—Azul, ¿puedes venir a mi oficina, por favor?
Cierro el documento que mantengo abierto en mi computadora, y levanto la mirada al escuchar la voz de Abigail Boris, la flamante esposa del señor Boris, el único y gran fundador de Lucerna – Boris Chocolate.
—Sí, claro Abby, en un momento estoy contigo.
La mujer finge una sonrisa, mientras asiente con la cabeza y sale de mi oficina, dejándome completamente consternada. Llevaba su nariz bastante roja, y unas grandes bolsas se dibujaban bajo sus ojos, lo que me hacía ver que, probablemente también había tenido una mala noche.
Me pongo de pie y me dirijo a paso rápido hacia su oficina, bastante preocupada por lo que pudiera estarle ocurriendo, pues, además de ser mi jefa, podía considerarla una gran amiga, a pesar de la diferencia de edad que teníamos una de la otra, pues ella podía andar cerca de los cincuenta, mientras que yo estaba en los veintiocho.
Apenas entro a su oficina, ella me pide que cierre, lo que hago enseguida. Justo cuando vuelvo a mirarla, aquella guapa rubia comienza a llorar de forma descontrolada, provocando que también se me parta el corazón al verla de aquella manera.
—Abby, ¿Qué pasa? —interrogo al acercarme a su escritorio, me siento frente a ella y tomo sus manos, tratando de tranquilizarla—. ¿Qué tienes?
—Hernald y yo nos vamos a divorciar —me cuenta al sorber por la nariz.
Prácticamente se me desencaja la mandíbula al escuchar semejante confesión, pues aquel par, siempre se habían caracterizado por tener un matrimonio estable y bastante feliz, se la pasaban juntos todo el tiempo, asistían a las actividades sociales de la mano y disfrutaban de su tiempo juntos.
—¿Co- cómo? —pregunto al tragar saliva con fuerza, sin poder creer lo que estaba escuchando—, ¿Qué sucedió?
—Hemos caído en la monotonía, Azul, ya no nos entendemos a como lo hacíamos antes, así que hemos tomado la decisión de tomar caminos separados.
—Vas a disculparme, pero ¿Cómo es posible que ocurra algo así, cuando siempre se les ve juntos?
Ella se encoge de hombros.
—Apariencias, supongo. Fuera de casa somos distintos a como somos verdaderamente.
—¡Mierda! Pero si ya los dos están viejos —llevo mis manos hasta mi cabeza, apretándola con fuerza ante la frustración que siento al saber que, un amor tan bonito a como yo lo veía, estaba resultando ser una completa farsa—, ¿no es muy tarde para decidir que ambos quieren cosas diferentes?
—Oye, gracias por lo vieja —murmura al poner sus lindos ojos celestes en blanco.
—Lo siento, Abby —niego con la cabeza, al tratar de tranquilizarme—, es solo que, me cuesta mucho asimilar todo esto que me estás contando —suspiro con pesadez, a la vez de que chasqueo la lengua—, ¿Qué pasará con la fábrica? ¿seguirán trabajando juntos?
—No, Hernald ha decidido que no quiere conservarla, va a venderla para dividirnos el dinero, después de todo, ambos hemos trabajado mucho en ella.
Arrugo la frente a la vez de que siento como mi garganta se seca. Carajo, llevaba ya cinco años trabajando en aquel lugar, y con los Boris me entendía a la perfección, ellos no se metían en mi trabajo, lo que me llevó a convertirme en una excelente ingeniera, gracias a toda la confianza que ellos habían depositado en mí.
—¿La venderán? ¿a quién?
—Aún no lo sabemos, por eso quería hablar contigo primero —dice al tratar de recuperar la compostura—, pues además de trabajar para nosotros, te has convertido en una gran amiga.
Masajeo mis sienes, mientras me dedico a cerrar los ojos. El pánico se había apoderado de mí, no sabía lo que sucedería ahora, ¿Quién sería el nuevo dueño? ¿sería igual que los Boris? ¿iba a despedirnos? Mierda, no quería perder mi empleo, pues disfrutaba de él.
—No te preocupes, yo me encargaré de que todo siga igual —me asegura, tal y como si estuviese leyendo mi mente.
—¿Cómo sabes que estoy pensando en ello? —interrogo al abrir los ojos.
—Lo veo en tus expresiones, Azul, y no es para menos, tienes muchas razones para estar preocupada.
Asiento con la cabeza, a la vez de que trago saliva con fuerza. j***r, no me gustaba nada la idea de que ellos fuesen a vender, se trabajaba tan bien con ellos, que no quería imaginarme cómo sería trabajar con unos nuevos dueños.
—Lo que me preocupa es Celeste —murmura al suspirar con pesadez—, sabes que Hernald y yo le hemos tenido paciencia porque le hemos tomado mucho cariño, es una chica increíble y nos divierte, pero, no sabemos si los nuevos dueños le tendrán la misma paciencia —sus enormes ojos celestes se clavan en los míos—, tú más que nadie, sabe que, por el trabajo, ya Celeste se hubiese ido.
—Lo sé —farfullo con pesar.
¡Dios! Ni siquiera quería pensar en mi hermana, quien verdaderamente era feliz en ese lugar. ¿Qué iba a pasar con ella? ¿podría intervenir? ¿le caería bien a los nuevos dueños y la dejarían quedarse? Eran tantas las preguntas que circulaban por mi mente, que incluso comenzaba a dolerme.
—¿No hay alguna solución entre ustedes dos? Mierda, Abby, son más de veinte años de matrimonio los que se están yendo a la basura.
—No hay remedio, Azul —suspira—, la monotonía se ha apoderado de nosotros —ella se encoge de hombros, restándole importancia—. Tú más bien agradece que Michael te ha terminado a tiempo, pues creo que ustedes iban por el mismo camino.
Un leve cosquilleo recorre toda mi columna vertebral al pensar en ello. ¿En serio lo que Michael y yo teníamos era ya costumbre? ¿acaso ya no existía el amor entre nosotros dos? Chasqueo la lengua al negar, ¿Cómo carajos iba a darme cuenta de ello?
—Eso es todo, Azul, tan solo quería contarte lo que ha pasado, ya puedes volver al trabajo.
Salgo de esa oficina completamente abrumada, cargada de confusiones y nerviosismo ante lo que próximamente iba a ocurrir con nosotros. Temía quedarme sin trabajo, Abby había dicho que se encargaría de que todo siguiera igual, pero, ya por firmados los documentos, eso sería decisión de los nuevos dueños.
—Mierda —farfullo al negar con la cabeza.
—¿Estás bien?
Levanto la mirada en cuanto escucho la voz de Michael, quien me observa con preocupación a una distancia bastante corta de mí. Me encontraba tan abrumada, que ni siquiera había sido capaz de percatarme de su cercanía.
—Al baño, ahora —susurro al hacerle un gesto con mi cabeza en dirección de los sanitarios de aquel piso de oficinas.
El castaño me sigue con rapidez, antes de encerrarnos ahí, me fijo de que no haya nadie más en el pasillo.
—Me estás asustando, Azul —dice él, en cuanto estamos solos.
Me recuesto a los lavamanos y suspiro con pesadez.
—Los Boris van a divorciarse y venderán la fábrica —le cuento, tratando con ello de sacar aquel nudo que había quedado en mi garganta ante aquella confesión.
Michael lleva ambas manos hasta su cabeza, sus labios se separan y retrocede, viéndose igual de sorprendido a como lo podría estar yo.
—¿Y ahora?
—No lo sé —abro los brazos y los dejo caer a mis costados, a la vez de que aprieto los labios—, Abby dice que luchará para que todo siga igual, pero no estoy tan segura de ello, no sé hasta dónde podrá intervenir.
—Mierda, Azul —él resopla, a la vez de que niega con la cabeza—, jamás pensé que esto llegara a ser posible, ¿en serio van a divorciarse? ¿Qué no estaban muy enamorados?
Levanto una ceja a la vez de que cruzo los brazos a la altura de mi pecho, a lo que él enseguida levanta su dedo índice mientras niega con la cabeza otra vez.
—No, no nos compares con los Boris —se apresura a decir a la vez de que da un par de zancadas hacia mí—, me equivoqué y lo he admitido, pero mi amor por ti sigue intacto, ese no ha cambiado.
Pongo los ojos en blanco, a la vez de que resoplo con fastidio.
—No estoy tan segura de ello.
—Vamos, Azul, no seas así —musita.
Él atrapa mi barbilla con una mano, obligándome a mirarlo. Me pierdo en esos bonitos ojos claros que tiene, además de ese cabello castaño tan lleno de rizos que amaba tocar, trago saliva con fuerza, a la vez de que trato de encontrar el valor suficiente para alejarlo, no podía permitirme volver a caer, Michael me había sido infiel, maldita sea.
—Eres tan bonita —susurra, dedicándose a acariciar mi labio inferior con su pulgar—, ¿recuerdas todas las veces que nos hemos metido a este baño solo a besarnos? —trago saliva con fuerza, mientras bajo mis manos tratando de esconder el leve temblor que se ha apoderado de todo mi cuerpo—, tú y yo tenemos tanta historia, que sería una lástima que termine ahora.
—Tú lo quisiste así —le recuerdo, a lo que él baja la cabeza, suspirando con pesadez.
—Y no imaginas cuánto me he arrepentido de ello.
Cierro mis manos en puños, aguantando la tentación de acariciar esa barba cerrada que decora sus mejillas. j***r, si prácticamente me había congelado, toda aquella fuerza de voluntad que había conseguido, se estaba yendo al carajo.
—Por favor, perdóname —pide otra vez al bajar su cabeza—, déjame volver a tu lado, te extraño… las extraño.
—No.
Lo empujo para alejarlo de mí, frunzo el ceño, mientras a la vez, trato de recuperar mi orgullo de fémina herida para lograr alejarme de él.
—Ya te he dicho que no estoy tan segura de querer volver contigo, pues siento que si lo hago, viviré con el miedo constante de que me seas infiel con cualquier desconocida sexy que se te atraviese en el camino.
—¡Maldición, Azul! ¿de qué forma te hago ver que eso tan solo ha sido el peor error de toda mi vida?
—¿Lo has hecho otras veces? —pregunto de repente—, ¿te has acostado con otras mujeres?
—¡Claro que no, j***r! —exclama al volver a apretar su cabeza—, entiéndelo por favor, solo ha sido un enorme error. Me he embriagado y simplemente me dejé llevar.
Aprieto la mandíbula, recordando como fui capaz de perder el control con unos cuantos tragos de más. La piel se me pone de gallina de inmediato, al recordar la forma en que Alek me hizo suya una y otra vez. Mierda, ¡que buen sexo había sido ese!
—¿En qué piensas? Te has puesto roja.
—En nada —niego con la cabeza al comenzar a dirigirme hacia la puerta—, ya me voy a trabajar y tú deberías de hacer lo mismo, pues ahora, no sabemos cuándo podemos perder nuestro trabajo.
Salgo de prisa, alejándome de él, a la vez de que trato de alejar todos aquellos recuerdos de esa noche en París. Mierda, yo también me había equivocado al abrirle las piernas de forma gustosa a ese ruso, lo que pasa, es que yo no sería capaz de aceptarlo en voz alta.