Capítulo 1Caminó hasta la playa donde ya se hallaba preparada la balsa Zodiac de cinco metros de eslora, la empujó varios metros dentro del mar hasta asegurarse que tenía suficiente agua bajo el casco semirrígido, trepó a bordo, remó unos metros más dentro del mar y luego puso en marcha el motor Yamaha con una facilidad que la sorprendía cada vez que lo hacía.
Una vez navegados unos cien metros alejándose de la costa enderezó hacia el norte y recién entonces, establecido el rumbo miró hacia atrás. El casco blanco del lujoso yate en el que había arribado a Banc de Sable, uno de los atolones coralinos deshabitado que formaban parte del Grupo de Almirantes, parte de las islas Seychelles aunque bastante distantes de la isla principal Mahé y de la ciudad de Victoria, capital del archipiélago.
El yate, denominado Etoile, pertenecía a un millonario americano llamado Jack Brody, un personaje de pasado oscuro amante del lujo, los yates y la navegación, y las mujeres bellas de orígenes étnicos exóticos y variados. En ese viaje en particular llevaba consigo a su novia india Gaurika, de una singular belleza a pesar de su origen humilde procedente de su casta baja; además Jack había incluido a dos jóvenes sudanesas, de piel renegrida y temperamento volcánico , las que nominalmente eran miembros del personal de cocina de la Etoile, aunque Alisha tenía sus sospechas sobre sus verdaderas funciones. Tenía que agradecer que toda esa tripulación femenina había mantenido a Jack alejado de ella, a pesar de ciertas miradas sugestivas que le había dirigido. Esto no resultaba sorprendente para Alisha pues se sabía dueña de una belleza notable. Además, la presencia a bordo de su padre mantendría al americano lejos de todo intento de propasarse con ella.
Sonrió mientras reflexionaba sobre todo esto, y sobre las circunstancias que los había llevado a ella y a su progenitor a encontrarse en esa playa desértica e idílica del Océano Índico, alejados de los sitios donde eran conocidos. Alisha Chand había tenido bastante actividad de viajes y aventuras. Nacida en Bombay, hoy Mumbai veintidós años atrás, sus padres pertenecían a las castas elevadas de la India; en efecto su padre Vijai Anand Chand era nominalmente Raja de Bilaspur, en el Punjab, aunque dicho título nobiliario era ya solamente honorífico, ya que el poder principesco asociado con el mismo se había extinguido en 1948, con el décimo octavo Raja, tío de Vijai.
Separado de su mujer, cuya familia aun conservaba posesiones en el norte de la India, Vijai había regresado años antes a Bombay con su pequeña hija, llevando consigo su patrimonio personal. En esa ciudad, que en 1955 había pasado a llamarse Mumbai, el hombre se había dedicado a actividades financieras, crecientemente lucrativas a la vez que turbias, lo que había causado que tres años antes abandonaran la ciudad, la más poblada de la India y su más importante centro económico, mientras Alisha completaba su educación media y superior en Suiza y luego brevemente en Estados Unidos. En este país el período más grato había sido los meses transcurridos con su prima Lakshmi Dhawan, nacida también en la India pero que actuaba desde hacía algunos años como agente del FBI.
Rememorando todas estas alternativas en su joven vida la muchacha suspiró. Aunque no había estado exenta de algunos apuros le había permitido tener una juventud infinitamente más libre y plena de satisfacciones que la inmensa mayoría de las jóvenes indias, aun las de casta elevada de Punjab.
Alisha puso proa a una pequeña playa de arenas blancas que se divisaba rodeada de manglares cuya vegetación se balanceaba con las suaves olas del mar. Al llegar a la misma apagó el motor y condujo suavemente a la embarcación a la orilla, dejándola sobre arena firme. La joven estaba ocupada en las maniobras y la descarga de los elementos de buceo que había traído en la balsa, pero su mente la alertaba sobre algo que su retina había captado cuando se acercaba a la playa. Cuando estuvo conforme con las actividades náuticas se encaminó hacia la parte donde había percibido algo que su instinto le había marcado como extraño. Por las dudas apretó en su mano un cuchillo que llevaba al cinto aunque no sabía bien para que le pudiera servir en esa ocasión.
Cuando trepó sobre una de las dunas que las mareas producían y transportaban de un lado a otro en la arena lo vio. Un bulto oscuro sobre la playa blanca, antes de llegar a unas rocas de coral que emergían del agua y de los manglares que se hallaban detrás de las mismas. El estómago se le estrujó ante lo que suponía se trataba de un cadáver, sin duda alguna de un náufrago arrojado luego a la playa por las mareas. Dudó sobre si volver sobre sus pasos para evitar el desagradable espectáculo, ya que las aves marinas que revoloteaban en el aire tenían sin duda intenciones de participar en un festival de carroña, pero luego un sentimiento piadoso la forzó a seguir adelante y por lo menos constatar que el cuerpo no tenía vida y estaba más allá de cualquier socorro que le pudiera prestar.
Llegó hasta el cuerpo con grandes prevenciones; a simple vista no había movimiento alguno en él, que hiciera suponer una respiración u otro sigo de vida. No había olores fétidos ni el cuerpo evidenciaba heridas debidas a las aves marinas, por lo que Alisha concluyó que no se hallaría allí desde mucho tiempo antes. Las ropas estaban desgarradas y dejaban ver que debajo de los jirones la piel era blanca. Se trataba sin duda de un hombre de considerable estatura y yacía sobre la arena sobre su pecho, con sus brazos formando un curioso arco. Si se había arrastrado antes sobre la arena mojada las mareas habían borrado todas las huellas.
Ya sin esperanzas de encontrar rastros de vida en el cuerpo Alisha extendió su pie derecho dando vuelta el cuerpo hacia arriba, y en ese momento oyó un leve gemido apenas audible sobre el ruido de las olas. Con gran temor se agachó y acercó su rostro a la cara del hombre; luego de unos instantes percibió signos que podían ser movimientos internos. La mujer meditó unos instantes, se sacó el reloj marino que usaba para sus actividades bajo el agua, secó el cristal con la superficie de su traje de látex y lo acercó a la boca del hombre. Luego de unos tensos momentos constató que el cristal se empañaba indudablemente por efectos de un hálito casi imperceptible.
¡El hombre estaba aun vivo!
Sin vacilar Alisha se quitó el traje de material sintético que servía para sus actividades de buceo pero dificultaba los movimientos que necesitaba ahora realizar, quedando cubierta solamente por un minúsculo bikini.
Se arrodilló cerca de la cabeza del hombre y comenzó con la maniobra de respiración forzada muchas veces practicada en sesiones de entrenamiento pero jamás puesta en práctica en serio. Alisha nunca supo cuanto tiempo estuvo insuflando aire en el cuerpo examine pero con enorme satisfacción vio que el naufrago comenzaba a respirar por sus propios medios, al comienzo dificultosamente. Sin saber muy bien porque puso la cabeza de costado con lo que el hombre vomitó un espumarajo de agua salobre.
La muchacha permaneció ansiosa al lado del cuerpo durante un largo rato observando que la respiración se iba normalizando progresivamente.
Finalmente el presunto náufrago abrió los ojos y encontró su pecho atrapado entre dos muslos femeninos y un par de senos colgando sobre su rostro. Alisha oyó que el hombre musitaba algo en un idioma que le parecía francés pero que resultaba casi inaudible.
-¿Qué dice?-Preguntó en el mismo idioma, que manejaba muy bien desde su pasaje por la escuela suiza.
El hombre carraspeó y repitió en voz más clara.
-¿Estoy en el paraíso?- Mientras su boca formaba una especie de sonrisa.
Alisha tomó repentinamente conciencia de su casi total desnudez y su posición sobre el hombre y se puso de pie de un salto mientras el rubor cubría su tez color caramelo.
Estuvo un rato dudando que hacer en esta situación totalmente inesperada y para la cual no tenía soluciones preconcebidas. Una posibilidad era dejar al hombre en la playa e ir hasta el yate a buscar ayuda para cargarlo a un lugar seguro, pero reflexionó que en el estado de inconsciencia el cuerpo podía ser arrastrado por la marea o atacado por aves marinas o animales que pudieran existir en la espesa vegetación del manglar próximo. Alisha tomó consciencia que había salvado la vida del presunto náufrago y se sentía de alguna manera responsable de su seguridad hasta que pudiera defenderse por sí mismo. Acercó la balsa semirrígida lo más que pudo a la posición del cuerpo pero asegurándose que luego podría hacerla a la mar nuevamente y a duras penas intentó cargar el cuerpo a bordo de la misma. Tuvo que emplear sus fuerzas a fondo para subir una pierna y luego la otra a la embarcación y luego intentó subir el tronco. Luego de casi media hora de esfuerzos consiguió su propósito sintiendo el sudor que le resbalaba por toda su piel y oyendo los gemidos apagados del hombre al ser manipulado su cuerpo, por momentos en forma no totalmente suave. Finalmente apoyó la cabeza del desconocido en la borda y se sentó a esperar sobre la misma. Sabía que no podría arrastrar la balsa hasta el agua de modo que la solución era esperar que la pleamar hiciera el trabajo.
Luego de un par de horas el agua ascendente puso a flote la embarcación y Alisha aguardó hasta que tuviese suficiente profundidad y puso el motor en marcha. Con el mecer de las olas el cuerpo del desconocido rodó hasta el fondo rígido y la mujer se limitó a enderezarle la cabeza y acomodar los miembros. Mientras gobernaba el timón Alisha observó al hombre; tendría unos treinta años, era sin duda un europeo o australiano, su talla era elevada y el cabello de la cabeza era rojizo, lo mismo que la barba de varios días y el vello del cuerpo; no era excesivamente fornido y su cuerpo era más bien delgado. En total un conjunto bastante atractivo a pesar de la suciedad, la arena que lo cubría y el hedor a mar que emanaba. A continuación la joven miró hacia la playa que se estaba alejando y se preguntó cómo habría llegado el hombre hasta allí.
En ese momento el hombre, aún completamente desvanecido movió su cuerpo y su mano derecha quedó posada sobre el muslo de Alisha; el primer instinto de la joven fue retirarla de su cuerpo pero un suave y agradable cosquilleo recorrió su pierna. Alisha constató una vez más que el hombre estaba dormido y decidió mantener la situación de la que sólo ella era testigo.
Al cabo de una hora de viaje distinguió la bahía donde había comenzado su viaje a la mañana y la blanca silueta del casco del Etoile.
Desde el yate ya habían divisado su balsa, y otra embarcación similar se había desprendido del mismo y venía a toda velocidad a su encuentro. Sólo en ese momento Alisha miró su reloj y se percató de que había salido de la bahía diez horas antes y concluyó que en el yate todos, empezando por su padre, debían estar desesperados.