Capítulo 2

1645 Words
Aquéllas eran las palabras que Brand le decía cada noche, en sueño.Pero los sueños nada tenían que ver con la realidad. -Alina, he venido a por ti. Voy a llevarte conmigo.  Ella acorazó su mente contra el sonido y la forma de su voz, contra una dicha que ya no existía. Aquello era el presente. Su futuro era distinto.  Se obligó a concentrarse en las palabras y su significado.  -¿De vuelta a dónde?  -A Bernicia. A Bamburg.  Aquella palabras no podían decirse en el idioma de Alina. Eran inglesas, como él. Como él, pertenecían a Nortumbria. El reino que tan a menudo guerreaba con el suyo.  -No puedo volver -dijo en ingles. No puede haber vuelta atrás-. No para... -se trabó al disponerse a decir una palabra tan llena de peligros que no podía pronunciarse en voz alta; una palabra ahogaba en amargura. Nosotros-. No para mí.  -Todavía crees que le perteneces a ese bellaco con el que te prometió el necio de tu padre. A Hum.  Alina retrocedió. No pudo evitarlo. Sus dedos; escondidos en los pliegues remedados del vestido prestado, se contrajeron dolorosamente.  -Mi padre estableció un compromiso legitimo.  -¿Con un asesino?  Las uñas se le clavaron en las palmas.  -Mi compromiso con el pariente del Rey Osred de Nortumbria se dispuso en provecho de mi padre...  -Y tú te las ingeniaste para que saliera bien.  Ella dio un respingo.  -Maol es un príncipe de los pictos. Tenía derecho a proteger su país. Mi... -su voz se apagó-. Del tuyo. Mi país siempre ha sufrido el acoso de los escotos en la frontera oeste o de los anglos en el sur. También era mi deber, e hice lo que pude. -¿Tu deber? ¿Así que fuera tu conciencia la que te hizo volver con Hum?  Ella miró con fijeza aquellos ojos, que habían conocido una pérdida tan brutal que parecía imposible sobrevivir a ella. Tal cosa no debía pasar otra vez. Por causa de ella.  Una persona ya estaba muerta.  No cambia otro remedio.  -Sí -dijo-. Fue mi conciencia.  La llama brillante de los ojos dorados de Brand se tornó salvaje. El corazón de Alina se contrajo y el suelo bajo sus pies se movió como un ser vivo.  Los santos le dieron la fuerza que necesitaba.  -Pero, aunque no hubiera comprendido al fin cuál era mi deber, habría vuelto con Hum -no parpadeó-. No porque sea mi sitio, sino porque fue mi elección.  Ladeó la cabeza. Las paredes parecieron acercarse.  -Fue un error permitir que me apartaras de él. Fue un error huir contigo. Por eso te dejé. Te hice creer que estaba muerta para que no me siguieras. Lo que hicimos fue una equivocación. Un disparate absurdo e impulsivo.  Brand se dejaba gobernar por los impulsos. Él comprendería...  -Recuperé la razón. Sabía que Hum me aceptaría. Como tú debías de saberlo.  Su cabeza se ladeaba con el mismo ángulo altanero. Los muchos años de práctica. Pero sus pies retrocedían.  Para escapar de él. O para escapar a la sarta de mentiras que salían de su boca. Alina no lo sabía.  ¿Cómo podía explicarle por qué estaba en Wessex?  Las zancadas de Brand siguieron sus traspiés,paso a paso, hasta arrinconarla contra la pared. Sus ojos ardientes eran implacables.  -Sé muy bien cómo fue.  -Entonces... -su mente zozobraba por el sobresalto de su presencia y el tumulto desesperado de sus pensamientos-. ¿Por qué...? -su voz se apagó.  >  Cómo fue. El sentido de aquella palabra penetró la confusión que reinaba su cabeza. Su mirada se posó en la espada que yacía sobre la mesa: la hoja templado, la empuñadura bañada en oro labrado y adornada con serpientes entrelazadas, para protegerla. Mortífera.  Las leyes de la venganza.  -Encontraste a Hum... -titubeó y sus ojos, fieros, acorralados, se clavaron en los de él, ansiosos por comprender que sabía.  -Sí. Lo encontré. ¿Qué creías, Alina? ¿Qué una misión diplomática al Sur le mantendría a salvo de mí? ¿De verás creía él que no lo seguiría hasta aquí?  -¿Hasta aquí?  -Qué marcara de sorpresa. ¿Era eso lo que creías tú también cuando viniste a Wessex para estar con él? ¿Que aquí nunca te encontraría?  La boca de Alina se abrió y se cerró, enmudecida, sin aliento.  -Me sorprende que debíais tu amante y tú. Hum ni siquiera que el Rey Osred de Nortumbria había muerto. No sabía que tu misión diplomática en Wessex para su señor había tocado a su fin. Estaba tan sorprendido como tú ahora.  Pero no era la sorpresa que le daba el aspecto de una loca aterrorizada. Era la crudeza de la impresión. Había cruzado toda Bretaña para alejarse de Hum y él había ido al Sur siguiendo sus pasos, sin ella saberlo. Ni él.  -Entonces...  -Ya sabes la respuesta. No puedo haber otra, puesto que yo estoy aquí y Hum no. Al hombre al que estabas prometida está muerto. Yo lo maté -sus ojos dorados refulgieron-. Supongo que te preguntaba porque te tenía tan abandonada.  El estupor lo invadió todo. Pero a través de él corría el hilo retorcido de otra emoción: alivio. Era un error, u pecado, sobre todo aquel lugar. Pero... Hum estaba muerto. Nunca volvería a tocarla.  Clavó las manos en la pared que había tras ella para no caerse.  Brand se quedó muy quieto.  -Pareces realmente impresionada.   Él no entendía por qué. Alina lo veía en su rostro. Por alguna razón, ignoraba que Hum nunca había llegado a saber donde estaba.  La suerte estaba de su lado. Lo único que tenía que hacer era conservar la cabeza. De algún modo saldría de aquel atolladero. Todo tenía muy buen aspecto. Ella había dedicado huir a Wessex y Hum se había ido al Sur enviado en misión por su señor, el rey Osred.  -Debí esperar que te sintieras así.  La áspera amargura que emanaba de la voz de Brand la abrasó. Y, pese a todo, podría haber caído en sus brazos en ese preciso momento sólo para oír su voz y sentir su contacto. Aunque la matara.  La angustiosa y repulsiva pesadilla que había tornado forma el día en que vio por primera vez los ojos gélidos de su prometido había acabado con Alina exhaló un trémulo suspiro.  Sólo Brand había sido más fuerte que el miedo.  -Alina... Iba a tocarla. Alina percibió el breve destello de oro de su mano al moverse. Su protección. Como una bendición del cielo. Ya no era suya. Se apartó antes de que la alcanzara. Puro instinto, veloz e irrefrenable. No podía permitir que tocara su carne mancillada, teniendo tanta culpa sobre ella.  -No, estoy bien. Estoy perfectamente. Ha sido la impresión. No sabía... -tragó saliva-. ¿Cómo...? ¿Cómo...? -procuró suavizar la pregunta, pero no encontró las palabras. Seguramente porque no había ninguna. Ningún modo aceptable de preguntarle al hombre que amaba cómo había matado a la repugnante criatura a la que se había entregado; a la que se había vendido.  Pero tenía que saberlo. Si había más dolor, si había habido... -¿Cómo...?  -¿Quieres saber cómo lo maté?  -Sí. Quiero saber cómo fue > Alina se irguió. Pero al hacerlo se topó con la mirada ambarina de Brand, más pura que el oro líquido. Por una fracción de segundo, el ardor de esa mirada lo abrasó todo, cada amargo desatino, hasta que sólo quedó la pureza.  Pero aquel instante pasó porque entre ellos no podía darse. Las sombras se apoderaron de todo.  Alina no pretendía que fuera así. Que nada de aquello pasara. Pero la vida no tenía en cuenta las intenciones, sino sólo los actos.  -Entonces te diré lo que le pasó a Hum. Pero ahora no. Ni aquí. Ven. Estamos perdiendo tiempo.  -¿Perdiendo...?  -Tiempo -él se movió, su criatura soñada, deslizando su peso suavemente desde la tosca pared, y en sus ojos y su cuerpo quedó únicamente el guerrero-. Hay un largo camino hasta Bamburg.  -¿Bamburg? ¿No pretenderás llevarme a Nortumbria, a Bernicia? Hum está muerto. Todo... todo ha acabado....  -¿Entre nosotros? -Brand se inclinó sobre ella, manteniéndola cautiva con su mirada, y apoyó las manos a ambos lados de su cabeza, sobre la pared-. No. No es cierto. Aún no.  A Alina se le encogió el corazón.  Venganza.  Podría ver la anchura de sus hombros y los músculos tersos de sus cuerpo.  Pero también podía ver sus ojos. No miraría más que sus ojos. Él nunca le había hecho daño.  Pero ella no había causado nunca antes una muerte injusta.  -No puedes llevarme contigo. No hay motivo.  -Qué poca memoria tienes.  Ella dio un respingo. Brand no se movió. Parecía no quedar nada del hombre alegre, impulsivo y noble que la había hecho suya. El hombre cuyo corazón era capaz de sentir compasión.  Sus ojos traspasaron el tosco hábito de monja, se clavaron en su piel, haciéndola arder, a pesar de que su mirada no era ya la del amante, sino la del depredador.  La fuerza de su cuerpo aguerrido era absoluta. Ella lo sabía. No tendría piedad. No tenía por qué tenerla.  Le sostuvo la mirada. Intentó pensar, intentó encontrar algo que decirle.  -Si Hum está muerto, entonces todo ha terminado. No hay motivo para que quieras que...  -Debes de creer que soy tonto.  Sus músculos se contrajeron. Sus manos se movieron. Ella vio un atisbo de su rostro sin remordimientos.  Su mano era como un grillete de acerca templado. Imposible escapar de ella.  -No voy a ir contigo.  Su brazo, su cuerpo entero se apretó contra él. Creía conocer la cercanía de su cuerpo. Creía estar acostumbrada a su fuerza. Pero ni siquiera había empezado a intuirla. 
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