★ Emily
De nuevo, ese sueño. Esos ojos verdes, tan intensos, que me persiguen como si quisieran decirme algo. Esa mirada penetrante y misteriosa me deja una sensación inquietante cada vez que despierto.
—¡Emi, despierta! —gritó mamá, irrumpiendo en mi chavorrillo, nuestra pequeña y acogedora habitación, decorada con cortinas de colores vivos y símbolos gitanos.
—Mamá, aún es muy temprano —respondí, sintiendo el peso del sueño en mis párpados.
—¡Pues no todos los días se celebra un cumpleaños! —exclamó ella, llena de emoción y con una chispa en sus ojos que no podía ignorar.
Hoy era un día importante. Después de tantos años evitando que mis padres aceptaran un matrimonio arreglado con alguno de los pretendientes que han llegado a pedirme la mano, sentía que la presión aumentaba.
Cada propuesta había sido una batalla, un tira y afloja entre las tradiciones de nuestra familia gitana y mi deseo de libertad.
El sol apenas asomaba. Podía escuchar el murmullo del campamento despertándose, las risas de los niños y el crujido de la leña en las hogueras. Sin embargo, hoy, todo parecía más pesado, como si un presagio oscuro se posara sobre mí.
Mamá me observaba con amor y preocupación. Sus cabellos, oscuros como la noche, caían en suaves ondas sobre sus hombros, y su rostro mostraba las líneas de los años y las historias vividas.
—Emi, sé que esto te preocupa, pero hoy es un día especial —dijo, acercándose y tomando mis manos entre las suyas—. Esta celebración es importante para nuestra gente, y quiero que lo disfrutes.
Miré sus ojos y vi reflejados en ellos mis propios miedos y sueños. Hoy, más que nunca, deseaba escapar de las expectativas y forjar mi propio destino, pero algo me decía que esos ojos verdes en mis sueños no eran mera coincidencia. Algo más grande estaba por venir.
Es normal entre gitanos establecer matrimonios a muy temprana edad, y los abusadores siempre escogen a las más jóvenes. Mi prima ya es madre, atrapada en una realidad que no deseaba. Al principio, estaba emocionada por ser considerada una m*****o activa de la comunidad, pero la felicidad se desvaneció rápidamente. Su brillo y su inocencia parecían haberse extinguido, y ahora se la veía siempre con la mirada triste y los hombros encorvados, como si el peso del mundo descansara sobre ellos.
Durante los años, he recibido numerosas propuestas de matrimonio, todas rechazadas. No me importa ser la única que no ha seguido el camino tradicional; prefiero mi libertad a ser entregada a un hombre que no amo.
—Mamá —mencioné cuando ella comenzó a llenarme de besos.
Sus labios se sentían cálidos contra mi piel, y su amor siempre lograba reconfortarme, aunque fuera por un breve momento.
La verdad es que nadie sabe cuándo es realmente mi cumpleaños. Solo comenzaron a contar desde que me encontraron en el bosque, llorando y hecha un desastre. Tenía apenas unos días de nacida, envuelta en una manta sucia y con la carita manchada de tierra.
—Vamos, mi pequeña —dijo mamá mientras me ponía de pie.
Ella comenzó a cepillar mi largo cabello rojo, deshaciendo los nudos con cuidado.
A veces olvido que no compartimos sangre, pues me tratan con tanto cariño que me siento como parte de la familia. Mamá siempre dice que el corazón es lo que realmente importa, no los lazos de sangre.
Salimos de nuestro campamento y vi a mi padre hablando con un joven, o más bien, echándolo de allí a punta de escobazos.
—Papito hermoso —dije corriendo hacia él y llenándolo de besos.
Sus manos ásperas y trabajadas me rodearon con fuerza, pero con una ternura que solo él sabía expresar.
—Niña, esta es la última vez que te rechazo a un pretendiente. Ya deberías estar casada y con hijos —dijo con tono severo, aunque sus ojos mostraban preocupación.
—Pero papito, no quiero a ninguno de esos idiotas —repliqué con firmeza.
—Emi, tienes que escoger a un hombre. Escoge uno, cariño, y te daré a él —insistió papá, suavizándose un poco.
—Bien, escogeré a uno —dije, resignada, y le di un beso en la mejilla.
—Muy bien.
—Ya vuelvo —salí corriendo al bosque, sintiendo la necesidad de escapar por un momento.
—Emi, regresa —escuché gritar a mamá.
Pero no podía evitarlo; sentía que el bosque me llamaba. Me encantaba correr y brincar alto entre los árboles, sentir el aire en mis mejillas cuando subía a lo más alto de la copa de un árbol. El bosque era mi refugio, mi escape de las presiones y expectativas de la comunidad.
La primera vez que me transformé en una enorme loba fue cuando tenía diez años. Casi lastimé a mamá, y me amarraron a un árbol toda la noche para evitar que lastimara a alguien más. Pero he podido controlar mi poder, y ahora solo me convierto a voluntad. Además, a los cinco años descubrí que había magia dentro de mí; podía pedir lo que quería y se me daba. Ahora soy una combinación de tres: una gitana, una loba y una bruja.
Mamá dice que debo mantener mi poder en secreto, ya que podrían asustarse. Y así lo hemos hecho por todos estos años. Creo que en el fondo, esa es la razón por la que aún no he aceptado a ningún pretendiente. Nadie podría entender o aceptar quién soy realmente.