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2047 Words
Hades se alzó en toda su altura volviendo a su imagen humana. Miró a los cinco lobos ante él y asintió con la cabeza para que el líder de estos copiara su misma acción. Nicolás dudo un poco y se transformó más lentamente quedándose arrodillado en el suelo con la cabeza gacha. Mirar a los ojos a un alfa que no era de la manada era considerado una ofensa fatal y Hades podía desgarrarle la garganta con solo pensarlo. -¿Las condiciones están preparadas?- -Si alfa, todos los que pudieron ser evacuados están ocultos en un lugar seguro, el antiguo beta de la reina y actual comandante, espera órdenes para empezar la revuelta- -Has pensado cuidadosamente todo esto, acaso quieres ser tú el alfa y me estás utilizando de excusa para lograr tus planes- los gruñidos de los demás lobos de la manada de plata se oyeron en el aire y los músculos de la espalda de Nicolás de tensaron, sudando ligeramente. -Nunca tuve la intención de ser alfa, solo quiero que mi manada sea tan normal como cualquiera, que no haya tanta miseria y sufrimiento, que la reina vuelva a tomar el poder y los tiempos sean como me contaron, como eran cuando ella dirigía. No soy tan iluso de pensar que un simple lobo como yo pueda tomar tan gran responsabilidad- Hades se quedó callado por unos segundos. No sabía cómo habían sido creídos estos chicos pero de una cosa estaba seguro. No le molestaría tenerlos a su lado. -Relájate cachorro- se acercó y le palmeó el hombro mirándolo desde arriba- He oído de tus hermanos como eres, solo quería verlo confirmar si era verdad que eras tan correcto como ellos contaban- Nicolás soltó un suspiro de alivio. Hades, el benévolo, así lo llamaban en otras manadas, esa era la razón por la que habían depositado sus confianza en él. -¿Mis hermanos?- -Ellos están bien, los dejé con alguien de confianza, esperan en mi mansión- -Gracias alfa Hades, no sé cómo pagarle su gratitud- -No te preocupes, tus hermanos están al tanto de lo que quiero a cambio- le dio la espalda. Nicolás levantó la cabeza preocupado, acaso sería. -Si derroto a tu padre, su manada pasará a mis manos, así como su reina- El lobo menor frunció el ceño, pero no replicó. La mirada del lobo decía todo, tenía que confiar en él, debía confiar en él. Rezaba porque la historia no se repitiera. *** La sangre corría. Múltiples aullidos, gruñidos, gritos de dolor, mordiscos era lo que inundaba la noche bajo una nube roja. La manada de plata estaba ganando terreno al haberse infiltrado de sorpresa. Habían encontrado resistencia que habían aplacado con la misma intensidad. La mayoría de los lobos solo respondían al alfa Rudoc porque no tenían más remedio, no importaba que cruel fuera su dirigente, era su líder a menos que alguien lo retara. Hades avanzó por el pasillo con sangre que no era suya deslizarse por el pelo del lomo y el hocico. La batalla para entrar en la mansión había sido intensa, pero las víctimas solo se limitaban a estar gravemente heridas. Había dado órdenes explícitas de no eliminar a nadie, una matanza sin razones era algo ilógico y tenía sus métodos para lidiar con aquellos que no se redimían. Nicolás lo seguía de cerca en una condición parecida a la de él más una herida en su pata derecha que lo hacía cojear. El lobo mayor sintió el olor de otro alfa cerca. El muy desgraciado se había confinada en la sala real con otros guardias. ¿Y eso era la figura más importante de la manada? Río irónico, en sus más de 600 años y en todas las disputas que había participado, había dado su pata adelante como principal defensor de su manada. De seguro le daría una lección de ética a ese adefesio canino. Se paró delante de la puerta de la sala real con el hijo de su enemigo a su espalda y tres lobos más, su beta y sus guardias más cercanos que se habían negado dejar su lado, como dictaba el pacto de sangre que le habían jurado. El pelo del lomo se le erizo cuando la puerta se hizo añicos y dos lobos se abalanzaron contra él. Sus dos guardias reaccionaron rápido y detuvieron su ataque agarrando a ambos por el cuello en el aire y reteniéndolos en el suelo con dificultad. Tres canes más aparecieron ante Hades y esta vez fue él quien atacó sacándolo del camino y dejándolos inconsciente. No podían hacer mucho contra un animal que los superaba en tamaño, grosor y fuerza por varios números. Sintió el gruñido de Nicolás a su espalda. Rudoc estaba parado frente al alfa por unos pocos metros. Tres lobos lo defendían sin moverse de su lugar mientras otro lobo más pequeño de pelaje marrón se mantenía a raya, con la cola entre las patas al lado del alfa. Hades se puso en alerta y sacó los dientes mostrándolos en todo su esplendor. El brillo en los ojos resplandeció tan fuerte que los tres guardianes de su enemigo bajaron las orejas y gimieron apartándose. El alfa de la manada de plata estaba molesto y conocía la sensación que ejercía en los demás, no estaba en la punta de la pirámide por gusto, a pesar de los múltiples rumores de su buena voluntad. Avanzó hacia Rudoc quien erizo cada pelo de su cuerpo en un intento de parecer más grande y amenazador. La gruesa cadena que sostenía una llave oxidada se perdió entre el pelaje y no fue pasado desapercibido. Su olor de alfa no era tan potente como el de Hades y su altura, apenas le llegaba a su hocico pero aun así se abalanzó en ataque, nadie le robaría su trono. Ambos lobos se enredaron en una guerra de mordidas y arañazos que dejó a los demás presente a raya. Solo el más fuerte saldría ileso de aquella pelea. Y muchos sabían el resultado *** Hades soltó un sonoro jadeo. Aquella pelea se había tornado intensa. Tal vez no lo suficiente para cumplir sus expectativas pero si para sacarle el aliento. El alfa de la manada gris no era débil a pesar de su aspecto, estaba muy bien entrenado y su fuerza no era para sobrevalorar. Eso no quitaba que él llevara ventaja. Había atacado varias veces al cuello logrando arrebatarle la cadena dejándola caer en las patas de Nicolás que ahora la cuidaba con su vida, aunque en el proceso había ganado varias heridas en su pecho y patas delanteras. Ahora ambos volvían como al inicio, uno frente al otro mostrando sus colmillos cubiertos de saliva burbujeante. Nicolás retrocedió hasta donde el beta estaba, sentía la tensión en el ambiente y la presión le costaba respirar. Cuando dos machos alfas se retaban los lobos más débiles podían sentir su poder. La pelea volvió a retomarse. Ambas bestias rodaron por el suelo hasta que Hades logró enterrar los dientes en el cuello de Rudoc y apretar hasta que la sangre salió a borbotones. El animal herido no se quedó sin hacer nada, sacudió sus patas en un intento de soltarse dejando una profunda herida en la sección izquierda de la mejilla del agresor. La sangre salpicó en su ojo de Hades segándolo por unos segundos, tiempo suficiente para que su contrario lograra soltarse y empujarlo, rodando nuevamente. Pero ya el alfa mayor se estaba cansando de los jueguitos y utilizando la fuerza de las patas traseras los empujó y volvió a morder su cuello asegurándose de morder bien profundo aunque no mortal. Largos segundos después, el cuerpo de Rudoc cayó en el suelo sin moverse y Hades por fin pudo retroceder y sentarse en sus traseros para tomar aire. La sangre goteaba de su morro y se sacudía para quitarla. El lobo marrón que había estado al lado de su enemigo y que se había mantenido al margen de todo se acercó al cuerpo del alfa caído y olió sobre la cabeza moviéndola con el morro. De repente el lobo en el suelo se movió mordiendo por el pecho y derribándolo. Nicolás se adelantó y empujó el lomo de su padre mientras lo apartaba de Rodrigo, su hermano mayor que se había quedado en shock por el ataque. Hades se puso ante los dos cachorros protegiéndolos esperando un nuevo ataque que no llegó. El animal se derrumbó inconsciente por las heridas y la pérdida de sangre. No moriría por aquello, no eran criaturas tan débiles, pero si le costaría recuperarse y tendrían que mantenerlo vivo hasta que el Consejo decidiera su castigo por todos sus crímenes. Por fin, el vencedor alzó la cabeza y soltó un aullido anunciando su victoria, declarándose el nuevo alfa de la manada. *** Ella sintió el crujido de la puerta abierta y se estremeció. Otra vez su esposo había venido a violarla y hacerle dar a luz sin poder conocer después a su cachorro. Su cuerpo estaba tirado sobre el frío piso inmovilizada por los pesados grilletes que solo cortaban su piel. Esta vez estaba tan débil que no tenía fuerza para poner resistencia. Su tres sentidos fundamentales, oído, olfato y vista, estaban tan deteriorados que apenas podía saber lo que ocurría a su alrededor. Levantó la cabeza y divisó, entre una espesa bruma varias siluetas acercándose. Aspiró para saber a quién había traído consigo, tal vez al mismo doctor de siempre que se encargaba de mantenerla en condiciones para procrear, pero no. Aunque su olfato era débil podía reconocer sus asquerosas aromas y no eran ellos. En cambio un dulce olor dulce llegó a ella y su corazón comenzó a latir, no podía creerlo. Como toda madre, el olor de sus hijos era indescriptible, más dulce de lo normal, incluso podía diferenciarlos si hubieran miles de lobos más. Uno de ellos estaba allí. Uno de sus hijos estaba ante ella. Quiso emocionarse, decir algo, alzar sus brazos para enredarlo en su cuello pero apenas tenía energía y su conciencia se fue desvaneciendo poco a poco en contra de su voluntad. Nicolás no pudo evitar que una lágrima escapara y corriera por su mejilla. Se arrodilló y agarró el cuerpo deteriorado de la loba que le lo había traído a este mundo. La imagen lo tenía impactado. Con la ligera luz que entraba en aquel lugar solo podía apreciar su piel casi pegada a los huesos, de un color grisáceo. Las enormes ojeras en su rostro maltratado. Los múltiples moretones en su piel apenas cubierta por un ligero vestido desgarrado. Y la sangre. Esa que bañaba su abdomen, piernas y manos. Deseó apretarla contra su pecho y darle su propia vida. Aquello era desgarrador de ver. ¿Cómo lo que había sido la reina de la manada podía haber sido llevada a aquello? Liam se arrodilló al frente y manteniendo una expresión neutral le extendió una manta de tela para cubrirla. Nicolás pudo ver como sus manos temblaban y el color abandonaba su mejilla. Hades, parado en la entrada se había quedado sin habla. Cuando había oído la historia nunca se hubiera imaginado que las condiciones fueran tan tétricas ¿Cuánto había estado aquella mujer allí para quedar así? Los lobos podían estar semanas sin comer antes que se notaran cambios significativos en su cuerpo. La rabia se fue acumulando dentro de él. Sintió la mano de Leoxi en su hombro que acababa de llegar y fruncía el ceño. En su manada, las mujeres eran tan respetadas como los hombres y la violencia contra alguna de ellas, era penado con severidad. Por un momento, el impulso de volver y terminar con el trabajo inconcluso de dejar vivo a Rudoc sacudió cada fibra de su cuerpo, pero su hermano, lo detuvo aunque este también tenía los músculos tensos por la impotencia. Reprimiendo un gruñido, caminó hacia donde Nicolás se demoraba demasiado en cubrir a la demacrada loba por el impacto de la imagen de su cuerpo. Se agachó y a pesar de las protestas de este y de las heridas aun frescas en su piel cargó en brazos a la mujer y se dirigió a la salida. Porque desde ese momento ella era de él y no dejaría que nadie volviera a hacerle daño.
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