CAPÍTULO III —Maldición— exclamó Lord Lowther disgustado, retirando la silla de la mesa de juego. jTe debo ya cinco mil guineas! No puedo seguir jugando. El hombre que estaba sentado frente a él barajó con sus dedos largos y delgados. —¿Huyendo como cobarde, Lowther?— replicó Sir Mercer Heron con desprecio, mientras el rostro juvenil de Lord Lowther se encendía de ira y los espectadores del Club Crockfords se ponían rígidos. —Yo no me atrevería a decir eso —se oyó decir a una voz desde la puerta—, si usted lo hubiera visto en Waterloo, Heron, comprendería que en realidad está frente a un héroe. Sir Mercer Heron volvió la cabeza para ver quién decía eso y sus labios se apretaron antes de'exclamar con frialdad: —¡Ah, es usted, Meridale! ¿Puedo atreverme a preguntar qué incumbencia tien