Punto de vista de Cristian
—Levántate— gruñó Indra, arrancó las mantas de mi cuerpo y me acurruqué en mi cama.
Anoche fue brutal, más de lo habitual. Me mantuvieron despierto hasta tarde ya que me estaban castigando por una crítica negativa que había recibido. Ni siquiera fue tan negativa, ciertamente no fue negativa acerca de mí. El comentario fue sobre el restaurante al que fuimos y no sobre mi actuación. Mi cita eligió el restaurante. Yo no.
—¡Levántate!— Siseó Indra, tirando de la almohada debajo de mi cara— Te han solicitado un trabajo de alto nivel. Isabella Livai te quiere para la gran inauguración de Towers Livai— Me agarró la barbilla y me miró a los ojos— Joder si sé qué no vales nada. ¿Por qué te retengo?
—Lamento lo del restaurante y llevar a mi cita allí— susurré, tratando de mantener el dolor fuera de mi expresión facial y mi voz— Lo recordaré si ese cliente me vuelve a solicitar
—Lo dudo— se burló, levantándose y limpiándose las manos en su falda de cuero— Estoy esperando un correo electrónico de Isabella, esto es muy importante. La harás feliz. ¿Entiendes?
—Entiendo, Indra— dije.
—Indra no— gruñó.
—Sí, señora— susurré.
—Ahora, límpiate. Tienes una cita telefónica de quince minutos con ella a las nueve— dijo, revisando su teléfono ya que sonó mientras hablaba, sonrió felizmente— Excelente, respondió Isabella. Revisa la computadora y lee las respuestas al cuestionario— me despidió con una mueca de desprecio y me dejó en mi habitación de su lujoso condominio. No era más que un armario con un colchón en el suelo. Tenía un 'apartamento' para cuando llevaba a mis citas a mi casa, pero era departamento compartido con otros dos hombres que también trabajaban para ella.
Levanté mi cuerpo dolorido del suelo y caminé hacia el baño para tomar una ducha rápida y solucionar los problemas.
Hago esto por ella... me necesita.
Me vestí con un par de jeans y una camiseta. Todavía estaba rígido y dolorido por el tratamiento de Indra. Tuvo cuidado de no dejar marcas excepto debajo de mis dos esposas de cuero n***o, uniéndome a ella. Eran recordatorios de que era de su propiedad. Las cicatrices debajo de esas esposas eran prueba de que mi alma ya no era mía. Cubriéndolas con las gruesas esposas negras, caminé hasta la oficina e inicié sesión en la computadora, leyendo el correo electrónico de Isabella.
Por lo que leí, ella había sido quemada por su ex marido y estaba increíblemente herida, llena de desconfianza hacia todos los hombres. También era sarcástica, divertida, ingeniosa y, según las fotografías que me proporcionó Indra, era increíblemente hermosa. Si mi vida fuera mía, ella habría sido una mujer a la que habría perseguido. Pero era una escolta sin educación y sin valor, propiedad del mismísimo diablo. Era bueno para dos cosas: follar y sufrir. Indra fue particular sobre a quién le entregué mi cuerpo. Sin embargo, yo era exclusivamente suyo. Ella me deseaba y me usaba para su propio placer perverso, recordándome tan a menudo como podía que era sólo suyo y que era mi dueña, en cuerpo y alma.
Odié cada minuto de eso.
Sin embargo, ella me salvó cuando estaba sangrando y al borde de la muerte. Se lo debía, me salvó y ella la salvó cuando ya no pude hacerlo más, no podía alejarme.
Por más que quise no pude.
—¿Leíste el correo?— Preguntó Indra, cerrando la portátil. Estaba tan cautivado con el correo electrónico de Isabella que no había escuchado a Indra acercarse a mí. Bajé la mirada hacia las encimeras de cuarzo, sin mirarla.
—Lo hice, señora— murmuré, asintiendo levemente— ¿Debería llamarla ahora?
—A las nueve— dijo, acariciando con sus dedos mi mejilla— La harás sentir especial, amada. Quiero que estés con ella, hazle el amor y recuérdale lo que es ser mujer. Si las cosas van bien, podrías ser una cita permanente para ella y se que pagará un buen centavo por mi preciosa gema. Haz que olvide lo que le hizo su ex marido. Pero, cuando estés con ella, recuerda que me perteneces— Su mano se movió desde mi cara hasta mi polla, acariciándola con dureza— Esto es mío.
—Sí, señora— dije, cerrando los ojos.
Se inclinó hacia delante, rozó sus labios contra mi mejilla y me dejó en la oficina. Ella nunca me besaría en los labios y estaba de acuerdo con eso, era demasiado íntimo. La odiaba y no quería que pensara que estaba interesado en absoluto. De hecho, para que se me pusiera dura mientras follábamos, tenía que tomar medicamentos. Tenía veintiocho años y tomaba Viagra. Sin embargo, cuando estaba con mis citas, nunca tuve ese problema. Se debía al hecho de que tenía el control de mi cuerpo y de lo que quería hacer con él.
Me gustaba tener el control, lo anhelaba, de verdad. Odiaba que me dijeran qué hacer, pero aprendí rápidamente lo que pasó cuando luché con ella.
No pude sentarme durante un mes gracias a su látigo y a los golpes de Félix. Estaba cubierto de moretones y no podía trabajar hasta que mi cuerpo sanara. Mi deuda creció desde que Indra tuvo que pagar mi atención médica, no sólo la de ella. Ese mes me costó otros dos años de servidumbre a la señora Indra Cross.
A este ritmo, trabajaría para ella hasta los cuarenta años.
—¡Cristian! ¡Usa el teléfono de la oficina para llamar a Isabella! Sé tu encantador habitual. Hazla jadear por más
—Sí, señora— dije con dureza, levantándome y caminando hacia su oficina. Sentándome en el suelo ya que Indra no quería que ninguno de nosotros nos sentáramos en su escritorio, marqué el número que había aprendido de memoria. El teléfono sonó dos veces antes de escuchar la voz más dulce conocida por el hombre.
—¿Hola?
Con una simple palabra, mi corazón se aceleró y sentí algo más que miedo, dolor y soledad. Quería conocer a la mujer que estaba apegada a esa voz. Quería que ella me conociera. Hablamos durante unos diez minutos y luego habló de mi trabajo. Lo triste fue que estuve de acuerdo con todo lo que dijo. Lamentablemente tuve que argumentar por qué elegí mi vocación.
No es la verdadera razón, Black.
Pero quería decírselo.
Si Indra se enterara, estarías en un mundo de problemas y ella no obtendría lo que necesita. Mantén la boca cerrada.
La puerta se abrió y ella entró. Me miró furiosa, pellizcándome el brazo y señalando su muñeca. Se acabó el tiempo. Terminé la llamada con Isabella y me levanté rígidamente del suelo.
—Señora, no me siento bien. Fui a buscar ibuprofeno pero no había. ¿Me puede dar permiso para conseguirlo en una farmacia cercana?
—Muy bien— dijo, agitando la mano— Tienes cuarenta y cinco minutos para caminar hasta la tienda, comprar tus medicamentos y regresar. ¿Necesitas dinero?
—No, señora. Mi cita de anoche me dio propina y puedo usarla para comprar ibuprofeno— dije, metiendo la mano en el bolsillo que contenía los trescientos dólares que me dio la mujer mayor.
—¿Cuánta propina? ¿Le pagaste al conductor de la limusina?
—Sí, señora. Después de que le pagué, apenas fueron veinte dólares— Le mentí. Si supiera que tengo más que eso...
—Muy bien. ¡Ve! Estás perdiendo tu precioso tiempo
Asentí, agarré mi chaqueta y metí mis pies en un par de zapatillas que estaban cerca de la puerta. Bajé corriendo las escaleras y caminé rápidamente hacia una farmacia local a la vuelta de la esquina del condominio de Indra. Cogí una botella de ibuprofeno y compré un teléfono móvil prepago.
Llamé a Isa.
Escuchar su voz calmó mis nervios siempre agotados, incluso si ella desaprobaba mi trabajo. Demonios, yo lo desaprobaba. Probablemente mi padre se estaría revolcando en su tumba si supiera lo que estaba haciendo.
Nuestra conversación terminó con una nota mucho mejor que la primera y me encontré sonriendo genuinamente por primera vez en años. Debería haber tirado el móvil, pero lo metí en el bolsillo. Había una tabla suelta debajo de mi cama donde podía guardar el teléfono. Quería poder hablar con Isa, como ella prefería que la llamaran, sin ser monitoreado por Indra.
Regresé al apartamento con tiempo de sobra. Indra me miró antes de volver su atención a su computadora. Di un suspiro de alivio. No estaría recibiendo su tortura esta noche, no con esta gran cita con Isa mañana. En mi habitación, coloqué el celular y el cargador debajo de mi cama, acariciando suavemente la madera. Con un suspiro, me quité la ropa y me acomodé en mi pequeña cama. Mientras me quedaba dormido, mi mente daba vueltas con visiones de la encantadora chica y de cómo quería que me conociera.
Pero eso nunca sucedería.
Era bonito soñar, aunque fuera por una noche.