CAPÍTULO VEINTIUNO Volusia estaba en el balcón, en lo alto de la inmensa cúpula de oro que se alzaba en el centro de la capital y observaba el horizonte con un interés cada vez mayor. Allí, levantando una nube de polvo, había un séquito de siete cuadrigas negras, tirados por los caballos más grandes que jamás había visto, apareciendo en el día del desierto. Lo que le sorprendía más no era el tamaño de los carruajes o de los caballos, o incluso su velocidad, sino el hecho de que las legiones de soldados del Imperio acampados fuera de la ciudad rompieron filas para dirigirse hacia ellos inmediatamente. Un mar de cuerpos se extendió, dirigiéndose a aquellos carruajes que se aproximaban y Volsua se dio de que era obvio que, aquel séquito de personas, fueran quien fueran, eran muy respetados.
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