2-Tú, vendrás conmigo ahora.

1476 Words
Capítulo 2 Tú, vendrás conmigo ahora. Jacinta —¿Todavía sigues aquí? —Mi madrastra se acercó con sigilo, con su rostro endurecido por la desaprobación al verme comer un trozo de queso en medio de unas rebanadas de pan. —Me iré enseguida —respondí mientras masticaba. La llegada de esa persona que me envió el mensaje aún me perturbaba, y la incertidumbre hacían que mi cuerpo no dejara de temblar. —Siempre dije que eres una carga para la familia, lo único que haces es comer y no traes dinero —reclamó con amargura—. ¿Dónde está el desayuno? —He dedicado todo mi tiempo a esta casa. Si les cobrara por mi trabajo, ustedes me saldrían debiendo —dije justo antes de recibir una cachetada en mi rostro, el golpe resonó en la silenciosa cocina. —¡Insolente! Debes agradecer que te dejo vivir en esta casa. Ahora mismo quiero que prepares el desayuno —dijo con furia, Mi padre, o al menos a quien consideraba mi padre, también llegó y me observó con enojo. Su rostro, normalmente sereno, ahora estaba torcido por el desprecio, su expresión cambió por completo, nunca antes me había juzgado como ahora. —Bueno, ya que sigues aquí, entonces esperaremos a la persona que viene a buscarte. Hice un trato con él —dijo, mirándome con desprecio. Me pregunté si se trataba del mismo hombre que me envió aquel mensaje. «Es imposible», pensé. —¿Quién viene a buscarme? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago. —Diría que ese hombre me ha abierto los ojos. Ofreció su ayuda si encontraba a la hija de un hombre con quien tu madre se acostó. Resultaste ser tú. Él te llevará por un tiempo, no sé para qué —dijo con indiferencia. Dejé mi pan con queso sobre la mesa, incapaz de seguir comiendo después de eso. —No puedes obligarme a ir con él —dije, y mi padre me golpeó, esta vez con todas sus fuerzas, también fue la primera vez que lo hizo. El dolor fue más intenso ya que coincidió con el golpe de mi madrastra. —El cartero llegó con un documento en el cual asumes la deuda del dinero en préstamo, lo firmaste sin leerlo, el dinero con el cual pienso saldar todos los gastos que hice por ti. Con solo mirarte recuerdo la traición y el engaño —dijo con desprecio. Recordé que recibí una caja para mi hermana y firmé ese documento pensando que se trataba solo de la hoja de entrega del paquete. —¡No iré con nadie! —Intenté correr, pero fue en vano. Mi cojera no me dejaba hacerlo. A los pocos metros fuera de la casa, caí al suelo, mis ojos se llenaron de lágrimas de inmediato. El sol apenas se había asomado y mi vestido se rasgó debido a la caída. El rocío de la mañana humedecía la tierra debajo mío, con aquel tropezón el collar con un poco de oro, el cual era de mi madre cayó de mi bolsillo. Pensé en venderlo, aunque eso me doliera profundamente, pero no tenia nada más que unas monedas en mi bolso. —¡Mira cariño, nos quiso robar. Primero se comporta de forma promiscua con ese extranjero y ahora esto.! ¿Qué más llevas ahí? —Mi madrastra tomó mis cosas y las arrojó al suelo, esparciendo todo el contenido de mis bolsos. Las pocas pertenencias que tenía se desparramaron por el suelo de tierra mojada. —Eres una desilusión completa, Jacinta. Me avergüenzas —dijo mi padre. A estas alturas ya no me importaba lo que pensaran. —Ese collar pertenecio a mi madre, ahora es mío —dije esforzándome en mantener la calma. Me puse de pie lo más rápido que pude, pero un incómodo silencio se hizo presente. Cuando volteé, vi a un hombre elegante, más alto que cualquiera que haya visto. Sus penetrantes ojos café oscuro y su piel trigueña hacían un contraste perfecto. Llevaba un traje impecable que parecía sacado de una revista de moda. —Aquí está, señor. Ella es la mujer a quien vino a buscar —dijo mi padre señalándome, mientras observaba cómo el hombre le daba dinero. Quedé atónita ante la situación. —De acuerdo, esto es lo acordado. Gracias por su ayuda —dijo el hombre sin apartar sus ojos de mí. Su voz era suave pero firme, y emanaba autoridad, pero su acento es francés. —. Ahora, si me permiten, quiero que nos dejen a solas. —Claro, como usted ordene, señor. Ya tiene mi número. Si necesita algo en algún momento, o si ella le da problemas, puede llamar. Ha sido como una hija para mí. Solo debo advertirle que tiene tendencias a hurtar cosas —dijo mi madrastra. Estoy en shock como para defenderme ante aquella acusación. —Compórtate, Jacinta. Debes hacerte cargo de todos los gastos que hice por ti —dijo, y supliqué como nunca antes, sintiendo que mi corazón se partía en do, me aferré a mi padre, poco a poco me deslice hasta llegar al suelo, quedé de rodillas a su lado. —¡No quiero ir con este hombre! Por favor, papá, no dejes que me lleve. Tengo miedo, yo no tengo la culpa de esto, ¡tu eres mi papá, yo te quiero mucho!… —grité entre sollozos, No me importó que los ojos del francés siguieran posados sobre mi. —¿Y quién piensa en mí? Tú pagarás por los errores de tu madre. Cúlpala a ella. Yo fui un tonto todos estos años —dijo, y en medio de la desesperación me aferre a sus piernas, el quiso que lo soltara, con uno de sus movimientos me lastimó, tuve que soltarlo. —¡Por favor, yo no tengo la culpa! ¡No me abandones!, papá… —dije entre sollozos. Mis lágrimas caían sin cesar, el dolor que siento no se compara con nada conocido para mi. —Súbanla a la camioneta —ordenó el hombre. En ese mismo instante, dos de sus hombres vinieron y me sostuvieron de ambos brazos. Eran altos y fuertes, y sus rostros no mostraban ninguna emoción. A pesar de mis intentos de resistir, fue en vano. —Creo que has tenido suficiente. Esto es sencillo. Tú firmaste un adeudo conmigo y ahora me acompañaras y cumplirás un rol en mi casa. Iremos a Francia. —dijo, recorriéndome con la mirada de arriba a abajo, lo que solo aumentaba mi miedo—. Tu supuesto padre no te explicó nada, por lo que veo. —No lo hizo —respondí apenas. No podía dejar de temblar y llorar. Sentía como si el mundo se derrumbara a mi alrededor. —¿Podrías dejar de temblar? Es molesto. No soy ningún asesino o lo que sea que estés pensando. Te lo resumiré: eres hija de quien fue mi suegro. Mi prometida decidió dejarme en un momento poco favorable, así que debes cubrir su lugar, aunque la idea no sea del todo satisfactoria —Refutó con molestia. No tenía sentido para mí, ni siquiera comprendía de lo que estaba hablando. —Eso es absurdo. Por favor, déjeme en un lugar cercano, ya que dice que no es alguien “peligroso” —acentué esta última palabra, buscando alguna señal de compasión en su rostro, pero no encontré ninguna. —Mira, no tienes opciones. Lo que te ofrezco es la única salida que tienes. Tu familia hizo las cosas mal. ¿Ves a esos policías? —dijo, señalando por la ventana hacia dos hombres uniformados—. Ellos estaban camino a arrestarte. Cuando tomaste ese collar, tus huellas quedaron allí. Te hubieran incriminado. Por eso llegué antes. Si no, ahora estarías algo así como “huyendo”. Mis labios no podían procesar ninguna palabra. Días antes, vi un pequeño alhajero con joyas. Mi padre solía pulirlas, pero a diferencia de la última vez, las escondió en mi habitación. Al día siguiente ya no estaban. Eso me resultó raro, aunque no profundicé en el tema, y además este collar es mi tesoro. —Entonces, ellos jamás planearon echarme. Querían que me marchara solo para que la policía pensara que estaba huyendo por robar— Pensé en voz alta. Él sonrió genuinamente, lo observé, involuntariamente miré sus facciones, es un hombre demasiado apuesto, puedo notar cómo sus músculos se marcan debajo de su camisa, tiene un cuerpo musculoso y una presencia dominante. —No es verdad… —Dije, tratando de volver a la realidad. —La verdad es la que decidas creer, aunque te argumente un sin fin de explicaciones, en menos de media hora ya te conozco, eres débil y fácil de engañar pequeña señorita… —Lo escuché muy despacio, enseguida mis ojos se fueron cerrando… «Solo quiero despertar de esta pesadilla…»
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