se obligó a no hacerlo. Sentía que era algo importante, y entonces usó toda su fuerza de voluntad para contenerse. En cambio, lentamente, tristemente negó con la cabeza. Agarró a Ruth y la alejó del hombre. Ruth lloriqueaba y protestaba pero no tenía otra opción. Siguieron adelante y, finalmente, el laberinto se abrió en una plaza luminosa y soleada. A Scarlet le sorprendió ver el cielo abierto. Después de haber caminado por todos esos callejones, sentía que, con miles de personas dando vueltas en su interior, la plaza era el espacio más amplio y abierto que jamás había visto. En el centro había una fuente de piedra, y una inmensa pared de piedra que se elevaba cientos de metros rodeando la plaza. Cada piedra era tan ancha que era diez veces su tamaño. Contra esta pared, había cientos de personas de pie, que se lamentaban y rezaban. Scarlet no tenía idea por qué, o dónde estaba, pero sintió que estaba en el centro de la ciudad, y que este era un lugar muy sagrado. "¡Eh, tú!" le llegó una voz desagradable. Scarlet sintió que se le ponían los pelos de punta y poco a poco se volvió. Un grupo de cinco chicos, sentados sobre una formación rocosa, la estaban mirando fijamente. Estaban todos sucios de pies a cabeza y estaban vestidos con harapos. Eran adolescentes, tal vez de 15 años, y Scarlet vio la maldad en sus rostros. Ellos estaban buscando problemas y habían ubicado a su próxima víctima; Scarlet se preguntó si era tan evidente que estaba sola. Con ellos había un perro salvaje, enorme, rabioso, era dos veces el tamaño de Ruth. "¿Qué estás haciendo por aquí sola?" el chico que parecía el líder le preguntó burlonamente mientras los otros cuatro se reían por lo bajo. Era musculoso y tenía una mirada estúpida, labios grandes y una cicatriz en la frente. Mientras lo miraba, Scarlet sintió que adquiría un nuevo sentido, uno que nunca había experimentado antes: un fuerte sentido de intuición. No sabía qué le estaba pasando pero, de repente, pudo leer claramente los pensamientos del chico, sentir sus sentimientos y saber sus intenciones. Era claro como el día, y sintió que esos chicos no querían nada bueno. Querían hacerle daño. Ruth gruñó a su lado. Scarlet supo que estaban a punto de enfrentarse -que era exactamente lo que quería evitar. Ella se inclinó y le indicó a Ruth que necesitaban retirarse. "Vamos a Ruth", Scarlet le dijo mientras empezaba a girar y alejarse. “¡Hey, chica, te estoy hablando a ti!", el muchacho gritó. Mientras se alejaba, Scarlet miró por encima de su hombro y vio a los cinco saltar de la piedra y caminar tras ella. Scarlet se echó a correr por los callejones, tratando de alejarse lo más posible de esos chicos. Pensó en su confrontación con el soldado romano y por un momento se preguntó si debía detenerse y tratar de defenderse. Pero no quería pelear. No quería hacerle daño a nadie. O correr ningún riesgo. Sólo quería encontrar a su mamá y papá. Scarlet dobló en un callejón vacío. Miró hacia atrás y vio el grupo de chicos perseguirla. No estaban muy lejos y rápidamente estaban ganando velocidad. Demasiado rápidamente. Su perro corría con ellos y Scarlet se dio cuenta de que pronto la alcanzarían. Tenía que hacer algo para poder perderlos. Scarlet se volvió en otra esquina, esperando encontrar una manera de evadirlos. Pero su corazón se detuvo. Era un callejón sin salida. Scarlet se volvió lentamente con Ruth a su lado lista para enfrentar a los chicos. Ahora estaban a quizás diez pies de distancia. Los chicos se acercaron lentamente, tomándose su tiempo, saboreando el momento. Se quedaron allí riéndose, llenos de crueldad. "Parece que se te ha acabado tu suerte, niña," dijo el chico que era el líder. Scarlet estaba pensando exactamente lo mismo.
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