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479 Words
El capítulo 8 está editado y corregido. Recuerden actualizar la biblioteca para que les salga las actualizaciones. . . . Yo no leía de niña, y si tenía que hacerlo, no lo disfrutaba. Odiaba leer. En mi casa no éramos muy lectores. Había algunos libros, sobre todo libros de medicina de mi padre, algunas enciclopedias y diccionarios, y alguna colección de clásicos, pero estaban como desperdigados, sin un lugar fijo y específico para ellos. Lo que yo tenía en mi habitación eran principalmente esos libros bautizados con el gran eufemismo de «lecturas de prescripción», es decir, «lecturas de obligación» que teníamos que comprar para el colegio: qué maravilloso es leer en la etapa escolar y con qué impunidad el sistema educativo lo convierte en la mayor de las torturas. Al menos para mí. Recuerdo con claridad cristalina la angustia indescriptible que me provocaba tener que leerme un libro entero sobre el que después me harían preguntas y me examinarían para ver si realmente me lo había leído. Ojo, para comprobar que me lo había leído, lo de entender y asimilar lo que leyera era menos importante, al parecer. Algunos profesores iban un poco más allá y hacían una comprobación visual que le confirmara que el libro estaba «dado de sí», como se queda cuando efectivamente has pasado una a una las páginas. Una prueba irrefutable de comprensión lectora, vamos. Muchos opinan que leer libros para niños de adulto te permite revivir esas mismas lecturas como cuando las disfrutaste la primera vez, en la infancia. Pero claro, yo no revivo nada, en muchos casos ¡las vivo por primera vez! Es cierto que a veces creo estar recuperando el tiempo perdido y no puedo evitar plantearme si de haber leído algunos libros en su momento/a la edad correspondiente, me hubieran impactado más. Pero, ¿existe realmente un momento para toda lectura? ¿Habré perdido, como se pierden los trenes en las estaciones, el momento adecuado para según qué libros de forma irrecuperable? ¿Será por eso por lo que ahora me apasionan esas lecturas que me perdí entonces? No lo sé. Independientemente de cuáles sean las respuestas a estas cuestiones, defiendo con convicción que los adultos podemos disfrutar de los libros infantiles casi tanto como ellos (o a lo mejor más), aunque en ocasiones sienta esa espinita clavada de no haber conocido a mis grandes referentes en el momento en que sus obras fueron publicadas. Porque como niña, no he vivido la emoción de que tu escritor favorito te firme tu ejemplar requeteusado, o la emoción de esperar por la última entrega de una trilogía que te tiene enganchado o el poder hacerme una foto con mi ilustrador favorito, pero como adulta, sí he podido conocer en persona a algunos de los escritores e ilustradores que he leído y sobre los que he escrito, y ha sido una experiencia estupenda.
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