Capítulo 3

2099 Words
"... Barco a la deriva que, se hunde un poco cada día. Barco a la deriva que, no puede ver el faro que le guía..." Guillermo Dávila. *** Joaquín rascó su nuca y su mirada se enfocó en la chica, la persiguió con su vista, notando lo atractiva que era, y la seguridad con la que caminaba. —Eres muy bella —comentó. María Paz tomó asiento en la sala de abordaje, se llevó las manos al pecho, respiró profundo, entonces cerró sus ojos y la mirada de él se le vino a la memoria. Joaquín… Duque de Manizales —murmuró suspirando—, no, esto no puede ser posible —comentó. —¿Disculpe? —cuestionó una señora que estaba junto a ella. María Paz salió de sus cavilaciones. —Lo lamento, hablaba sola —respondió, entonces bebió de su café, y luego cuando finalizó de alimentarse y botó todo en un basurero, volvió a su asiento e intentó proseguir con su lectura, pero no podía concentrarse, entonces escuchó la llamada de su vuelo, inhaló profundo y se colocó en la fila, minutos después se acomodó en su lugar, sacó su iPhone para activar el modo avión, y de repente su corazón se detuvo al verlo ingresar—. No puede ser —dijo en voz baja enseguida ella se encogió en su asiento para que no la encontrara, pero parecía que el destino se empeñaba en juntarlos. —Este es mi lugar —dijo él, y se quedó estático al mirar a la compañera de viaje—. Qué coincidencia —mencionó con una sonrisa, sentándose junto a ella. —Qué mala suerte la mía —respondió María Paz. —«Qué maldita mala suerte la mía. Que aquel día te encontré» —entonó él un parte de la letra de la canción: La camisa negra de Juanes. María Paz giró su rostro, y sonrió con suspicacia. —Eso me pasa por buena gente —espetó, entonces él carcajeó burlándose. —Estamos a mano —respondió divertido—, y en vista que vamos a ser compañeros de viaje sería bueno conocer tu nombre. María Paz elevó una de sus cejas. —Antes de decirte como me llamo, tengo una curiosidad —expresó ella mirándolo a los ojos. —¿Cuál? —averiguó él sin dejar de verla. —Será que debajo de esa ropa —Señaló con sus dedos hacía los pantalones de él—, traes al difunto. —Soltó una sonora carcajada que se hizo escuchar entre todos los pasajeros de primera clase—: «Cama, cama, come on, baby. Te digo con disimulo. Que tengo la camisa negra. Y debajo tengo el difunto» —entonó la chica la misma canción que él, bailando divertida en su asiento. —«Pa' enterrártelo cuando quieras, mamita» —susurró él muy cerca del oído de ella. La chica abrió sus verdes ojos de par en par. Todo el cuerpo de María Paz se estremeció, como jamás antes le había pasado. Se llevó la mano a la frente, desconociéndose, porque ella no era de las que entablaban amistad con el primer desconocido, y tampoco solía bromear con cualquiera, pero el joven que tenía a su lado por alguna inexplicable razón le inspiraba confianza, a pesar de que olía a alcohol, y que podía ser algo peligroso, había una extraña fuerza en su interior que la hacía no tener miedo. —Me llamo —mencionó presionando sus labios—. Elizabeth de Windsor: Reina de Inglaterra. —Carcajeó divertida—, y según el protocolo eres tú, falso Duque el que debe hacer una reverencia ante mí. —¡Qué graciosa! —exclamó y giró su rostro para contemplarla y perderse en aquella verdosa mirada—. Decime tu nombre. —Isabella —mintió. —Mucho gusto —dijo él y extendió su mano a ella. —Un placer —respondió y estrechó los dedos de él, entonces una extraña vibración los sacudió a ambos, la chica de inmediato se soltó de él, tomó sus audífonos los conectó a su móvil, y colocó su playlist. Joaquín se recargó en su asiento y cerró sus párpados, intentando dormir, minutos después María Paz rodó sus ojos al sentir la cabeza del joven en su hombro. —Lo que me faltaba —murmuró y con delicadeza lo removió entonces él no abrió sus parpados retiró su cabeza y siguió dormido, fue ahí que ella lo pudo mirar con más detalle. «Eres muy atractivo, lástima que huelas a alcohol» entonces una extraña sensación la invadió, un pinchazo percibió su corazón y recordó parte de su sueño: «Está muy solo y triste» sin embargo intentó aclarar sus ideas, no podía dejarse llevar de una ilusión se dijo así misma, pero lo único cierto era que aquel desconocido que tenía sentado a su lado ejercía sobre ella un extraño magnetismo, sentía ganas de protegerlo, y no sabía por qué. **** Una hora después. La cabeza de María Paz reposaba sobre el hombro del joven colombiano, quién minutos antes había despertado, sin embargo, no quiso incomodar a la jovencita, además el aroma a frutos cítricos de su cabello le brindaba calma. De pronto observó a la bella azafata caminar con el carrito de bebidas. —Un whisky, por favor —solicitó guiñándole un ojo a la chica. —Con gusto —respondió ella sonriendo. María Paz al escuchar la voz de él, talló sus ojos y despertó, se sobresaltó al darse cuenta de que su cabeza estaba en el cuello de él, cuando se retiró, sus rostros quedaron muy cerca, tanto que podían escuchar sus respiraciones. —Hueles a alcohol. —Se quejó ella frunciendo los labios, enseguida se alejó de la tentación. Entonces miró como la azafata vertía el licor en la copa. —Disculpe, ¿Para quién es ese trago? —cuestionó la jovencita. —Para el caballero —respondió. —Ah no —expresó mirándolo con seriedad—, si viajas a mi lado, no bebes una copa de licor —advirtió—. Más bien deseo un café para el Duque —expresó presionando los labios. —Vos no podés prohibirme nada a mí —mencionó él resoplando—. Yo hago con mi vida lo que se me da la gana, y ninguna desconocida va a venir a cuestionarme. María Paz enfocó su verdosa mirada en él, cruzó sus brazos en señal de molestia. —Puedo quejarme al bajar del avión, si aún no lo has notado, soy menor de edad, voy a cumplir diecisiete años, y que tú bebas a mi lado, es de mal ejemplo —expresó. Joaquín arrugó el ceño, y luego la inspeccionó con la mirada: El rostro de la chica era lozano, sus facciones aún eran tiernas. Antes de subir al avión se había recogido el cabello en una trenza a medio lado. Vestía unos jeans rasgados, camiseta rosa, usaba converse, y era alta, le calculó más de un metro setenta y cuatro o cinco, quizás, porque la diferencia entre ellos no era mucha y él medía 1.85. —¿Ya te convenciste? —cuestionó ella, también lo observó, quizás él tenía unos diecinueve o veinte años, vestía unos vaqueros azules, una camisa a cuadros bastante arrugada, llevaba zapatos deportivos. Joaquín se rascó la barbilla. —Lo que me faltaba, ser niñero. —Bufó ladeando la cabeza—. Un café —solicitó a la azafata. —Que sea expreso y sin azúcar —pidió María Paz. Él de nuevo la miró con seriedad—. Lo lamento —se disculpó—, pero…—mordió su labio inferior—, eres muy guapo, y es una verdadera lástima que abuses del alcohol —mencionó aclarándose la garganta—, si no te interesa tu vida, piensa en tu familia, a tus padres no les debe gustar nada lo que haces. Joaquín inclinó su mirada, las palabras de ella lo perturbaron, y de nuevo aquel vacío en su alma, apareció, sus ojos se aguaron y no dijo nada. La chica notó como le cambió el semblante, tampoco hizo ningún comentario al respecto, entonces miró la pantalla frente a su asiento. —¿Te gustaría ver una película? —cuestionó. Joaquín tan solo asintió. Enseguida ella encendió el artefacto, y buscó una comedia, porque después de colaborar tantos años en el centro comunitario sabía bien que las personas que bebían en exceso se debían a diversas situaciones que los afectaban. —No me gusta el drama —dijo él, entonces miró a la azafata acercarse con su bebida—. Gracias, preciosa —murmuró y recorrió a la chica de pies a cabeza. —¿Qué vas a hacer luego que el avión aterrice? —Ver a mi esposo —comentó la azafata irguiendo la barbilla. María Paz se llevó la mano a la boca para ahogar la risotada que estaba por salir de sus labios. —Hoy no es mi idea —murmuró él ladeando su cabeza. —Gracias por lo que me toca —comentó la jovencita. Joaquín giró su rostro y su azulada mirada se enfocó en ella. —Vos eres lo único bueno que me ha pasado hoy —aseveró con sinceridad. La jovencita plantó su vista en él, y de nuevo esos ojos cargados de melancolía le estremecieron el alma. —¿Terror, comedia, romance? —inquirió sin dejar de reflejarse en la vista de él. —Terror —mencionó entonces miró a la pantalla—. Annabelle me gusta. María Paz rascó su frente, inhaló profundo, y presionó play—. ¿Te da miedo? —inquirió. —Yo no le tengo temor a nada —respondió ella con seguridad—, solo que no es mi género favorito, prefiero la comedia —contestó encogiendo sus hombros. Joaquín sonrió al escucharla. —Así que vos sos muy valiente —susurró. —Te defendí sin conocerte —Enarcó una de sus cejas. —¿Necesitas otra prueba? —Miró los ojos de él. —No, gracias —respondió él presionando los labios—, vaya a ser que no llegue con vida a New York. —Carcajeó. María Paz frunció el ceño, y enfocó su mirada en la película, tiempo después cenaron juntos, charlaron de cosas banales, él volvió a tomar café, y luego de aquella travesía el avión aterrizó. Joaquín se puso de pie y le cedió el paso a ella al momento que la azafata mencionó que abandonaran el avión. Caminaron juntos uno al lado del otro sin decir nada, en la fila para pasar migración la chica suspiró profundo, no sabía si lo volvería a ver, y a él de nuevo la soledad lo invadió, lo cierto es que, a él, aquella sonrisa cautivadora, y esa mirada llena de vida no se le iban a borrar de la memoria con facilidad. Luego de que salieron al tomar su equipaje y esperaban en la banda, él se dirigió a ella. —Gracias por todo —expresó—, nunca había tenido una compañera de viaje tan divertida, y bella —aseveró con sinceridad. María Paz bufó. —Debes decirles lo mismo a todas —contestó volviendo a reflejarse en la azulada mirada de él—, no fue tan malo viajar a tu lado —mencionó—. Espero que no vuelvas a llegar en esas condiciones a un aeropuerto, porque no creo volver a coincidir contigo, para defenderte y ayudarte —comentó, entonces tomó su equipaje y se marchó caminando con sensualidad. Joaquín sacudió su cabeza, y fue tras de ella. —¡Espera! —solicitó tomando con delicadeza el brazo de la chica. —¿Qué sucede? —cuestionó la joven girando para mirarlo. —Ojalá nos volvamos a ver —expresó él, y se acercó para besarla en la mejilla. El corazón de María Paz retumbó, todo su ser tembló, de nuevo aquel corrientazo la sacudió, y el revoloteo de las mariposas en su estómago no se hizo esperar, entonces antes de que pudiera reaccionar él giró para ir por su equipaje. —Me encantaría volver a verte —susurró la chica, y abandonó aquella sala. Luego de que ella se perdió por la puerta, enseguida él tomó su maleta, se colocó sus gafas, y salió, entonces ya no la encontró, pero su rostro, su sonrisa, y esa manera tan particular de ser de esa jovencita se quedó grabada en su memoria. —Debo volver a verte —expresó en voz baja, sonriendo como un idiota salió del aeropuerto y tomó un taxi rumbo a su apartamento.
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