Capituló 9 parte 1
Keziah
Descubrí que me gustaba el olor a nuevo y la seda.
Tenía en mis manos dos batas de dormir, demasiado cortas para mí gusto, pero no podía quejarme, después de darme una ducha me deslice dentro de la seda, mire mi reflejo en el espejo y descubrí que se abrazaba a mi torso como segunda piel, sobre todo sobresalía mi busto, que se veía más grande de lo habitual.
“Lo bueno es que Nadie me verá con el”
Tome un libro de poesía y me recosté en las almohadas, no necesitaba luz para dormir, veía con mucha claridad.
Gabriel
¿Qué mierda me pasaba?
Cómo podía dejar que Rubí estuviera a punto de manipularme, eso sería una completa estupidez. Gracias a Ethan y Gaby que me la quitaron de encima.
Ese es el efecto de Rubí, con el tacto y su esencia puede domar a todo el que lo rodea, yo era inmune a su don y seguramente eso era un reto para ella. Lo cual me fastidiaba.
Cuando entre a la habitación que compartiría con Keziah, ya que mis invitados les gustaba mucho la mía, de agradecimiento les dejé quedarse, ella dormía boca arriba, con el cabello desparramado por la almohada, su pecho subía y bajaba con lentitud, la sábana abrazaba su cintura, cuando observé más de cerca, me estremecí.
“¿Qué coño llevaba puesto?”
“Mierda” su brazo colgaba al lado de la cama, había un libro tirado de poesía. No me moví ni un centímetro, ella se removió y la sábana dejó ver su cuerpo casi al completo, la pequeña bata abrazaba su cuerpo como un guante, marcando cada curva de su cuerpo, desde sus pechos hasta sus caderas, dejando al descubierto su piel, volvió a moverse inquieta, descubriendo sus piernas firmes y torneadas.
Me obligue a apartar la mirada y me di la vuelta para desvestirme y darme una ducha fría.
Necesitaba tenerla cercas, era solo yo el que tenía está imperiosa necesidad, ella aún no me miraba como yo, no podía obligarla o forzar el vínculo, podría perderla para siempre, sé que está en una etapa difícil de su vida, todavía tiene que tomar muchas decisiones que cambiarían para siempre todo lo que creía conocer.
Era una necesidad que me volvía loco, deseaba tanto tocarla que parecía un vició, se que ahora era el único que la tocaba, pero ella no me lo impedía, ni me apartaba, eso era buena señal, ¿No?, Poco a poco supongo y aunque habían pasado cinco días, tanta espera me frustraba. Tenía que hacer uso de todo mi autocontrol, acostarme a su lado, arroparla sin tocarla, Kez rodó a mi lado como un imán, me tense, se enroscó a mi cuerpo con brazos y piernas, no me moví, ella se acomodo, descansando su cabeza donde latía mi corazón desbocado y suspiró entre sueños.
Cuando por fin me relaje, ignore la punzada en mi entrepierna y rodee su cintura con mi brazo.
Keziah
Había alguien junto a mi, dándome calor, era cómodo y no deseaba apartarme de esa fuente, pero cuando fui consciente a quien abrazaba, me levanté ipso facto que me mareé.
“Gabriel. En boxer. Acostado a mi lado y yo encima de el” “Horror”
– ¿Bella?– despertó buscándome, enseguida le di paso al enojo.
–¿Qué crees que haces? – me abracé a mi misma, sintiéndome ridícula con la diminuta bata de seda.
Se sentó en la cama y me miró de arriba abajo, haciéndome sentir… Bueno de hecho me gustó como me miraba, pero no lo admitiría ante él y nadie.
– Duermo aquí.
– Este es mi cuarto – señale molesta y muerta de la vergüenza.
– Es nuestro – se puso de pie y tuve que apartar la mirada, “Gabriel medio desnudo y con una posible erección, no era buena idea”
– No – revati molesta, era más fácil enojarme – Es mi cuarto, ¿Porque has entrado? ¿Por qué te has metido en mi cama? Yo no te di mi permiso.
– Es natural entre nosotros – le quitó importancia. No sabía si ofenderme o enojarme.
– Será normal para ti, yo apenas te conozco, a mi no me parece bien.
Endureció su mandíbula y empezó acercarse acechándome.
– ¿Qué haces? – retrocedí cuando lo tuve demasiado cercas y apreté los brazos a mi alrededor.
– Demostrarte que te equivocas – mi espalda dio contra la pared del cuarto cuando ya no pude retroceder, me acorraló con su enorme cuerpo.
– No me toques – pero mi pulso y mi nerviosismo me delataban, que alguna parte mi, quería que lo hiciera.
– ¿Estás segura? – sus brazos se colocaron a cada lado de mi cabeza, su rostro se aproximó al mío, mi ritmo cardíaco aumentó, así como mi respiración. Él podía oír, ver y sentir mi alteración, incluso podía oler mi excitación.
– ¿Crees que porque no tengo memoria, puedes jugar conmigo? – se que era un golpe bajo, pero eso fue suficiente para que se apartará de mí como si lo hubiera empujado. Pero era la única forma de detenerlo.
– ¿De verdad me crees capaz?– estaba herido y me arrepentí de inmediato.
– No claro que no.
– ¿Entonces que? No soy suficiente para ti.
– No sé, apenas estoy asimilando todo.
– Y yo jamás te presionará – casi gritó retrocediendo con el rostro herido. Joder, quería retractarme. Me estaba matando verlo así, yo era la causante de esa expresión.
– Lo sé es que me enteré de Rubí y bueno, yo, yo… – no podía explicarme.
– Bella no hice nada.
– Lose, no tienes que explicarme nada, puedes hacer lo que quieras – Se que solo estaba empeorando las cosas, pero no podía darle falsas esperanzas si ni siquiera sabía que sentía. – Necesito estar sola, puedes salir para que pueda vestirme.
Se pasó la mano por el cabello y asintió dejando una estela de su aroma.
Tome un par de bocanadas antes de alistarme para ese día, me puse un vestido veraniego y zapatillas de 5 centímetros, color burdeos, dejando al descubierto mis hombros.
Miguel Silvo al verme, le sonreí.
– Gracias – dije girando en mi propio eje.
Miguel – Gabriel se va a morir cuando te vea.
Jessica – No si yo lo mato primero.
Todos se levantaron a desayunar, Gabriel me miró brevemente, pero no añadió nada. Esta vez no me senté junto a él, me senté junto a Miguel. Quién me miró con una ceja enarcada.
– ¿Qué? – dije sirviéndome zumo de naranja y un panecillo, ignoré su sonrisa arrogante y me serví mi desayuno.
Todos nos miraban como un partido de ping, pong, hasta que Jessica rompió el silencio.
Jessica – Ya sé que sucede – canturreo con alegría.
Miguel – Frustración… ustedes si que empezaron con mal pié. – río como si fuera una broma divertida.
Gabriel – Quieren callarse – pero eso solo hizo sonreír a Miguel y compartir miradas conspirativas con Jessica.
De pronto sentí una mano en mi rodilla, me asuste que me puse en pie chillando y derrame mi bebida en la mesa. Miguel ahogó una risa y continuó como si no hubiera sido el que me tocó