ROMA CAPITAL DE IMPERIO (NARRADOR) El fuego crepitaba, los leños se consumían entre las llamas y Adrianus nunca había mirado un fuego tan más vivaz y atrayente. Sus ojos no eran más que dos círculos negros porque a penas y dormía una hora diaria, su cuerpo antes vigoroso se había consumido tan rápido como una enfermedad que bebía la sangre y lo consumía todo a su paso, estaba delgado, ojeroso y sus largas y costosas túnicas cubrían con un aló sus huesos. El fuego parecía crear figuras que miraba danzar entre sus llamas tentándolo a acercarse y tomarla entre sus manos. Su mente cada vez más mermada y fuera de sí tuvo un pensamiento: El fuego era tan hermoso que debía consumirlo todo a su paso. —¿Qué has ganado con esto? —le preguntó una voz que conocía de maravilla y que atormentaba a