6. Bess es realmente especial.

3784 Words
Aaron. Tamborileo el esfero sobre el escritorio una y otra vez. Mi teléfono móvil descansa sobre el vidrio de mi escritorio, justo frente a mí. No aparto la vista del aparato. Esperando, esperando y esperando... El vibrar de una llamada entrante me hace contestar de inmediato. — ¿Bess? — Pregunto, esperanzado en que me esté llamando del celular de Christina. ¿Por qué demonios no le compré un móvil? Tengo que solucionar eso o acabaré volviéndome loco. — ¿Bess? — Preguntan con confusión al otro lado de la línea. Nunca pensé que diría esto, pero siento desilusión al escuchar la voz de mi niñata al otro lado del teléfono. — Lizzy — me pongo de pie, pasando una mano por mi cara para tratar de poner mis pensamientos en orden. Lizzy, mi hermana. Está en San Francisco, estudiando. Hoy es martes. Cuatro de la tarde. Casi ocho horas de diferencia. En San Francisco son las ocho a.m. Tiene clase de literatura inglesa. — ¿Ya saliste de clase? — Pregunto, extrañado. — Algo así, voy para el apartamento porque el maestro canceló la clase... Uh, ¿estás bien? — Claro, ¿por qué no lo estaría? Porque el hecho de que Christina no se haya puesto en contacto conmigo en todo el día, no debería hacerme sentir ansioso. Sólo que sí lo hace. Mierda. — Aaron, enserio, ¿qué demonios te sucede? — Oye, cuida tu vocabulario al hablarle en ese tono a tu hermano mayor — la reprendo con una sonrisa al imaginármela rodando esos bonitos ojos azules. Por supuesto, ojos iguales a los míos. — No me has llamado en cinco horas y, hermanito, eso es un record viniendo de parte tuya. — ¿Cinco horas? — Pregunto con sorpresa —. Es cierto. — En realidad, desde ayer le has bajado a tus llamadas. Y no te confundas. No me molesta que le bajes a la intensidad — gruño con enojo. En todo caso, ella me ignora —. Pero de verdad, ¿estás bien? — Sí, niñata — miro por el ventanal de mi oficina hacia la ciudad, preguntándome a dónde demonios llevó Christina a Bess para comprarle su ropa —. Estoy estupendo. Sólo que puse en manos de una loca a la cosa más malditamente dulce que he encontrado y ahora, no tengo puta idea de en dónde están. Por supuesto, eso no se lo digo. Mi hermana no necesita saber de mi inesperada adicción por una chica que es menor que ella. — Como sea — parece no creerme —. Si necesitas algo, sabes que puedes contar conmigo. Sonrío ante sus palabras. Tener a mi hermana conmigo es algo reciente para mí. Mi padre biológico no me quiso, pero sí quiso a mi hermana, en realidad, medio hermana. Por supuesto, el hecho de que ella fuera la hija del amor de su vida —cosa que por supuesto mi madre no era para él— debe ser la razón. Erick Jhonson, el donador de esperma, embarazó a mi madre cuando era un adolescente y aunque intentaron estar juntos, no funcionó. Años después, mi madre ya me había dado un verdadero padre que es Adrián Cooper y el donador de esperma conoció a esta nueva mujer de la que cayó profundamente enamorado y que se convirtió en la mamá de mi hermana Lizzy. Desafortunadamente, la madre de mi hermana murió cuando dio a luz, mandando a un desconsolado Erick a los brazos de otra mujer que se lo llevó fuera del país rumbo al sueño americano o no sé qué mierdas. Tenía nueve años cuando Erick se fue con mi hermana recién nacida a Estados Unidos y diecisiete cuando él murió. No es que me doliera su muerte, porque no lo hacía. Dicen por ahí que padre es el que cría y ese para mí es Adrián Cooper. Pero el hecho de que no sintiera nada por Erick, no significaba que no quisiera a mi hermana. Tal vez soy un poco injusto con él al decir que me abandonó, porque realmente las cosas no fueron tan así. Él mandó dinero por el tiempo que estuvo vivo, pero lo que sinceramente le voy a agradecer toda mi vida al donador de esperma que se llamó Erick, es por mi abuela. Clarisse Jhonson es la abuela más comprensiva y terca del mundo. Y gracias a ella, supe siempre de la vida de mi hermana. Lizzy no supo nada de mí hasta hace poco más de un año, pero como he dicho, yo siempre estuve pendiente de ella. Por motivos jodidos en este caos familiar, nunca pude acercármele, pero joder si no quería hacerlo. Mi hermana fue algo que anhelé por años —se siente casi como una vida entera— así que no trato para nada de ocultar lo mucho que la amo. Y digamos que mis muestras de cariño son algo... peculiares. Que quiera estar seguro de que ella está bien, no es malo. Y si a su maldito novio le molesta que yo sea sobreprotector con ella, pues bien se puede joder. Soy posesivo con lo que es mío y la gente tiene que lidiar con eso, porque no pienso cambiar. Salgo de mi ensimismamiento cuando escucho de vuelta la voz de mi hermana —: ¿Quién es Bess? Oh, maldita sea. — Oye, tengo que ir a una reunión — miento —. ¿Por qué no hablamos después? — Pero... — Me tengo que ir. — ¡Joder, Aaron! — Adiós, te amo. Y cuelgo porque ni por asomo mi hermana puede enterarse de Bess. Estoy seguro de que ella le contaría a mi abuela, lo que llevaría a que mi abuela le cuente a mis padre y finalmente, todo terminaría con Bess lejos de mí. Y aún no estoy preparado para eso. Marco de nuevo el número de Christina con la esperanza de que conteste, pero para mi desgracia, me cae al buzón de voz. ¡Joder! Entonces le marco a Evan. — Tu loca hermana no me contesta el puto celular — le gruño tan pronto atiende —. Desde las nueve de la mañana que me pidió una jodida limosina con chofer personal, que por cierto me costó un ojo de la cara, tu adorada hermana no me ha dado señales de existencia. Y estoy malditamente preocupado por Bess. — Ellas están bie... — ¡No, no lo sabemos! — Por Dios, Aaron, fueron a comprar ropa, ¡maldita ropa! ¡¿De verdad crees que se van a acordar de ti?! Joder, pensé que conocías mejor a las mujeres. — Son más tu especialidad, no la mía — le recuerdo —. Eres tú quien folla con cualquier v****a, así que perdón por mi falta de experiencia con ellas. — Oh, ni que fueras un santo. Lo acepto, estoy lejos de serlo. — No soy un santo, pero créeme, comparado contigo sería hasta el mismísimo Jesucristo si en cuestión de mujeres se trata, porque en realidad, tú eres un prostituto que no cobra su sueldo. — ¡Hijo de... — Insultas a mi madre y voy y te parto la cara. Estás a dos oficinas de mí, así que no me tientes — en efecto, él se calla —. ¿Quieres llamar a tu hermana? ¡Tal vez a ti sí te contesta el maldito aparato que tiene de teléfono! — Joder, Aaron, que no te soporto. — Llama a tu hermana y si averiguas en dónde están, prometo pagarte las habitaciones de hotel a donde llevas a tus... mujeres por las noches. — ¿Durante dos meses? — Un mes. — Mes y medio. — Un mes. — Bien, un mes — acepta finalmente en un gruñido —. Y será la suite presidencial y sólo para joderte voy a encargarme de que todos los días tengas una habitación por pagar. Casi me río por su tono de tortura, como si acostarse todos los días con una mujer sin nombre sea un sacrificio para él. Menudo idiota. — Y usa condón — le recuerdo, hablando muy enserio —. No quiero tener que pagar tratamientos de ETS. — Oh, es tan linda tu forma de decirme lo mucho que te preocupas por mí. — Vete al diablo — gruño —. Y llama a la loca de tu hermana. Cuelgo, deseando que Christina decida contestarle a su hermano. Por supuesto, cinco minutos después cuando Evan me llama, sé que ella ignoraba mis llamadas a propósito. — Ya van para tu apartamento — me dice él. — Bien. — ¿Ni un gracias, amorcito? — Vale, te pagaré los dos meses. Cuando escucho su grito de felicidad, ruedo los ojos mientras una sonrisa se asoma por mis labios. Cuelgo el teléfono, decidido a volver ya a casa. Salgo de mi oficina con las llaves de mi auto en mano y me detengo frente al escritorio de mi secretaria. Carmencita, la adorable mujer mayor que me ha visto crecer y se puede considerar parte de mi familia, está concentrada en su ordenador. — Carmencita — ella aparta sus gastados ojos grises del computador para mimarme. De inmediato, puedo ver cariño allí. Sonrío —. ¿Cómo va lo que te pedí? — Perfecto. Ya he mandado a limpiar la oficina en donde están los archivos viejos. Se instaló una computadora, impresora y se arregló el problema del aire acondicionado. Bien. — ¿Crees que podrás mantener a Bess ocupada? Ya sabes, no cosas difíciles. Carmencita es la única que sabe sobre Bess, así que me está ayudando con todo esto de su empleo. — Sí, ella me puede ayudar con papeleos, fotocopias, archivar documentos, cosas simples — me sonríe con complicidad —. No se preocupe, me aseguraré de que ella esté bien. — Gracias — le digo con total sinceridad. — Es un placer, mi niño. Me estiro a través de su escritorio para dejar un beso en su mejilla. — Me voy ya, nos vemos mañana. — ¿Tan temprano? — Frunce las cejas con confusión. — Sí — me limito a contestar porque a pesar de que Carmencita sabe de Bess, no necesita estar al tanto de qué tan obsesionado estoy con mi bonita. — ¿Necesitas ayuda en al... — No, no. Sólo tengo que hacer unas compras. Y esa no es una mentira. [...] De camino a casa me detengo en una tienda para comprar un teléfono móvil porque voy a terminar enloqueciendo si no tengo una forma de contactarme con Bess. De paso, aprovecho para comprarle de esos panecillos que tanto le gustan. Llego a casa con manos cargadas, así que rápidamente dejo todo en el enorme sofá y busco con mi mirada algún signo de que Bess haya llegado. Pero no, aún no está de vuelta. Aprovecho que estoy solo en casa para darme una ducha y después me visto con ropa más cómoda. Me dejo un pantalón de pijama y una ligera camiseta, porque sé que si me quedo sólo en boxers como generalmente haría en un día como hoy, asustaría a Bess. Cuando tomo el teléfono dispuesto a mandar a pedir la cena, Christina entra al apartamento con la llave que esta mañana le había dado. La escandalosa pelirroja viene como con cinco bolsas en sus manos y detrás de ella, un hombre que reconozco como el chofer que ella misma me hizo contratar para hoy, entra con cientos de bolsas más. Antes de que pueda preguntar por Bess, ella entra con dos bolsas, una en cada mano. Tan pronto me ve sus ojos se iluminan como un árbol de navidad y soltando las dos bolsas de sus manos al suelo, se lanza a mis brazos con efusividad. Y que me condenen si no amo su reacción a mí. Como si fuera importante para alguien, como si fuera importante para ella. — ¡Aaron! — Su pecho choca contra el mío cuando sus brazos salen a enrollarse en mi cuello, pegando un brinquito a mí. Afortunadamente soy capaz de mantenernos de pie, sin embargo, cuando ella enrolla efusivamente sus piernas en mis caderas, me veo obligado a sostener sus muslos con mis manos. — Bonita — murmuro sin aliento, un poco debido a que me ha sorprendido y otro poco debido a que es abrumador sentirla tan cerca. Mis manos en sus muslos desnudos me hacen ser muy consciente de lo suave que es su piel, y cómo de cerca estoy de tocar otras partes de su cuerpo. Entierro mi rostro en su cuello y respiro su aroma, tratando de calmar una anatomía de mi cuerpo que no debería despertarse en estos momentos. No junto a Bess, no junto a mi bonita. — ¿Cómo te fue? — Pregunto cuando he logrado calmarme y es entonces cuando la veo verdaderamente, a ella, a su aspecto. Se ha cortado el cabello en capas que hacen que castaños mechones caigan en su aniñado rostro. Aun así lo ha dejado largo y lo agradezco. Me gusta su cabello largo. Es realmente bonito. Entonces me fijo en su rostro ligeramente maquillado. Nada demasiado fuerte, pero ese pintalabios rosa que hace que sus bonitos labios resalten, definitivamente va a ser un problema para mí. Bajo la vista entre nosotros, mirando el lindo suéter azul claro que lleva puesto y se ajusta a sus pequeños pechos. Afortunadamente para mi salud mental, no hay ningún escote que pueda verse, pero nada más es sentir de nuevo mis manos en la delicada piel de sus muslos desnudos y entonces lo comprendo, tiene un short puesto. Que me jodan. La bajo al suelo con cuidado y lo compruebo. Un short ancho de color caqui que hace que sus caderas se vean más rellenitas, me obliga a tragar saliva con dificultad. Detrás de Bess, Christina me mira con una ceja arqueada, diversión brillando en su expresión. Bruja. — ¿No tienes frío? — Le pregunto a Bess antes de aclarar mi garganta. Ella se encoje de hombros sin dejar de sonreírme, ingenua a todos los pensamientos que pasan por mi cabeza. — Estoy acostumbrada al frío — dice —. ¡Compré ropa genial, Aaron! ¡De verdad, me ha encantado y la he encontrado a un precio muy bajo! Sonrío porque eso era lo que quería, complacerla. Darle un poco de lo que la misma vida le robó. — Yo me tengo que ir — Christina dice —. Bess sólo compró para ella esas dos bolsas que dejó caer al suelo cuando se lanzó a tus brazos. Por más que traté de convencerla para comprar más, no pude. — Pero, ¿cómo iba a hacerlo? — Bess replica —. Tú querías que comprara todas las tiendas y de hecho, las más caras. — Sí, como sea. Por suerte, yo tengo mis métodos — ella le dice, mirándola con una resplandeciente sonrisa —. Te mentí, Bess. La ropa que compré hoy con tu opinión, no era para mí, sino para ti. Christina me entrega la tarjeta de crédito frente a la mirada atónita de Bess. — Pero... — Usé mi dinero, así que no te preocupes por nada — me dice cuando recibo la tarjeta y yo la dejo a un lado —. Ella es adorable, pero realmente terca cuando quiere serlo. — ¡Christina! — Bess la mira con enfado —. No voy a aceptar la ropa que... — No tienes opción — besa cada mejilla de Bess con empalagoso ruido —. Sin ofender, pero tenemos gustos diferentes respecto a la moda. Yo... soy algo más atrevida para vestir. Miro perplejo lo que está pasando, sin poder creer que la mimada y egoísta Christina que sólo piensa en ella, le haya comprado por voluntad propia ropa a una chica que acaba de conocer. Y no es que ella no tenga el dinero para hacerlo, pero joder, supongo que realmente nunca conocí a Christina. Y mis suposiciones son confirmadas. Bess es realmente especial. Y no sólo para mí, sino para cada par de ojos que la ven. Lo peor de todo es que no sé si eso es algo bueno o malo. Antes de que Bess pueda reclamarle nada, Christina sale del apartamento con el chofer detrás de ella, dejándome a mí con todas las bolsas regadas en el lugar y una enfadada Bess que luce igual de adorable que siempre. ¿Me preguntas si es posible que luzca adorable enfadada? Sí, créeme, lo es. — Bonita — empiezo, acercándome a ella —. Acepta su ayuda. — Pero no está bien — se queja, llevando hacia atrás su cabello —. Gastó demasiado dinero en toda esa ropa. Acabo de conocerla, Aaron — de repente, su vulnerabilidad hace acto de presencia —. Esto de verdad es una locura. Mi vida cambió de la noche a la mañana y yo estoy tan... tan... La atraigo a mis brazos cuando su voz se quiebra. Sus manos se aferran al material de mi camiseta en mi espalda y su rostro se entierra en mi pecho. Y sentirla así, aferrándose a mí es tan malditamente adictivo. La forma en que fácilmente me dio su confianza, lo segura que se siente en mis brazos, lo necesitada que parece estar de mi presencia. Nunca me sentí indispensable para nadie hasta Bess. Ella me hace sentir importante no porque sea un maldito sujeto lleno de dinero y poder. No. Ella me hace sentir importante porque necesita de mí. No al empresario, no al millonario. Sólo a Aaron. Al hombre que soy detrás de mi traje y corbata. — No le des mucha importancia a lo de la ropa — me separo de ella y envuelvo sus mejillas con mis manos, inclinando mi rostro hacia abajo para poder verla mejor —. Es sólo dinero, Bess. — Para mí el dinero no es sólo dinero — susurra —. Si tengo algo, deseo tenerlo por mí misma. Por dinero que he ganado gracias a mi trabajo, a mi esfuerzo. No gracias a dinero que alguien me ha regalado sin razón aparente. Quiero decirle que ella no se tiene que preocupar por dinero de ahora en adelante, pero como sé que me metería en un lío si se lo digo, opto por quedarme callado. Simplemente me quedo allí, mirando sus ojos cafés con mis manos en sus mejillas, esperando a que se calme. — ¿Ya estás bien? — Pregunto cuando la vulnerabilidad se ha ido de su mirada. — ¿Ella no me va a dejar devolverle la ropa, cierto? — Niego con lentitud, mirando cómo sus labios se fruncen —. Entonces supongo que no tengo otra opción. — Esa es mi chica. Me alejo de ella y busco con la mirada algo que sé le subirá el ánimo. Tan pronto veo los panecillos, camino hacia ellos y los tomo en mis manos para dárselos a Bess. De inmediato ella saca uno y empieza a comerlo, luciendo más entusiasmada de lo que estaba con la idea de la ropa. Cristo, ¿puede ser menos superficial esta chica? Prefiere panecillos a ropa, mi pequeña glotona. Sacudo la cabeza mientras río. Enciendo el televisor y lo dejo en un canal de animales con el que estoy seguro Bess se entretendrá. Ella de inmediato corre y se sienta en el sofá, su mirada en el televisor mientras come de los panecillos. Llamo a pedir la cena y recordando que a Bess le gustó la lasaña italiana, pido una esperando a que le guste. Cuando vuelvo junto a ella, me pasa un panecillo. Lo tomo y me lo como mientras miro la televisión a su lado. Y hay algo demasiado familiar en compartir esto. Se siente como si lo hubiéramos hecho desde hace mucho. — Mandé a pedir la cena — le digo cuando empieza el espacio publicitario —. Te va a encantar. De inmediato, siento su entusiasta mirada sobre mí. — ¿Pediste laraña? — ¿Qué? — Laraña — repite —. Eso que me diste de comer en el restaurante. Exploto libremente en fuertes carcajadas bajo la confundida mirada de ella. — Lasaña — le digo despacio para tratar de no herir sus sentimientos —. Es lasaña, bonita. Ella repite la palabra tres veces en voz baja, finalmente asiente y me mira con una sonrisa. — Te extrañé — dice de repente, sorprendiéndome —. No supe de ti en todo el día y por un momento dudé en si querías que volviera contigo o no. — Bess, bonita, no quiero que vuelvas a pensar algo así. Su comentario me recuerda de otro regalo, pero teniendo en cuenta lo que pasó con la ropa, decido que mejor le doy el teléfono móvil mañana. — ¿Te depilaste? — Pregunto cuando cruza las piernas en posición de flor de loto justo a mi lado. Controlo la necesidad de sentir su piel bajo mi tacto. — Oh, sí — responde —. Christina me llevó a un... —piensa la palabra por un largo rato antes de finalmente decir —: Spa. Uh, sí, spa. Allí me hicieron depilación láser, creo que así se llama. También cortaron mi cabello y aplicaron maquillaje en mi rostro. Yo no quería, pero... — ¿En dónde más te depilaron? — La pregunta sale de mi boca antes de que si quiera la piense. Y trato de retractarme, pero al diablo, quiero saber. Sus mejillas llenándose de color me dan una clara idea. — Fue incómodo y tan sólo un poco doloroso — cierra los ojos por un momento antes de decir —: Sobre todo allí abajo. Mierda. Suficiente información, o tal vez no. — ¿Fue una mujer? — Pregunto —. La persona que te hizo eso, ¿fue una mujer? Bess asiente repetidas veces y mi hombre de las cavernas se calma al instante. — Bess, bonita — la llamo cuando su atención está de nuevo en la pantalla del televisor. Cuando ella me mira, continúo —: Mañana empiezas el trabajo, te conseguí un empleo. Omito la parte en la que digo que yo soy el dueño de la empresa. Eso ella no tiene por qué saberlo. Por ahora. Sólo hasta que esté seguro de que va a aceptarlo. — ¿Enserio? — Su sonrisa hace acto de presencia —. ¿Tengo un empleo? Asiento, contagiado de su entusiasmo. Antes de que pueda asimilarlo, ella se está lanzando a mis brazos por un fuerte abrazo. Y sé que debo poner algunos límites entre nosotros y sus muestras de cariño... pero no soy lo suficientemente fuerte para hacerlo.
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