CAPÍTULO IV ARABELLA observó cómo se alejaba el faetón. Sintió una infinita turbación por ser descubierta haciendo algo que sabía estaba mal, sin embargo no dejó de admirar la excelencia de aquellos caballos, ni la habilidad con que eran manejados. Siifembargo, tan pronto advirtió que se habían ido, nadó hacia la orilla, donde Beulah estaba sentada. —¡No, no!— protestó Beulah cuando Arabella trató de levantarla—. Beulah… —Ya debemos ir a casa— insistió Arabella, vistiéndose a toda prisa. No había imaginado hacer algo tan alocado como bañarse, cuando salieron con Beulah a pasear. Lo había hecho obedeciendo un impulso repentino del que ahora estaba arrepentida. La sugerencia de la señorita Harrison de salir a jugar al jardín se había convertido en instrucciones de que fueran a pasear e