01- el testamento
—Creo que todavía sucede algo sospechoso —murmuró Alexander, yendo y viniendo por el despacho de Paula en los grandes almacenes de Londres.
—Yo también —dijo Paula, siguiendo con la vista sus pasos entre la chimenea y el escritorio—. Pero tener una sospecha no es suficiente. Necesitamos alguna evidencia concreta para tomar medidas contra Jonathan. Y quizá, contra Sarah también. Todavía no estoy segura de que ella nos esté traicionando o no.
—Yo tampoco. Pero tienes mucha razón, tenemos que encontrar pruebas para poder acusarle.
Alexander se frotó la mejilla con expresión pensativa. Se paró frente al escritorio de Paula y se quedó mirándole.
—Mi instinto me dice que el doble juego de Jonathan está ante mis propias narices y puedes apostar a que muy pronto me toparé un día con él —dijo agitando la cabeza—— Y, para decirlo con palabras de la abuela, no me gustan las sorpresas desagradables.
—¿Y a quién sí? —suspiró Paula, sintiendo que su preocupación aumentaba.
Sabía que Alexander era el más moderado de los hombres, poco amigo de las exageraciones y los vuelos de la imaginación, Además, su abuela había estado convencida del engaño de Jonathan Ainsley hasta el día de su muerte, cinco semanas antes, Aunque, corno ellos, Sonia no había encontrado ninguna prueba, Paula se recostó en la silla,
—Sea lo que quiera que esté buscando —dijo—-, lo hace con mucha astucia, pues los contables no han encontrado nada raro al revisar los libros.
—Claro que sí, ya sabes lo solapado que ha sido siempre —repuso Alexander—-. ¡Por Dios!, jamás ha dejado que su mano derecha se enterase de lo que hacía la izquierda. No ha cambiado mucho con los años.
La miró con una expresión triste.
—Don Littleton cree que estoy loco de atar. Si ya le hice revisar los libros una vez, ahora he hecho que los investigue docenas de veces.
Alexander se encogió de hombros con aire de
Impotencia.
—Don y otros dos auditores de su empresa han revisado la inmobiliaria con microscopio. No hay nada raro... ni una sola cosa que parezca sospechosa. Al menos, en lo que al dinero se refiere.
Paula se echó hacia delante, apoyó los codos sobre la mesa y se llevó las manos a la cara.
—No iba a ser tan estúpido como para dedicarse a robar, Sandy. Es listo, habrá cubierto todas las pistas que conduzcan a él. Ojalá pudiéramos encontrar alguna forma de que se descubriese y nos mostrase su juego...
Dejó la frase sin terminar y consideró la idea, estrujándose el cerebro para encontrar alguna alternativa viable.
Philip, el hermano de Paula, que estaba sentado en el sofá, al otro extremo del despacho, había escuchado en silencio durante los últimos quince minutos. Finalmente, se decidió a hablar.
—De la única manera que conseguirás atrapar a nuestro querido primo es tendiéndole una trampa.
Alexander giró sobre sus talones. —¿Cómo? —preguntó.
Philip se levantó y se dirigió hacia ellos, De todos los nietos de Sonia, Philip McGiIl Amory era el más apuesto Parecía una réplica exacta de la imagen de su abuelo y tenía el aire McGill que su madre y su hermana habían heredado. Su cabello era de un n***o brillante, sus ojos, de un extraño color azul, rayaban en el violeta oscuros Y era alto, varonil y arrollador como lo había sido Paul McGill. Con sólo veinticuatro años, Philip resultó ser también el más inteligente de los nietos de Sonia Harte; había sido dotado con la extraordinaria perspicacia para los negocios el genio financiero de Paul, así como gran cantidad de la nada despreciable brillantez de su abuela, Había sido entrenado por Sonia, con sumo cuidado, desde los diecisiete años y, tras hacerse cargo del vasto imperio McGill en Australia, había demostrado muchas veces ser merecedor de la confianza de Sonnia. Era considerado como un hombre a tener en cuenta, y alguien con una sabiduría que no correspondía a su edad.
Se detuvo junto a Alexander y le puso una mano en el hombro.
—Te diré cómo dentro de un minuto, Sandy.
Se sentó en uno de los sillones que había frente a su hermana.
—Ese detective que la abuela contrató, Graves —señala-—, no pudo encontrar nada raro sobre Jonathan. De todos modos, pienso que es muy probable que tenga su propia empresa... dirigida por algún hombre de paja..
—No creas que he desechado esa posibilidad —le interrumpió Alexander con ardor—, porque no lo he hecho.
Phillip asintió.
—De acuerdo, pero partamos del supuesto de que posee su propia inmobiliaria, y que ha estado canalizando los negocios hacia ella... grandes negocios que, por derecho, «Harte Enterprises» debería haber realizado. Eso es suficiente para ahorcarlo.
Philip se inclinó hacia delante con decisión. Miró a su hermana primero y, después, a Alexander.
—Propongo que le pongamos la soga al cuello. Y os diré cómo. Es muy sencillo, en realidad. Debemos hacer que alguien le proponga un negocio a Jonathan para «Harte Enterprises». Bueno, la clave es ésta.... tenemos que conseguir presentárselo tan atractivo y tan jugoso que no pueda resistir la tentación de traspasarlo a su empresa. Como es natural, ha de ser tentador en extremo, y tan grande, tan extraordinario, que su codicia ciegue su entendimiento. Si la apuesta es lo bastante grande, actuará a la ligera, creedme, lo hará.
Philip se recostó, cruzó sus largas piernas y pasó su mirada de Alexander a Paula para volverla al primero.
—Bueno, ¿qué decís? —preguntó.
Alexander se dejó caer en el otro sillón y asintió lenta. mente,
—Debo admitir que es un plan interesante y yo le respaldaré, contando con que puedas responder a un par de preguntas,
—suéltalas.
—Philip, seamos prácticos, ¿dónde diablos vamos a encontrar ese tentador negocio que nos sirva de cebo Jonathan? Ésa es para empezar, y segunda, ¿a quién vamos a buscar para que se lo ofrezca?
—Alexander esbozó sonrisa-—. No subestimes a nuestro perspicaz primo... Detectará los fallos inmediatamente.
-—¡Ah, pero es que no habrá ninguno —contestó Phili con indiferencia—. Conozco a alguien que puede ofrecerle el negocio a Jonathan, es un amigo íntimo que tiene una inmobiliaria aquí, en Londres. Eso responde a tu primera pregunta. En cuanto al negocio en sí, creo que. mi amigo tendrá en el bolsillo algo apropiado y tentador. Todo lo que necesito es vuestra aprobación; después, hablaré con él. —Supongo que merece la pena intentarlo —dijo Alexan der, consciente de la inteligencia y discreción de Phillip.
Se volvió hacia Paula.
—¿Qué opinas?
---Si tú estás de acuerdo, yo también, Sandy ——dijo Miró a su hermano.
—-¿Cómo se llama tu amigo? —preguntó.
—Malcolm Perring. Seguro que te acuerdas del viejo Malcolm... estuvimos en Wellington juntos.
—Vagamente. Creo que me lo presentaste una vez, cuando fui a visitarte a mitad de curso.
—Sí, lo hice. El caso es que seguimos siendo bastante buenos amigos cuando salimos del colegio; después, fue a Australia durante un año y...
—Jonathan se va a dar cuenta de que hay gato encerrado —le interrumpió Paula tajante—. Tú y Malcolm estuvisteis en la misma escuela, él estuvo en Australia. Jonathan puede relacionaros juntos.
—Lo dudo —dijo Philip con tono seguro y confiado--. Malcolm volvió aquí hace un par de años. Cuando su her. mano murió de un ataque al corazón con treinta y nueve años, heredó su inmobiliaria. Además Jonathan no va a hacer muchas preguntas personales y Malcolm puede mostrar. se hábil y evasivo.
—Te creo. Sé que no meterías a nadie en nuestros asuntos si no supieras que es absolutamente discreto. Tendrás que depositar tu confianza en él —afirmó Paula.
—-Por supuesto. Pero podemos fiarnos de Malcolm... es todo un tipo, Paula —rio Philip entre dientes—. Estoy seguro que tiene preparado cualquier negocio, «Perrins and Perrins» es una gran empresa, y, ¿no sería irónico que fuésemos capaces de matar dos pájaros de un tiro? Cogemos a Jonathan con las manos en la masa y hacemos un buen negocio para «Harte Enterprise» al mismo tiempo,
Alexander se rio secamente, lanzó una seca carcajada, divertido con la idea.
-—¡Oh, cómo le gustaría esto a la abuela!
Paula esbozó una sonrisa.
—Ya que Alexander está de acuerdo, deberíamos seguir adelante, Philip. Tiene que ser decisión suya... es el director gerente de «Harte Enterprises».
—No tenemos nada que perder y, francamente, me alegro de que hayamos pasado a la acción —exclamó Alexander— Estar esperando a que Jonathan Ainsly se descubra es muy frustrante. Creo que debemos obligarle a delatarse si podemos.
—Hablaré con Malcolm a primera hora de la mañana. ——Philip consultó su reloj—. Si vamos a comer algo antes de ir al despacho de John Crawford, creo que deberíamos empezar a salir ya. Son las once y media. Tenemos que estar allí a las dos y media, ¿no, Paula?
Ella se levantó, se quitó una pelusa del vestido n***o.
—No me apetece nada de lo de esta tarde... —comenzó a decir.
Se calló, el labio superior le tembló y los ojos se le llenaron de lágrimas. Apartó la mirada con rapidez. Tras un momento, logró serenarse y les dirigió una débil sonrisa a los dos hombres.
—Lo siento —dijo—. Me sucede cuando menos lo espero. Pienso en la abuela y me derrumbo. No me habitúo a su ausencia. Es horrible, se ha hecho un gran vacío en mi vida... en las vidas de todos nosotros, supongo.
—Sí —coincidió Philip—. Alexander y yo nos sentimos igual que tú. Hablamos de eso cuando cenábamos ayer. Es duro darse cuenta de que no va a dejar caer algún consejo poco ortodoxo entre nosotros, pero increíblemente astuto, o uno de sus comentarios expresivos y directos.
Philip dio la vuelta alrededor del escritorio, cogió a Paula por los hombros con cariño y se quedó mirando su cara pálida,
—La lectura del testamento será muy penosa, Paula, porque acentúa la realidad de muerte. Pero debes estar allí… todos debemos asistir,
Intentó acabar con un tono despreocupado:
—La abuela se pondría furiosa con nosotros si no lo hiciésemos.
Paula asintió y lanzó una tenue sonrisa ante aquel último comentario, sabiendo que lo había dicho para tranquilizarla. Se sintió algo menos triste.
—Te diré una cosa... se me revuelve el estómago Cuando pienso en esas sanguijuelas que van a estar presentes —dijo, lanzando un suspiro---. En fin, no podemos evitarlo, vuelvo a rogaros que me perdonéis. Creo que mientras menos hablemos de lo de esta tarde, mejor. Ahora, vamos a almorzar. Emily se reunirá con nosotros, he reservado una mesa en el «Ritz».
---¡El «Ritz»! —exclamó Philip con sorpresa—. ¿No es un poco elegante para tomar un almuerzo frugal?
Paula se cogió del brazo de su hermano; después los miró, a él y luego a Alexander, con un brillo de alegría en los ojos.
—No, de verdad. Era uno de los sitios favoritos de la abuela. Y lo elegí porque va asociado a muchos momentos felices de nuestras vidas... a todas aquellas veces que nos llevó allí cuando éramos pequeños —aclaró Paula, y se dirigió a su hermano—. ¡Además, tú y yo quizá no estuviéramos aquí si Emma y Paul no se hubiesen permitido un ligero coqueteo en el «Ritz» hace sesenta años!
—Exacto —contestó Philip riéndose—. ¡Y creo que, en ese caso, el almuerzo debería correr a cuenta de Paul McGill! Considero que debo invitaros.
—Muy amable de tu parte —dijo Alexander mientras salían al despacho y se dirigían al ascensor.
Durante la bajada, Alexander y Philip hablaron un momento sobre Malcolm Perring. Satisfecho el primero de sus respuestas y convencido de que su primo había escogido al hombre adecuado para que les ayudase a acorralar a Jonathan, preguntó:
—Por cierto, ¿cuánto tiempo vamos a tener el placer de verte por aquí?
—Me quedaré hasta finales de octubre; por lo visto, en esa fecha, iré a Texas con Paula. Eso me ha comunicado antes de que llegaras, Asuntos de «Sitex». Desde allí, Volveré a Sidney durante un par de semanas y, luego, vendré a casa otra vez, por Navidades,
—¡Oh! exclamó Paula-—. No me lo habías dicho,
-—Lo he decidido esta mañana en el desayuno. No he tenido oportunidad de hacerlo. Mamá se encuentra muy deprimida todavía, creo que yo debería estar aquí. Ella se alegrará. También he accedido a ir con ellos a Chamonix en enero y, como es lógico, los dos se han alegrado mucho. —Y yo también, es una excelente noticia.
Alexander sonrió.
—Tía Daisy y tío David nos han invitado a Maggie y a mí.
Miró a Paula.
—¿Vas a cambiar de planes ahora que viene Philip?
—No. Cuando me tomo vacaciones, me gusta tumbarme al sol y ponerme morena. Como sabéis, las pistas de esquí no me han atraído nunca. Además, tengo que estar en Nueva York en enero. Vamos a hacer una promoción de moda francesa e italiana en los almacenes y también inauguraré entonces la tienda de «La Mujer Total» en nuestra sucursal de la Quinta Avenida.
Al salir del ascensor, les dirigió una sonrisa maliciosa.
—Alguien tendrá que trabajar en esta familia.
Salieron a Knightsbridge, riéndose, cogieron un taxi y se dirigieron al «Hotel Ritz».
Emily ya estaba esperándoles en el restaurante. Vestía un elegante traje n***o que le sentaba muy bien y realzaba perfectamente su rubia belleza pero, sin embargo, su expresión era melancólica. Mientras sus primos y su hermano se sentaban, los miró con ojos tristes.
—Estaré más tranquila cuando se haya acabado el día —murmuró a Alexander—. Me deprime mucho pensar que voy a oír la lectura del testamento.
—Vamos, Emily —dijo su hermano—, encanto, anímate.
—Philip y yo acabamos de decirle lo mismo a Paula.
Le apretó el delicado brazo.
—La abuela no lo aprobaría. Seguro que se pondría furiosa si nos viese aquí sentados lamentándonos. ¿Recuerdas Jo que solía decir?
—¿Qué cosa en particular? —preguntó Emily pensativa. —El comentario que repetía con tanta frecuencia cuando fracasábamos en algo o sufríamos alguna decepción. Solía decirnos que nos olvidásemos de lo pasado y que pensáramos en el futuro sin volver la vista atrás. ¿No crees que es eso lo que deberíamos hacer, sobre todo hoy?
—Sí —admitió Emily, dirigiéndole una sonrisa más alegre,
Philip se puso serio.
—Voy a pedir una botella de champaña y vamos a brindar por esa mujer tan extraordinaria que nos dio la vida.
nos enseñó todo lo que sabemos e hizo de nosotros lo que
somos.
Llamó al camarero de los vinos con un gesto.
Cuando Philip pidió una botella de «Don Pérignon», mientras esperaban a que la llevasen, Paula se inclinó hacia Emily.
—Philip ha tenido una buena idea, ha pensado una forma con la que posiblemente hagamos que Jonathan se descubra. Te lo contará con todo detalle cuando hayamos brindado por la abuela —susurró.
—Estoy impaciente por oírle —exclamó Emily.
Al pensar en la perdición de Jonathan, sus brillantes ojos verdes se entrecerraron con una mirada perspicaz.
—Ése sí que sería un buen tributo a la abuela; si pudiésemos descubrir su traición y le tratásemos en la forma que ella hubiese hecho.