Chilpilla
1680
Luego de quedar sola en medio del bosque, sentí mi estómago revuelto, pero no presté atención, todo mi interés estaba en descubrir lo que ese ser me había dicho, de las cosas que tendrían que suceder para convertirme en una gran y poderosa hechicera y obtener la vida eterna. Las dos cosas que más ansiaba en mi vida.
El viento sopló en mi nuca, lo que me provocó un desagradable escalofrío. Pero nada me amilanaría. O al menos eso pensaba.
Eso estaría por descubrirse muy pronto.
Caminé un poco, según yo, saliendo de ese lugar, para ir a un sector habitado. Pero a cada paso, parecía que los árboles crecían de la nada. Después de más de dos horas de camino, no lograba salir del bosque. Seguí caminando hasta encontrar una cueva que, sin saberlo en ese momento, sería mi refugio el siguiente siglo. Aunque en ese instante fue cualquier cosa, menos un sitio seguro.
Un pájaro n***o, del que había oído hablar a mis padres y abuelos, apareció allí. El coo, un pájaro en el que se supone se convierten los brujos, con el que hacen mal y pueden llegar a matar. Si el demonio quería asustarme con eso, se equivocaba, había algo en lo que yo no creía... Y era en esos supuestos brujos convertidos en animales. Para mí, la gente se sugestionaba. No creía que ningún humano pudiese convertirse en ave, perro, gato. En nada.
Pero aquel pájaro maldito se tiró a atacarme. Se lanzó en picada contra mí. Yo cubrí mi cara con mis manos. Ese bicho del demonio se me paró en los hombros, picoteando mi cabeza. Con una mano aleteé para quitármelo de encima. No se iba. No quería apartarse de mí. Corrí para alejarme de esa cosa, pero nada, parecía pegado a mi cuerpo. Después de un rato de correr, caí al suelo y el pájaro buscó mi cara, mordiéndome la mejilla en varias oportunidades, quería llegar a mis ojos. ¡Desgraciado animal!
-Maldito pájaro... ¡Muere! -grité con todas mis fuerzas e ira.
En ese mismo instante, el ave cayó al suelo sin vida. Mi sorpresa fue mayúscula al ver aquel espectáculo. Jamás creí que mis palabras fueran poderosas. Aunque, claro, también podía ser una simple coincidencia.
-Realmente eres poderosa, Chilpilla. -La voz de un hombre me sobresaltó y me di la vuelta para mirarlo. Era el Demonio en persona que sonreía satisfecho afirmado de un árbol.
Lo observé con fijeza. Él no se movía, yo tampoco lo haría.
Estaba con un traje y un largo abrigo, todo en n***o, completa y absolutamente, de n***o. Un sombrero de ala ancha cubría gran parte de su rostro; las manos en los bolsillos en una actitud displicente. Sonreía. Su boca era lo único que se dejaba ver, con una hilera de dientes perfectos.
-¿Terminaste? -me consultó cuando terminé de examinarlo.
-¿Qué se supone que fue eso?
-Mataste a uno de mis brujos -respondió como si no le importara.
-Pero ¡si no hice nada! -protesté.
-Lo hiciste. Eres poderosa Chilpilla, mucho más de lo que crees.
-No entiendo.
-Lógico que no entiendas si no sabes tu origen.
-Conozco a mis taitas[1] y a mis abuelos, ¿qué más tendría que saber yo?
El hombre sonrió como burlándose.
-¿Sabes, realmente, quién era tu madre? Te di una pista esta tarde.
-Una de sus brujas -contesté por inercia.
-Y su madre y la madre de su madre, eres la séptima generación que me sirve.
-Pero todas se murieron... -expuse.
-Ninguna me pidió la vida eterna. Aunque cada una de ellas ha vuelto en otro cuerpo, en otro lugar, ninguna quiso volver aquí. Ninguna es bruja ahora.
-Eso qué significa para mí -exigí sin preguntar.
-Que tú has adquirido sus poderes y habilidades, cada una con una cualidad que la hacía especial.
-¿Matar con una palabra va dentro de esas cualidades?
-Potens Verbum -dijo como recordando-. La palabra poderosa. Tu tatara abuela.
-¿Qué otras cualidades tengo?
-Las debes descubrir por ti misma, pero si tienes la palabra...
-Si tengo la palabra, ¿qué?
Él me miró por un largo rato, yo sostuve su mirada, aunque me doliera.
-Eres imprudente, como tu bisabuela, con el carácter de la madre de ella.
-¿Esas son mis cualidades?
-No, más bien son defectos que deberás trabajar.
-¿Cómo hago eso?
-Ya lo verás, te quedan doce días por delante para hacerlo.
El demonio se iba a ir, pero no lo permitiría.
-¡Espera! -grité.
Se dio la media vuelta y me miró por debajo de su sombrero con una expresión extraña, pero divertida.
-Todos me llaman amo y señor y lo soy. Y tú te atreves a gritarme así, a hablarme como una insensata. No me caracteriza la paciencia, en realidad, Chilpilla, no me caracteriza ninguna cualidad.
-Lo siento -me disculpé, más por la forma amenazante en que lo dijo que por las palabras mismas.
-Está bien, comprendo tu carácter irracional, tu juventud te hace actuar de forma intempestiva, pero no tendré mucha paciencia, eso te lo puedo asegurar y en estas noches bajaré tus humos y tus aires de suficiencia.
Yo solo me limité a bajar la cabeza, no sabía qué tenía que decir o cómo actuar. Yo era como era y no me importaba nada ni nadie. Sin embargo, estaba segura de que debería aprender buenos modales, como siempre me sugería mi abuela.
-Tu abuela era sabia. Lástima que todavía duda en si volver o no, con otro cuerpo. Me sería de mucha ayuda, aunque ya no sea bruja.
-Y yo, ¿voy a vivir siempre en este cuerpo?
-Así es, eso pediste, ¿no? Crecerás un poco más, pero quedarás siempre joven -contestó un poco molesto, al parecer seguía enojado conmigo-. No estoy enojado -respondió a mis pensamientos-, solo que a veces eres un poco... insufrible.
-Lo siento, yo no quiero ser así.
-Lo sé, pero lo eres, por eso no me enojo, es parte de lo que tú eres, ya madurarás y aprenderás a comportarte ante alguien como yo.
-¿Cómo se supone que debería ser?
-Más respetuosa, yo no estoy a tu altura. Agradece que no soy el otro, a mi querido padre no le gustan las impertinentes. Y él tiene un carácter mucho más irracional que el mío, mata de inmediato.
-¿Padre?
Otra vez se cubrió la cara con el sombrero y mostró sus hermosos dientes en una irónica sonrisa.
-Bueno, padre, padre... No. Él me creó, aunque ahora lo niegue. Ambos somos dioses, pero él no quiere compartir su título. Así que me llamó demonio y renegó de mí.
-¿Dios? -pregunté para asegurarme que era él de quien hablaba. Él solo hizo un gesto de asentimiento-. ¿No se supone que tú... usted, renegó de él?
Su sonrisa no huyó de sus labios.
-Eso dice él.
-¿No fue así?
Se dio la media vuelta.
-No vine a hablar de mis dramas familiares contigo, Chilpilla, vine a ver cómo te tomabas todo esto. Suerte. Busca tus poderes, tus cualidades y a tus ancestros.
-Pero ¿cómo voy a...?
Antes de terminar la oración, había desaparecido. Me quedé inmóvil durante mucho rato. ¿Qué se supone debía hacer? No tenía idea. La luna se ocultaba por entre los cerros. Eso significaba que pronto amanecería. Me senté a los pies de un árbol a esperar. No sé qué, pero tampoco me apetecía seguir caminando. Entonces lo vi. En el lugar donde estaba antes el pájaro coo, estaba un hombre. El que me había guiado aquella tarde a matar a mi mamá. Estaba muerto, con los ojos desorbitados y cara de horror. ¿Cómo era que había muerto así? ¿Por qué me había atacado? Un hilo de sangre comenzó a salir por su boca.
Miré hacia todos lados. No quería quedarme con un cadáver sola de noche en el bosque, así que me levanté y empecé a caminar; donde fuera, sería mucho mejor que allí. O al menos eso creí.
Llegué a un claro del bosque y me tiré a la orilla de un río, en un traiguén[2], y me dormí. Estaba cansada. La noche había pasado como una exhalación, demasiado rápida, aun así, mi cuerpo se sentía agotado y mi mente exhausta.
-¿Pretendes seguir durmiendo?
Una voz de ultratumba y retumbante, me despertó asustada. Abrí los ojos y me senté de golpe. El demonio estaba allí, parado como antes, con las manos en los bolsillos y mirándome con intensidad.
-¿Qué hora es? -inquirí cuando mi corazón se relajó.
-Las nueve y cuarto.
Recién entonces, me di cuenta de que ya había anochecido. ¿Tan rápido pasó el tiempo? Parecía que recién había cerrado los ojos.
-Pues no, dormiste más de quince horas -respondió divertido.
-Tengo hambre -protesté.
-¿Y qué quieres que haga? ¿Quieres que te alimente? -se burló con una sardónica sonrisa.
-Claro, si tengo que permanecer en este lugar por trece noches.
-Ahora te quedan doce.
-¿Entonces? No puedo salir de este lugar, anoche, por más que corrí no llegué a ninguna parte... No me dejó salir -le reproché con enojo ante sus burlas.
-Y no saldrás.
-Entonces, ¿me voy a morir de hambre?
El retrocedió un poco, pero no como asustado o nervioso, no, al contrario, se echó hacia atrás como dándome espacio para que pudiera mirarlo mejor. ¿Tenía que ser así de bello? Sonrió de medio lado, se levantó un poco el sombrero y me miró de frente. Su mirada quemaba... traspasaba todo mi ser como si quemara. Y seguía doliendo como la primera vez que me miró.
-¿Sabías que pocos son capaces de contemplar mi rostro?
-¿Por eso te... se esconde detrás del sombrero?
-Así es, pero no por mí, por ustedes. La mayoría no puede con el dolor.
-No es na’' tan terrible -comenté descuidada.
-Para ti.
Me levanté de una vez y caminé en dirección opuesta a ese demonio que decía ser el Diablo.
-No solo lo digo. Lo soy.
El hombre ya estaba frente a mí, con sus ojos cubiertos por el ala del sombrero. Era mucho más alto que yo. Por lo menos unos veinte centímetro. Alcé mi mano y levanté su sombrero, quería saber si su mirada dolía más estando más cerca. Además, quería mirarlo a la cara...
Se dejó. Cuando vi sus ojos fue como si un torbellino me atravesara. Sentí en mi pecho como si una mano apretara y soltara mi corazón sin consideración. Mi estómago se contrajo retorciendo todo en mi interior. Mis brazos los sentí adormecidos, sin fuerzas. Mis piernas flaquearon, tanto que me tomé de sus brazos para no caer. Él no hizo amago alguno de sujetarme. Pero lo más impresionante de todo fue que no pude apartar mis ojos de los de él. Era como si un imán me hubiese dejado atrapada a su mirada y todo lo que existía en ese momento era él. Como un dios hecho hombre al que había que rendirse sin objetar nada.
-¿Conforme? -preguntó con sorna y me dejó libre de su hechizo. Yo bajé la cara avergonzada y lo solté.
Cuando levanté mi rostro para disculparme por mi estupidez, ya no estaba. Di una vuelta completa para buscarlo, pero se había ido y otra vez estaba sola.
[1] Taitas: Padres.
[2] Traiguén: Cascada.