ACLARACIÓN
Antes de leer esta historia, hay que tener en cuenta ciertos detalles mencionados a continuación.
Primero que todo, esta historia es ficción, si bien es cierto hay hechos históricos que se mencionan y que se apegan en su gran mayoría a la verdad, hay otros que son creación de la autora.
Algunos nombres que aparecen en esta novela son históricamente correctos y se encuentran en los registros municipales de la isla. Son los nombres antiguos de personajes públicos de la época, como intendentes, reyes de la Mayoría y José de Moraleda como capitán de navío español. El resto de los nombres, sobre todo de los que aparecen en la época actual, corresponden a la ficción de la novela, por lo tanto, cualquier parecido o coincidencia es solo eso y no tiene relación con la realidad.
Y, por último, los mitos y leyendas aquí aparecidos son fruto de las historias que se cuentan en la isla, adornadas con la imaginación de la autora.
Dicho y aclarado, les invito a leer esta novela que se divide en cuatro partes: Un vistazo al pasado, Fuera de la isla, De regreso a la isla y La Guerra, donde los puntos de vista cambian en cada sección.
Espero les guste y la disfruten.
PRIMERA PARTE
UN VISTAZO AL PASADO
A modo de Prólogo
Un poco de historia
1790
-¡Estad atentos! -grité a mi tripulación, necesitaba a cada uno de mis hombres en sus puestos-. En cuanto arribemos a la isla, les demostraré mi poder. No me comportaré como en Queilén, con misericordia, no. ¡Aquí sabrán quién es José Manuel de Moraleda y Montero! No volveré a mi tierra vencido ni me apersonaré ante el rey cargando mi derrota, tampoco vosotros queréis hacerlo, eso significaría la humillación y muerte para todos. ¿¡Es eso lo que queréis?! -grité, recibiendo un firme "no" por respuesta de mis seguidores-. ¡¿Es eso lo que queréis?! -insistí con mayor volumen, otra vez su respuesta: "no", retumbó en mi fragata El Socorro-. Entonces... ¡Vamos a por ellos!
Mi postura firme y mi bien ganado orgullo y fortaleza, hizo que mi dotación de marinos tomase las fuerzas necesarias para continuar en nuestra misión, la Ciudad de los Césares debía ser encontrada y los lugareños me debían ayudar. De otro modo, los obligaría. Y tenía los medios para hacerlo.
Apeamos en Tenaún con dos misiones muy claras. La primera conseguir esclavos para llevar a España y a otros tantos para ayudarme en la exploración, en la que debíamos ubicar la ciudad que tan esquiva nos había sido; y la segunda, demostrar mi poder. No dejaría que unos indios sin ley se burlaran de mí.
Muchos de los nativos llegaron a la orilla a observarnos. Y cómo no, si para ellos nosotros éramos dioses. Y les demostraría mi poderío. Verían, con sus propios ojos, de lo que era capaz.
Me posicioné firme en la tierra y hablé a los veliches[1] del sector, quería que confiaran en mí, mas, al no ser posible, ya que nadie quiso tomar mi invitación por las buenas, hice algo con lo que estaba seguro, les convencería.
Usando un hechizo, me convertí en un pez gigante ante sus ojos. La gente aplaudió mi atrevimiento de mostrar mi magia frente a ellos. Caminé hasta una roca y me transformé, de nuevo frente a ellos, en un magnífico lobo de mar.
Si bien era cierto, los indios estaban entusiasmados y complacidos con mi poder, no había asombro en sus miradas.
Entonces, me troqué en paloma y volé por sobre sus cabezas. Pero nada sucedió. No lograba convencer a los indios de acompañarme.
Fue en ese momento que, irguiéndome, los enfrenté.
-¿Qué no os llama poderosamente la atención las maravillas de mi arte? -los interrogué preocupado, si mis artimañas no funcionaban, no sabría qué lo haría.
Uno de los hombres del lugar dio un paso al frente y me miró con sorna.
-De gustarnos nos gusta -respondió-, pero no hay brujo de la costa que no haga estas travesuras.
¿Acaso estaba en frente de más hechiceros?
-¿También tenéis hechiceros? -No era capaz de creer en sus palabras y exigí-: ¡Traedme uno al instante!
-Hay una bruja que está de paso por estas tierras -explicó-. La buscaremos y la traeremos ante vuestra presencia, señor.
-Eso espero. Aguardaré en mi barco hasta que vosotros volváis con esa mujer.
Hice embarcar a mi tripulación. Seguramente esa hechicera tardaría, si sabía lo que le convenía, no querría tener un enfrentamiento conmigo.
Pasado el mediodía apareció una mujer. Una mujer de singular belleza y dulce mirada. Se detuvo a unos metros de la orilla.
-¿Qué buscas en mi isla? -me preguntó con soberbia-. Me dicen que queréis llevaros con vosotros a mi gente como esclavos.
-No como esclavos, mi señora, como ayudantes.
-Sí, vosotros sois todos iguales, mentirosos y arrogantes, engreídos que creéis que la tierra es vuestra y la gente también.
-Necesitamos obra de mano.
-Para tratarlos como animales. ¡De aquí no se mueve un alma con vos!
-¡Eso lo veremos, vuestra merced!
-Chilpilla es mi nombre, señor, y os demostraré que aquí en mi isla nadie viene y va sin mi consentimiento.
-Bien, Chipilla, mi señora, os reto a un duelo de magia, quien venza decidirá el futuro de estas gentes.
La mujer sonrió como si ya fuera la triunfadora. Ilusa. No tenía idea de quien era yo. Yo era más dios que todos sus dioses juntos. Descendí de mi navío y procedí a acercarme a la hechicera. En el camino me convertí en un oso pardo, al cual ella no pareció temerle. Al llegar a su lado, no hizo amago alguno de correr, al contrario, me miró desafiante. Entonces, lancé un rayo que cayó desde el cielo, sin embargo, ella lo desvió a unas rocas a la orilla del mar.
-Buen intento, don José -me dijo con total falta de respeto-, ahora os demostraré quién soy yo.
Chilpilla principió a romancear una especie de oración, al tiempo que gesticulaba y contorneaba su cuerpo. Todo esto desde su lugar. Sin moverse un ápice de la orilla del mar. Las aguas se revolvieron y empezaron a producir una especie de torbellino en torno a mi goleta, hasta que mi embarcación quedó completamente en seco. La desazón fue general. Nadie entendía nada. Los hombres murmuraban intentando comprender lo que ocurría.
-¡Hostias! ¿Y cómo habéis hecho eso? -No pude evitar consultar a la mujer-. ¿Qué clase de ilusiones son estas?
Me di la vuelta y avancé por la orilla del mar, gritando a mis hombres que se calmasen.
-¡Tranquilos!, ¿cómo va todo por allá?
-Que estamos en plena lama, Don José Manuel, ¡varados! -respondieron todos a la vez.
-Sácalos de allí -ordené a la mujer, pero no me hizo caso-. Por favor, volved mi navío al mar.
Observé a Chilpilla que permanecía rígida como una estatua, como si sostuviera la respiración. Lentamente, fue exhalando a medida que su pecho subía y bajaba y su cabeza se erguía. Las aguas se fueron soltando y mi barquilla de alférez de fragata de la Real Armada Española, comenzó a reflotar. Suspiré alivianado. Si hubiese perdido aquella flota, habría sido hombre muerto.
Cuando terminó de flotar y mis hombres estuvieron a salvo, no había más nada qué decir.
-Pues que vos os habéis hecho merecedora de todo mi respeto y crédito -acepté haciendo una reverencia-. Y en consideración a lo que mis ojos han visto y mi corazón se ha maravillado, quiero dejaros una joya para que vuestra merced lo administre y le deis el mejor uso posible. Esperadme un instante.
Subí a una piragua en dirección a mi lanchón. Tomé mi Levistorio[2] y lo llevé con la mujer. Ella me miró con desconfianza al yo extender el libro hacia ella.
-En este libro, se anotan todos los secretos de este arte misterioso que es la brujería. Usadlo con juicio y avanzaréis en el dominio de los misterios de la naturaleza y del ser humano -le señalé para que confiara en mí.
Ella miró el libro y luego a mí.
-¿Por qué yo?
-Seguro estoy de que vos podréis hacer un buen uso de lo que hay escrito en su interior. Vuestra alma es pura y cristalina. Mi corazón lo ha percibido y mis artes mágicas me lo han confirmado. Con vos, este libro estará seguro. Si cae en las manos equivocadas... No os quiero contar lo que podría suceder.
-Don José Manuel de Moraleda, es usted un hombre sincero; creí, al llegar aquí, que usted sería un ser sin corazón ni moral, pero veo que me he equivocado. Puede usted irse en paz.
-Espero algún día volver a encontraros, mi señora. -Le hice una nueva reverencia, tomé su mano y la besé en un acto de total respeto, que era lo que ella inspiraba en mí.
-Yo espero que sea en otras circunstancias.
-Lo serán, mi dama, eso os lo puedo asegurar.
-Mejores que esta.
-Por un tiempo mejor para los dos -me reverencié ante ella.
Sonreí y salí de allí rumbo a mi fragata, esperando no volver por esos lugares, aunque la imagen de Chilpilla jamás la podría borrar de mi memoria.
Y así fue. Hasta el día de hoy.
[1] Veliches: Aborígenes de Chiloé
[2] Levistorio: Libro de magia