La Belleza de lo Inesperado
―Desnúdate, somos esposos, y quiero tener sexo ―dijo Max con una voz llena de autoridad, desafiante.
―¿En-enserio? ¿Qui-quieres... hacer el amor conmigo? ¿No estás borracho? ―balbuceó Irene, buscando alguna explicación lógica detrás de su inusual propuesta.
―No, no bebí nada―respondió el pelinegro con firmeza―. Quítate la ropa lentamente, o si no… te la quito yo.
Un mes antes...
«¡Ay no, mi mamá me va a matar por haber salido de mi habitación y ahora… este hombre está diciendo estas locuras!»―pensó Irene para si misma, parada en estado de shock frente el comedor.
Y mientras ella estaba ahí de pie, desde lejos una de las sirvientas con malicia la señalaba con desprecio y murmuró frente a sus compañeros:
―Jajaja, ahora el bombón y que se va a casar con la coja cara fea... ¡no puede ser!
―Esto si es todo un show―dijo uno de los sirvientes estando escondido―, y eso que me iba a ir temprano, menos mal que no lo hice jaja.
En las calles de Chicago, bajo el manto estrellado de la noche del año 2016, un aura de malicia y envidia envolvía el ambiente. Los murmullos y risas burlonas resonaban entre los trabajadores domésticos que intercambiaban opiniones sobre la familia adinerada que habían servido durante años.
En medio de la conversación animada, Maxwell Kensington, un hombre imponente pelinegro de ojos azules y sonrisa traviesa, al ver a Irene dijo una afirmación impactante.
―Me voy a casar con ella, con la mujer de la cicatriz―declara con una sonrisa burlona en los labios. Todos los presentes, con la boca abierta y los ojos como platos, quedan boquiabiertos ante sus palabras.
―¿Co-cómo?―preguntó la mujer de la cicatriz impactada cuyo nombre era Irene.
Irene, una mujer de veinticinco años de cabellos castaños y mirada intrigante de ojos color verde sostiene a su gato anaranjado de diez años en sus brazos mientras su corazón late con fuerza ante la audacia de las palabras de aquel hombre a quien apenas acaba de conocer. A pesar de su apariencia desaliñada y su baja autoestima, provocadas por una cicatriz desfigurante en su rostro y una cojera en su pie derecho producto del ataque de un feroz perro en la infancia, Irene era una linda persona tanto en el interior como por fuera, pero sus imperfecciones la opacaban siempre ante todos.
El pelinegro Maxwell Kensington, un exitoso director de una millonaria empresa de publicidad llamada: True Visión, se encuentra en esa cena para conocer a su futura esposa, en un matrimonio arreglado entre las distinguidas familias Kensington y Harrison. Sin embargo, algo ha ocurrido de manera inesperada. Parece que Maxwell ha tomado una decisión impulsiva, eligiendo a la mujer equivocada con el único propósito de provocar a su abuelo y romper con las expectativas impuestas.
Con una sonrisa maliciosa y una mirada desafiante en sus ojos, Maxwell continúa su alegato, el cual era una broma mal intencionada.
―¡Max!―exclamó su abuelo rabioso.
―Si, me casaré con ella abuelo. La quiero para mí, o de lo contrario, no habrá matrimonio―declara, dejando claro su deseo de desafiar las normas establecidas y seguir su propio camino. Todos los presentes quedan atónitos ante la audacia las palabras del apuesto pelinegro.
La madre de Irene, Florence, no puede contener su descontento. Se levanta de la mesa con una sonrisa forzada y se dirige directamente a Maxwell.
―Maxwell... te casarás es con Isabella, no con Irene. Isabella... es mucho más hermosa―enfatiza con un tono de desprecio en su voz, reflejando su resentimiento hacia la existencia de su hija Irene y su apariencia física.
Irene, acostumbrada a la opresión y el encierro impuestos por su madre, se siente desplazada y herida por las palabras de Florence.
La confusión y el asombro se apoderan de la sala mientras las dos familias presentes en la cena reaccionan ante las revelaciones de Maxwell. El abuelo de Maxwell, Richard Kensington quien sabe que su nieto es un amargado lleno de sarcasmo, intenta restar importancia a la situación.
―¡Max, deja de jugar! No puedes tomar una decisión así―exclama con un tono de indignación en su voz.
Pero Maxwell, lejos de ser disuadido, sostiene su postura con determinación.
―No estoy jugando, abuelo―responde con una ironía evidente en su tono―.Si quieres que me case, entonces... deberá ser con esa mujer, la de la cicatriz―declara con una sonrisa burlona en sus labios.
Una mezcla de confusión se dibuja en los rostros de los presentes, mientras Maxwell agrega con un toque de arrogancia y burla:
―Me gusta y no pienso cambiar de opinión... siempre y cuando ella también lo desee.