Capítulo Cuatro
Cada cubo cuadrado de polietileno de alta densidad llevaba una etiqueta de advertencia de riesgo biológico. Taylor y April, los cazadores de vampiros Matarianos que habían capturado y matado a los dos bebedores de sangre, habían llevado enseguida los cubos desde el campo de batalla hasta la cripta subterránea en el campamento, un área estrictamente fuera de los límites para todos los cadetes y la mayoría de los Matarianos. La zona de alta seguridad contenía elementos tanto valiosos como peligrosos, artefactos acumulados a lo largo de los años. Una habitación en particular se utilizaba para almacenar restos de vampiros.
Cuando un vampiro era destruido en el campo de batalla, el corazón era lo único que importaba. El cuerpo se desintegraría en cuestión de minutos. Una vez que ocurría, el corazón moría. En general, una cardioectomía bastaba. Aunque la sangre vampírica que había dentro del corazón tenía el potencial para sanar todas las heridas, era inútil estando fuera del cuerpo. El cuerpo sin corazón, por sí solo, se desintegraría rápidamente en polvo.
Debería ser suficiente arrancar el corazón del pecho de un vampiro, pero los Matarianos habían aprendido por experiencia que los vampiros que habían pensado que habían exterminado, a veces tenían una manera de volver a la vida. Si el corazón de alguna manera se reunía con el cuerpo con el tiempo, antes de que el cuerpo se hubiera desintegrado, tenía el potencial para sanar... y vivir de nuevo.
Es por esto que los asesinos habían tomado medidas de precaución adicionales con los dos vampiros que habían reventado fuera del campamento de instrucción. Habían quemado los cuerpos e inmediatamente almacenado los corazones destrozados en las bolsas de riesgo biológico. Los cubos eran luego transportados de inmediato a la cripta donde permanecerían hasta la siguiente reunión del consejo. De esta manera no habría testigos, y la hermandad haría el ritual de incinerar los corazones.
Ray, cauteloso como era, había vuelto antes de que las fuerzas de la ley llegaran al sitio donde se había producido la matanza. En realidad, había sido solo cuestión de minutos entre el tiempo en que los cuerpos de los vampiros se habían incendiado y la llegada de las ambulancias. La única evidencia que quedaba de los cuerpos eran las dos manchas negras de tierra quemada. Se habían ido para siempre, gracias a Dios.
Por lo general, un día de celebración acompañaba a la destrucción ritual de los corazones de un vampiro. Normalmente el consejo Matariano se reunía y realizaba el rito, y los miembros venían de todas partes para participar. Pequeñas presas en el campo, donde uno o dos vampiros habían sido diezmados, no atraían mucho interés. En esos casos, los corazones se almacenaban en la cripta y se destruían en la próxima reunión del consejo. Pero una presa significativa, tal como había sido el caso de Richard Beckett, era de gran importancia.
Por desgracia, nadie se sentía con ganas de celebrar. Las pérdidas que la comunidad había sufrido empequeñecieron por completo cualquier ambiente de celebración que de otro modo habrían disfrutado. Así que Ray y los otros miembros del consejo acordaron simplemente realizar el ritual en privado después de las reuniones.
Ray colocó su dedo índice en el sensor del sistema de alarma y esperó a que la computadora lo identificara. Tres segundos más tarde, una voz automática anunció su nombre y la puerta del ascensor se abrió. Una vez dentro, introdujo su número de código en el teclado. El número le dio la autorización para el nivel más bajo, la planta que ni siquiera estaba identificada en las opciones del panel.
Sus pasos resonaban en las paredes de cemento mientras se abría camino por el pasillo hacia la puerta situada al final del pasillo. Ray se detuvo y de nuevo escaneó su huella digital para desbloquear la puerta y luego entró. Se acercó a la estantería de metal que contenía los cubos de almacenamiento de plástico. Los recogió por las asas, una en cada mano, luego se detuvo bruscamente y los puso en su sitio otra vez.
¡Algo no andaba bien! Podía sentir el líquido que había en los cubos dando vueltas. Por experiencia anterior, sabía que los corazones se habrían secado tan pronto como los cuerpos se hubieran convertido en cenizas.
Rápidamente quitó de nuevo la tapa de uno de los contenedores. Luego la otra. Sacudiendo la cabeza, sacó su teléfono. —¡Tenemos un problema! ¡Los corazones de los vampiros han desaparecido!
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—April, me dijiste que a Richard le buscaba el FBI. Dijiste que erais cazadores de recompensas y que le encontraríais y traeríais a mi hijo de nuevo a mí. —Deborah estaba sentada sola en la habitación de un motel en el borde de su cama. Wayne había salido pitando al otro lado de la calle al bar tan pronto como se registraron. Ella tuvo que reprimir su ira y resistir para no gritar al teléfono.
—Richard ha muerto —respondió April—. Pero Robbie escapó. Debbie, le habían herido.
—¿De qué estás hablando? Si fue herido, ¿cómo consiguió escapar? ¿Por qué no llamasteis a una ambulancia?
—Fue su amigo, el que se hace llamar Colt. Cogió a Robbie y huyó.
Las manos de Deborah comenzaron a temblar y sintió el calor subir hasta el cuello y a sus mejillas. —¿Crees que ese podría haber sido un detalle digno de mencionármelo, April? ¿Crees que yo podría querer saber si mi hijo estaba herido? ¿Cómo? ¿Cómo fue herido?
—Debbie, ¿dónde estás? Iremos a recogerte.
—¡No! No quiero que vengas a recogerme. ¡Encontraré a mi hijo a mi manera!
—No tienes ni idea de en lo que estás metiendo.
Deborah siempre había disfrutado de una estrecha relación con su prima y siempre había respetado a April y el trabajo que hacía. No lo entendía del todo, pero pensaba que era importante. Ahora no estaba tan segura. Suspiró pesadamente en el teléfono. —April, he confiado en ti, y ni siquiera me dijiste que Robbie estaba herido.
—Le dispararon, Debbie. Le dispararon en el pecho con una flecha.
—¡No! —gritó Deborah—. ¿Por qué dices eso?
—Por favor, déjanos ir a buscarte.
—Él... él no puede haber recibido un disparo. Hablé con él. Yo lo vi, y vino a mi casa.
—¿Cuándo? —preguntó April emocionada—. ¿Cuándo te visitó?
No debería haber dicho nada. No debería habérselo dicho a April. —Yo... eh... no importa.
—¡Debbie, espera!
Deborah terminó la llamada y apagó su teléfono
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—¿Que estás dónde? —Dylan sonaba tan emocionado que Issa pensó que habría escalado a través del teléfono si pudiera—. ¿Estás en Traverse? Pero, ¿cómo? ¿Por qué?
—Dylan... —comenzó Issa, entonces el nudo en la garganta le impidió continuar. Sabía que si incluso trataba de hablar, perdería el control.
—Está bien. Está bien. Solo dime dónde estás, e iré a buscarte.
—Yo... um... Estoy en esta librería.
—¿Horizon?
—Sí, creo. —Issa, que estaba sentado en la cafetería, miró a su alrededor—. Sí. Esa es.
—Está bien, estoy a cerca de veinticinco minutos. Solo quédate sentado hasta que yo llegue. ¿De acuerdo?
Issa terminó la llamada, luego sacó la billetera del bolsillo lateral de la mochila y dio un paso hasta el mostrador. La pequeña cafetería tenía un bar capuchino y algunas mesas para dos personas que estaban situadas en frente de las ventanas de cristal que se extendían a lo largo del edificio. El lugar recordó a Issa a Barnes and Noble, pero con el atractivo de una pequeña ciudad.
El chico que trabajaba en el mostrador, un rubio esbelto, tenía que ser de la edad de Issa. Su etiqueta con su nombre decía “Eric”. Issa sonrió mientras miraba a los ojos azules del chico. —Uh, no estoy seguro de lo que quiero. Lo siento. —Echó un vistazo detrás de Eric para mirar más de cerca la carta del menú.
—¿Te gustan las bebidas calientes o frías?
—Hm. Buena pregunta. Por lo general frías, pero justo tuve que caminar una milla o dos y tengo frío.
—¿En serio? —dijo Eric en un tono que sonaba como si él e Issa hubieran sido amigos durante años—. ¿Desde dónde caminaste?
—Oh, desde la parada de autobús. El conductor dijo que había un cuarto de milla, pero me pareció como si hubiera sido mucho más tiempo.
Eric asintió. —Sí, lo es. ¿Te refieres al de largo recorrido que para abajo en Hall Street? Esto se acerca más a las dos millas. No puedo creer que simplemente dejen a la gente allí así. Se podría pensar que al menos elegirían un lugar cercano a algunas empresas.
—Lo sé. ¿Verdad?
Eric se apoyó en el mostrador con los codos y miró directamente a los ojos de Issa. —Así que ¿qué estás haciendo en Traverse?
Algo en sus gestos hizo que Issa se sintiera cómodo y que revolotearan mariposas en su estómago simultáneamente. ¿Estaba coqueteando? —Tengo un amigo que vive aquí. Viene a buscarme.
—Ah, ya veo.
—Yo vivo en Canton. Está abajo cerca de Detroit.
Eric asintió. —Sí, sé exactamente donde está. Yo vivía en Pontiac.
—¿En serio?
—¿Te gusta el capuchino?
—Hm. Sí, ¿qué tal si me pones uno francés de vainilla? Sin grasa.
—¿En serio? Tú apenas tienes que preocuparte por las calorías. —Eric le guiñó un ojo.
—Tengo que vigilar mi figura, ya sabes. —Issa se rio y entonces sintió el calor en sus mejillas.
—Nah, estoy seguro de que un montón de otras personas ya están vigilándolo por ti.
¡Definitivamente estaba coqueteando! Eric se alejó un par de pasos de Issa y abrió un frigorífico debajo del mostrador, sacando un recipiente de leche. Procedió a mezclar los ingredientes de la bebida, vertiéndolos en una taza de metal.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Issa—. ¿Cómo terminaste aquí?
—Mi madre compró un negocio aquí, así que no tuve otra opción. Pero, bueno, me alegro. Me gusta mucho estar aquí.
—¿Así que tu madre es propietaria de este lugar?
Él negó con la cabeza. —Nah, pero ¿sabes lo que es raro? Su negocio es una librería.
—De ninguna manera. Así que ¿trabajas para la competencia de tu madre? —sonrió Issa.
—Más o menos. Sin embargo, su tienda es pequeña, y se especializa en cierto tipo de libros.
Issa preguntó si se atrevería a presionar para más detalles.
Eric le sonrió de nuevo. —Conozco esa mirada, y no, no es nada de eso. Ella tiene una tienda llamada Encantamientos. Está justo calle abajo, en realidad. Venden, como cosas espirituales.
—Ah, ¿te refieres a una librería pagana?
—Exactamente.
—Tendré que ir a echar un vistazo.
Eric retiró la taza de metal del mezclador y lo vertió en una jarra. Issa abrió su billetera y luego dio un paso más cerca de la caja registradora.
—Invito yo —dijo Eric y otra vez le hizo un guiño.
—No tienes que hacerlo.
—Considéralo mi manera de darte la bienvenida a Traverse.
—Eso es... eh... muy amable de tu parte. Gracias. —Issa sacó un billete de cinco dólares de su cartera y se lo metió en el bote de las propinas.
—Vi eso —dijo Eric—. Gracias. Soy Eric, por cierto.
—Issa, pero puedes llamarme Mark.
—¿EEE SUH? Es un placer conocerte, Issa. —En ese momento, parecía un poco tímido. Issa miró hacia abajo, y luego tomó un sorbo de su bebida.
Mientras Eric estaba ocupado en el mostrador, Issa sacó su teléfono de nuevo para comprobar su correo electrónico. Nada de sus padres todavía, solo un montón de correos basura. Se preguntó si intentarían rastrearlo como habían hecho con Shadi. Era extraño cómo la historia se repetía. No habían aprendido nada la primera vez. Tuvieron un hijo que dio la casualidad de que era gay, y lo habían rechazado. Se escapó, y se les dio una segunda oportunidad. Ahora su hijo de reemplazo —lo cual es exactamente como Issa se consideraba a sí mismo— termina exactamente igual que el primero. Cristo, incluso se parecía a Shadi. Podrían ser gemelos.
—Colega... —La voz de Eric sacudió a Issa de sus pensamientos. Sacó la silla de frente de Issa y la hizo girar, luego se sentó en ella hacia atrás, a horcajadas mientras apoyaba los codos en la espalda. Luego se inclinó para susurrar. —No quiero asustarte ni nada, pero creo que alguien podría estar acechándote o alguna mierda de esas.
Issa se enderezó y empezó a girar la cabeza para mirar hacia atrás.
—¡No mires! —Eric continuó sonriéndole y actuando como si simplemente tuvieran una conversación informal—. Hay un tipo que entró justo detrás de ti. Está en la librería, pero sigue mirando hacia aquí. Te ha estado observando todo el tiempo.
Una ola de pánico se apoderó de Issa. —¿Qué aspecto tiene?
—Uh, pelo corto negro... bueno, un poco puntiagudo. No es viejo ni nada. Tal vez tenga veinte. ¿Había alguien así en el autobús contigo?
Issa negó con la cabeza. —No. Yo era la única persona que se bajó en esta parada y el autobús estaba prácticamente vacío.
—¿Hay alguna razón que puedas imaginar de por qué alguien te estaría siguiendo?
¡Sí! Justo porque era Matariano. Porque era el responsable, al menos en parte, de haber matado a dos vampiros bien conocidos.
—No, no lo creo.
—Bien. Bueno, solo quédate tranquilo y espera a que tu amigo llegue hasta aquí. Seguiré vigilando al chico, y si hace algo raro, llamaré al 911 si quieres, veré si el gerente de la tienda puede deshacerse de él.
—No. No. Solo vigílale. Solo me relajaré. Si puedo echarle una mirada, podría saber quién es.
—Bueno. Está en la tienda de libros en el otro lado del primer tabique.
—Bien. Gracias, hombre.
El pulso de Issa se aceleró. Toda la escena no parecía real. Si el tipo estaba acechándole, ¿por qué? Tal vez tuviera algo que ver con Shadi. Tal vez era alguien que había conocido a Richard o Brendan y quería venganza. Issa ni siquiera tenía nada que pudiera utilizar como protección.
Se removió en su asiento, y luego cogió su teléfono otra vez. Podía mandar un mensaje de texto a Dylan y advertirle. No, eso podría ser peor. Si Dylan entraba en la tienda preparado para matar a un vampiro, solo Dios sabía qué clase de caos se produciría. En su lugar, tecleó un rápido texto que decía:
«Tengo muchas ganas de verte. Por favor, date prisa».
Empujó su silla hacia atrás y se acercó al mostrador para conseguir una servilleta, mirando como de casualidad fuera a la librería. Ese era él, en el rincón. El chico de cabello oscuro. No, Issa nunca lo había visto antes, y no podía conseguir echar un vistazo de cerca a su cara. Sus palmas comenzaron a sudar, y su ritmo cardíaco se aceleró. ¡Maldita sea! ¿Dónde estaba Dylan?
—¡Issa!
Sorprendido, se dio la vuelta para enfrentarse a la voz, luego se desplomó de inmediato en los brazos protectores del joven que amaba con todo su corazón. —¡Dylan! ¡Te cortaste el pelo!
A pesar de que solo habían estado separados menos de una semana, a Issa le había parecido una eternidad. Issa no quería hacer una escena, pero no pudo evitarlo. Las lágrimas comenzaron a fluir cuando presionó su rostro contra el pecho sólido y musculoso de Dylan. Los fuertes y protectores brazos lo envolvieron, apretando fuertemente a Issa. —Te extrañé tanto —murmuró Issa—. Me encantaba tu pelo largo, pero tienes un aspecto increíble con él corto.
—Yo también te extrañé, —Dylan abrazó Issa, meciéndose levemente hacia atrás y adelante—. Y me alegra que te guste el nuevo corte de pelo, pero ¿qué estás haciendo aquí? ¿Cómo conseguiste...?
—Vine en autobús. —Issa se apartó de él para poder mirar a Dylan a los ojos—. Mi padre no se lo tomó bien.
—Él te golpeó. —Dylan miró de cerca la cara de Issa. Tomó la barbilla de Issa en la mano e inclinó su cabeza de lado a lado, examinándola—. ¡Ese hijo de puta te pegó!
—Está bien. Yo-yo estoy contento de estar de nuevo contigo.
—Juro por Dios, cuando le ponga las manos encima…
—¡No! Por favor, Dylan, no quiero más peleas. No con mi padre.
—No veo cómo puedes incluso llamar a un hombre así tu padre. ¿Por qué te golpeó?
—Me dio una bofetada. No fue... nada —mintió Issa.
—¿Por qué? ¿Porque se lo dijiste?
Issa asintió. —Fue demasiado, demasiado rápido. No podía soportar tener un hijo gay.
—Tonterías. Ha tenido diecisiete años para acostumbrarse a ello, desde que se enteró de lo de tu hermano.
De repente Issa recordó dónde estaban. Se apartó de Dylan y miró a su alrededor, notando de inmediato a su nuevo amigo que permanecía de pie junto a ellos, mirando.
—Uh, Dylan, este es Eric.
Dylan miró la etiqueta con su nombre. —Ya veo. —Parecía mirarle con escepticismo.
—Me invitó a un capuchino —dijo Issa, con la esperanza de frenar la sospecha de Dylan. Por la expresión de su rostro, parecía haber tenido el efecto contrario—. Y creemos que alguien podría estar siguiéndome —susurró Issa.
—¿Dónde?
Antes de que Dylan tuviera la oportunidad de mirar a su alrededor, Issa lo agarró por la muñeca y tiró de él hacia la mesa donde había estado sentado. —No mires, pero hay un tipo cerca de la librería. Me ha estado vigilando. Eric se fijó en él.
Eric estaba de pie junto a su mesa. —Llegó justo después de Issa. Solo está dando vueltas, al acecho.
—¿No sabéis quién es? —dijo a Issa, luego miró a Eric. Ambos negaron con la cabeza.
—No se ve muy mayor —dijo Eric—. Pelo n***o, de la misma longitud que el de Issa. Yo diría que es de unos veinte años.
—¿Cómo va vestido? —preguntó Dylan.
Eric se encogió de hombros. —Normal. Tejanos y como una chaqueta ligera.
—Te tengo que sacar de aquí —dijo Dylan.
—No, espera —dijo Issa—. Él solo nos seguirá, y entonces sabrá dónde vives.
—Estoy bastante seguro de que ya lo sabe. ¿Por qué si no iba a estar aquí, buscándote en Traverse City?
¿Crees que fue enviado por mi padre?
Dylan negó con la cabeza. —Todo lo que tu padre tendría que hacer es hacer una llamada telefónica a Taylor, mi hermano. No tendría que enviar a un espía.
—Entonces, ¿qué hacemos? No podemos volver a tu casa.
Dylan tomó una respiración profunda y luego se mordió el labio inferior. —Tenemos que deshacernos de él, luego nos largamos de una puta vez de aquí.
La boca de Issa se abrió. —No, Dylan. No puedo dejar que te escapes conmigo. Este es tu hogar.
—Eres más importante para mí que cualquier otra cosa aquí. —Dylan agarró la mano de Issa y la apretó.
—Aw, eso es encantador —dijo Eric, tal vez con sarcasmo. Ambos levantaron la mirada hacia él—. Está bien, escuchadme. Os ayudaré.
—¿Tú nos ayudarás? —preguntó Dylan—. ¿Cómo?
—Yo le distraeré lo suficiente para que los dos salgáis de aquí. ¿Qué conduces?
—Esa camioneta —dijo Dylan, asintiendo con la cabeza hacia la ventana. Una Ford-150 negra que estaba delante, aparcada en paralelo.
—Está bien, tenéis que correr hacia ella cuando... bueno, sabréis cuándo. Conduce la camioneta alrededor de la manzana. Esta es una calle de sentido único.
—Conozco las calles —dijo Dylan—. Recuerda, vivo aquí.
—Cierto. Bueno ¿sabes dónde está “Encantamientos”?
—¿La librería?
Eric asintió. —Hay un callejón justo detrás de ella. Entra con la camioneta allí y aparca cerca del edificio, por la entrada trasera. Espérame, pero si este tío se da cuenta de dónde te escondes y viene detrás antes de que yo llegue, estás por tu cuenta.
—Trato —dijo Dylan.
—No tardaré mucho, pero no salgas de la camioneta hasta que abra la puerta de atrás para ti.
—Eric, ¿por qué? —Issa no entendía por qué estaba haciendo esto. Era como si supiera algo que no estaba diciendo.
—Confía en mí —susurró, luego se volvió y dio un paso atrás hacia el mostrador. Comenzó a preparar otro capuchino, tal vez como una artimaña.
Unos segundos después levantó la vista. Issa le observaba atentamente, dándose cuenta de que Eric había hecho contacto visual con el desconocido. Eric deslizó la mano dentro del cuello de la camisa del polo y sacó un medallón. Lo levantó frente a su pecho, sin dejar de mirar al desconocido de cabello oscuro.
De repente, el colgante comenzó a brillar. Una luz de color amarillo brillante emanaba del collar, y el hombre solo parecía congelado en seco, como si estuviera en trance. Se quedó mirando el medallón, completamente inmóvil como una estatua.
—¡Vamos! —Dylan agarró la muñeca de Issa. Este cogió su mochila. Dylan lo sacó de su asiento y corrió hacia la puerta. Mientras se escabullían en la camioneta, Issa miró hacia atrás a través de la ventana de cristal para ver que Eric todavía permanecía de pie detrás el mostrador, sosteniendo el medallón mientras el haz de luz brillante paralizaba al desconocido.
Los dos aceleraron por la calle, alrededor del bloque, y en el callejón, como Eric había instruido.
—Oh Dios mío —dijo Issa—. ¿Qué demonios fue eso?
—Es un brujo —entonó Dylan.
—¿Quién? ¿El chico de cabello oscuro?
—No. —Dylan negó con la cabeza—. Tu amigo, Eric. Él es un brujo... o hechicero, o lo que sea. Wiccano.
—¿Cómo lo sabes?
Dylan inclinó la cabeza hacia abajo y levantó los ojos para mirar a través del parabrisas. Apuntó al letrero que había por encima. —¿Encantamientos?
—¿Cómo es que eso le hace un brujo?
—¿Cómo si no podría usar un medallón de estrella de cinco puntas para subyugar a un vampiro? Él le hechizó.
—¿Vampiro? ¡Joder!